Este artículo forma parte de la serie Querido pastor publicada originalmente en Crossway.
Querido pastor:
Quiero afirmar algo que ya crees, pero podrías dudar en aceptar. No estás solo en tu ministerio. Dios te ha dado una amiga que te ama, una compañera para apoyarte en tu llamado de servir a Cristo, una mujer que le ha prometido a Dios que estará junto a ti mientras ambos vivan, cualquiera sea el futuro.
Tu hogar es el lugar donde más eres amado
Tu esposa te conoce mejor que cualquier otra persona. De todos los hombres de su generación, ¡ella te dijo que sí a ti! Ella te ama y admira profundamente y anhela ver que el Señor cumpla su sagrado propósito en ti (Sal 57:2; 138:8). Ella es tu aliada más confiable, tu compañera más firme, tu recurso más valioso en todo el mundo. «En ella confía el corazón de su marido […]» (Pr 31:11). El Dr. Bruce Waltke señala que este es el único momento en el Antiguo Testamento donde un ser humano es elogiado por poner su confianza en otro ser humano. Cuando te apoyas en su amor, confías en su perspicacia y dependes de su lealtad, ¡Dios te elogia!
¿Tu ministerio va bien? Agradécele a tu esposa por el apoyo que ella te entrega de manera única: su continuo trabajo en casa así como su presencia animante en la iglesia. Únicamente ella entiende cuán duro has trabajado, liberándote para tu llamado seis días a la semana, así como en muchos días festivos cuando otros esposos están con sus familias.
¿Tu ministerio no va muy bien? Agradécele por estar contigo cuando otros te abandonan. Ella ve la ansiedad en tus ojos y escucha tus suspiros pesados, y se duele contigo. La razón por la que ella solidariza tanto contigo es esta: Dios la hizo para ser tu compañera más cercana (Gn 2:18). Ella te ama más de lo que puede expresar. Ve el favor único que tu esposa te trae de parte de Dios mismo (Pr 18:22, 19:14). Abre tus ojos a la maravilla de una amiga en quien puedes confiar y que nunca te traicionará.
Puede ser que en este punto del ministerio tu matrimonio no esté experimentando las realidades reconfortantes descritas aquí. El apoyo de tu esposa parece más doloroso que útil, más conflictivo que provechoso. Dudas si apoyarte en ella, ser su amigo, confiar en ella debido a sus respuestas pasadas. A veces cuando te abres con ella, ella busca su insignia de «presidenta del comité de asesor» y, por mucho que te ame, comienza a aconsejarte de una manera que es desalentadora. Y luego te encuentras enfrentado con la decisión de estar en desacuerdo con ella, explicarte y defenderte o retirarte sin decir una palabra. En ambos casos, el vínculo cálido y satisfactorio que ambos anhelan construir en su vida juntos se debilita.
La razón por la que puedo describir esta escena es porque ¡frecuentemente he desempeñado el papel protagónico! Por muchos años, pensé que era mi deber de esposa aconsejar y corregir a Ray en todas las maneras en que yo (u otros que me lo habían comentado) pensaba que podía mejorar. Sufría de lo que yo denomino «fiebre de arreglar al marido», y normalmente alcanzaba su punto más alto las tardes dominicales, a veces acercándose sigilosamente a nuestros lunes libres. No obstante, rara vez —o nunca— ha tenido un efecto saludable en nuestro matrimonio o ministerio.
A medida que maduramos juntos, Ray tuvo la sabiduría de abordarme con ternura «[…] de manera comprensiva […]» (1P 3:7), ayudándome a ver que mi actitud estaba entorpeciendo nuestra unión. Recuerdo que me preguntó una tarde: «¿esto está funcionando para ti? A mí no me funciona y quiero que nuestro matrimonio sea una relación beneficiosa para ambos donde cada uno se sienta escuchado, comprendido y respetado». Él tenía mi atención. «¿Podría decirte qué es lo que funciona para mí?», me preguntó amablemente, y agregó: «y luego tú me dices qué es lo que funciona para ti y así podemos crecer en cuidarnos mutuamente». Entonces Ray, amorosa y claramente me explicó lo que no funcionaba para él cuando yo intentaba arreglarlo. Él me ayudó a entender más completamente esto al agregar: «siento que me apoyas cuando…; siento que me aceptas cuando…». Cuando tuve tiempo de asimilar lo que él me había dicho, me pidió que compartiera lo que me hacía sentir apoyada y aceptada por él. Y él me escuchó atentamente, sin ninguna respuesta defensiva.
