William Foster hizo lo que todos nosotros algún día quisimos hacer. Muchos nos hemos sentido tentados a ser William Foster por un día —y algunos lo han logrado— al menos digitalmente.
William Foster es el personaje interpretado por Michael Douglas en el clásico, Un día de furia, de 1993. William es un hombre frustrado en todas las áreas de la vida: divorciado, cesante y con la percepción de que todo en su vida conspira en su contra. Él decide desquitarse de todo el que se le cruce por delante de forma violenta, dando expresión a toda su furia interna. Esta película hace una crítica al estrés de la vida contemporánea y al agotamiento emocional en el que podemos caer. La violencia de William revela todo su dolor y frustración frente al estado de su vida, pero sus acciones no ayudan en nada a que su vida mejore.
Más recientemente, siguiendo el ejemplo de William, muchos creyentes han trasladado la indignación que sienten por sus vidas al ambiente virtual, descargando en las redes sociales su ira por medio de discusiones, comentarios, críticas ácidas y declaraciones infelices. Lamentables peleas teológicas, que de teología traen muy poco, han sacado a la luz cristianos violentos, impulsivos y descontrolados. La premisa de defender la verdad ha servido para muchos como la oportunidad de descargar ira injusta contra conocidos y desconocidos.
Dejando atrás el paradigma de William Foster sobre cómo manejar la ira, repensemos la manera en la que estamos interactuando en las redes sociales, considerando estos tres consejos:
1. Ejercita el silencio
Yo sé que a veces es muy difícil ver algo que nos molesta mucho y no decir nada, pero recuerda las palabras de Proverbios 17:27-28: «el que es entendido refrena sus palabras; el que es prudente controla sus impulsos. Hasta un necio pasa por sabio si guarda silencio; se le considera prudente, si cierra la boca» (NVI). No estás obligado a dar tu opinión ante todo lo que sucede y menos a entrar en cualquier pelea o discusión. Sigue el consejo de Pablo a Tito en Tito 3:9 y evita controversias necias e inútiles.
2. Decide bendecir
Mucho silencio puede conducir a la omisión, lo que tampoco es saludable. Debemos filtrar nuestras interacciones por el paradigma del impacto positivo que debemos producir en otros. En palabras de Pablo: «[…] que sus palabras contribuyan a la necesaria edificación y sean de bendición para quienes escuchan» (Ef 4:29, NVI). Si quieres bendecir, tienes que decidir amar a la persona a la que interpelas, buscar el beneficio del otro y tratar de hacerlo de la forma más adecuada a las circunstancias.
3. Cuida tu corazón
Las motivaciones que hay detrás de tus duras palabras en línea son más relevantes que la supuesta verdad que puedas estar defendiendo. La intención importa y revela lo que hay en el corazón, y por eso mismo, debe ser un motivo de especial cuidado. Evaluar por qué determinados temas o personas nos sacan del sano juicio puede conducirnos a una percepción más profunda de lo que realmente estamos amando. Muchos, como William Foster, están expresando toda su frustración en temas y personas que no tienen ninguna relación con el problema real. Recuerda las palabras de Dios a Jonás: «¿tienes razón de enfurecerte tanto?» (Jon 4:4, NVI). La ira desproporcionada del profeta revelaba el caos en el que se encontraba su corazón, y la llamada de atención de Dios apuntaba al centro del problema: «¿cómo está tu corazón?».
Hay muchos que se entretienen en debates y encuentran didáctico ese ejercicio; no obstante, ya sea en plataformas digitales o de manera presencial, no seas como William Foster. Si lo puedes evitar, evítalo, para tu propia salud mental y la de los demás. Si tienes que hablar, que sea por amor y para el beneficio del otro; sin embargo, cuida siempre tus motivaciones, para que tu forma de hablar no destruya tus palabras.