Título original en inglés: “Suffering to Life”
Siempre interpretamos nuestro sufrimiento. Un hombre dijo: «así es la vida», en respuesta a la muerte de su hijo de cinco años. En otras palabras, como todo en la naturaleza, nacemos y morimos: así es la vida; la vida es para morir. Todo sufrimiento está dirigido hacia la muerte. Puedes imaginar que la respuesta de este hombre manifestaba su dolor, pero estaba gobernada por el fatalismo. Después del entierro, él continuaría con su vida y sin mirar atrás, pues él también se encamina hacia la muerte.
Toma el sufrimiento; agrega aislamiento. Ahora recuerda que el sufrimiento humano, cuando es experimentado lejos de Jesús, es un mensajero que anuncia que la muerte traducirá toda la vida en algo carente de sentido. Ese es un sufrimiento miserable.
Sin embargo, cuando alguien es resucitado de la muerte, y cuando nuestras vidas están atadas a la de Cristo, la interpretación del sufrimiento cambia.
Sin duda, sufrimos. Ahora agrega, no aislamiento, sino participación y comunión con Cristo. En el sufrimiento, llegamos a conocerlo mejor. Nuestra relación con Él crece. Agrega más: una cosa es tener comunión en nuestro sufrimiento; otra completamente diferente es que esa comunión se profundice después de la muerte. Todo nuestro sufrimiento se dirige hacia la vida, no a la muerte. La muerte no tiene la última palabra. Puesto que estamos en Cristo, estamos siendo llevados irresistiblemente hacia la vida. Esto es, somos llevados a su vida inmortal. El apóstol Pablo escribe:
Por Él lo he perdido todo… a fin de ganar a Cristo… y conocerlo a Él, el poder de su resurrección y la participación en sus padecimientos, llegando a ser como Él en su muerte, a fin de llegar a la resurrección de entre los muertos (Fil 3:8, 10-11).
Pablo siempre parece ir un paso más allá de nosotros, que es lo que preferimos en alguien que nos guía a través de experiencias desconocidas. Él nos recuerda que la comunión y el compañerismo son el sello de la vida cristiana y que permanecen disponibles para nosotros en el sufrimiento.
En Cristo, puesto que nuestras vidas están unidas a Él por medio de la fe, siempre nos dirigimos hacia la vida. Sí, existen muchas sorpresas y miserias en el camino, demasiadas «maneras» (3:11, NTV) que nos mueven hacia esa vida de resurrección, pero es vida. Jesús dijo: «Mi propósito es darles una vida plena y abundante» (Jn 10:10). La muerte misma no interferirá con esta vida prometida.
El sufrimiento es capaz de sacar el «esto o aquello» de la naturaleza de la vida humana. Nos dirigimos hacia la muerte o hacia la vida. Sin embargo, nosotros, que hemos llegado a conocer a Cristo, somos bendecidos al saber cuál es nuestro destino. Somos peregrinos que andamos con La Vida y nos dirigimos hacia La Vida.
Que Dios nos dé ojos para ver tales cosas.