Ese fue un punto de inflexión para mí. Pude ver a través de sus ojos y me sentí vista y escuchada. Ahora, cuando necesitamos discutir detenidamente algo, preguntamos: «¿cómo podemos hacer de esto un equipo beneficioso para ambos? ¿Qué funcionaría para ti?».
Querido pastor, ¡tu esposa no se casó contigo para arreglarte! Ella se casó contigo porque te ama más de lo que puede expresar. Ella quiere que tu casa sea un refugio para ti, un respiro de todas las cargas que llevas en tu ministerio. Enséñale con ternura para que ambos sean bendecidos.
Tu hogar es el lugar donde más te necesitan
¡Podrías estar preguntándote si tengo idea de todas las personas que te necesitan! Después de más de cincuenta años en un matrimonio ministerial, créeme, entiendo. Sé algo de las necesidades sin fin y cada vez mayores de tu rebaño, las presiones reales de la familia de tu iglesia, la inseguridad laboral que a veces enfrentas. ¡Esas necesidades son reales y son ruidosas! Y tú hiciste el sagrado voto de ayudar a satisfacer esas necesidades, por la gracia de Dios y para su gloria. Consideras tu ministerio un glorioso privilegio que se debe atesorar y cumplir.
No obstante, hay una realidad más profunda para tu vida bajo Cristo. Tú realmente pastoreas dos familias: la familia de tu iglesia y tu propia familia. ¡Tu familia en casa no debe tener duda de que ellos son los miembros de la iglesia que más amas! Estás criando a tu familia en un marco muy público que tus hijos nunca esperaron. Ellos te necesitan. Ellos quieren (y merecen) tu protección, tus elogios y tu presencia.
Protege a tus hijos de las comparaciones y críticas en tu iglesia. Asegúrate de que tus propios hijos sepan que no necesitan preocuparse por lo que las personas de la iglesia podrían decir sobre ellos, ¡porque a ti no te preocupa! Muéstrales que no te sorprende que sean pecadores como cualquier otra persona en la tierra. ¡Es perfecto que tus hijos no sean perfectos! Tú debes servir al Señor tu Dios mientras lidias con las realidades de padres pecadores que crían hijos pecadores en este mundo roto.
Busca maneras auténticas de elogiar a tus hijos, especialmente frente a otros. Ese elogio también será una forma de protección de los comentarios poco útiles que los congregantes hacen de ellos. Afirma lo bueno que ves en ellos. Resalta lo hermoso, verdadero y valiente. Asegúrate de que tu deseo principal y tu oración más sincera por ellos sea que anden con Cristo a lo largo de toda su vida.
Sobre todo, ellos necesitan tu presencia. ¿Cómo puedes protegerlos y elogiarlos desde lejos? Ray les demostró a nuestros hijos una y otra vez que él quería estar cerca de ellos, con ellos, ser una realidad presente en sus jóvenes vidas. Ya sea que llevara a los tres niños a limpiar los establos de Krista para ayudar a pagar sus clases o reorganizar su propia agenda para estar en los eventos deportivos de ellos, él estaba allí. Y él trabajó duro para poder estar presente en nuestra cena diaria, guiándonos para tener conversaciones saludables, apoyándome en el manejo de modales y liderándonos en la lectura bíblica y la oración. Nuestros hijos sabían que eran una máxima prioridad en la vida de Ray porque él ponía sus necesidades antes que las necesidades ministeriales. Él era el centro de seguridad de nuestra familia.
Nuestros hijos tuvieron el privilegio de ver de muy cerca a un hombre que seguía a Cristo con un corazón ferviente y abierto; un hombre que exudaba gozo y deleite por conocerlo a Él. Ellos sabían que consideraba su ministerio un privilegio sagrado de Dios. Cuando los tiempos se ponían difíciles, él vivió su creencia de que nuestro desafío presente nunca será nuestra realidad permanente. Él le mostró a nuestra familia que tenemos la bendición de servir al Dios que ve, que conoce y que cuida, y que promete no pasar por alto nuestro trabajo de servir a los santos (Heb 6:10).
Querido pastor, tu hogar es el lugar donde más te aman y más te necesitan. Disfruta de su amor y acepta sus necesidades por la gloria de Cristo y por el gozo eterno de toda tu familia.