La culpa es la sombra habitual de la madre joven. Tiene una manera desagradable de calarse a través de muchos de sus esfuerzos por alimentar, servir y amar a otros. «¿Estoy haciendo lo suficiente por mis hijos? ¿Por otros? ¿Qué piensan de mí? ¿Qué piensa Dios de mí?».
Como madre joven, todos quieren algo de ti: tu familia, tu iglesia, tu jefe, tus vecinos. Y, muy probablemente, cedes más de lo que jamás pensaste ceder. Sin embargo, a lo largo del camino, la culpa roe tu alma, devorando tu paz y tu gozo internos. A menudo persiste a lo largo de los años, incluso más allá, cuando tus hijos son adultos y ya se han ido.
Querida madre joven: ¡no desperdicies tu culpa!
No desperdicies tu culpa
No desperdicies tu culpa, sino que, al contrario, escúchala y evalúala. Sácala de las sombras y examínala a la luz de la Escritura. Exponle tus sentimientos a Cristo. ¿Es esta culpa una convicción legítima de pecado? Luego confiesa tu pecado, recibe su perdón y pregúntale dónde y cómo Él quiere que cambies.
Pero, quizás, tu culpa nace de un temor quejumbroso y egocéntrico que piensa que si simplemente fueras un poco mejor o solamente trabajaras un poco más duro, entonces serías notada y admirada lo suficiente como para sentirte bien respecto a ti misma. Esa es una culpa falsa, enraizada en el orgullo. Herirá a tu familia y obstaculizará tu relación con tu Padre dador de gracia. Si esto describe tu culpa, entonces recuérdate que por medio de la muerte y de la resurrección de Cristo, eres aceptada por Dios. La solución para la culpa falsa, así como también para la culpa verdadera, es el Evangelio.
Pablo le habla a esos dos tipos de culpa en 2 Corintios 7:10. Hay una tristeza conforme a la voluntad de Dios que produce arrepentimiento y una tristeza del mundo que produce muerte. Hazte esta pregunta: aquello a lo que le doy mi tiempo y mis energías, ¿es guiado por un arrepentimiento que da vida o por un orgullo que la quita?
El principal campo de misión de una madre joven
Una razón por la que una madre joven puede sentir culpa incorrectamente es porque ella olvida que su primer y principal campo de misión deben ser sus hijos.
Dios valora a los niños. Él da gran importancia a la enseñanza que le damos a nuestros hijos de amarlo y servirlo (Dt 6:7-9). Jesús se indignó cuando los discípulos no estimaron el valor de los niños en el Reino de Dios que se expande (Mr 10:13-16). Dios nos dice que los niños son su bendición para nosotras (Sal 127:3).
La maternidad requiere lo mejor de nosotras como mujeres. Como madres, formamos las almas de nuestros hijos y finalmente influenciamos al mundo. Los hijos son nuestro regalo para el futuro. Así que acepta tu llamado de Dios para servir a tu familia. La culpa conforme a la voluntad de Dios no te llamará a evitar invertir incondicionalmente en tus pequeños por su causa. No te sientas culpable por hacer de tus hijos tu principal inversión de ministerio cuando son pequeños. Le estás enseñando a la generación más joven a formar vínculos emocionales íntimos con otros. Tu sensibilidad, tu disponibilidad, tu devoción, tu afecto y tu atención sin prisa son irremplazables.
Maternidad: evidente trabajo duro
Por otro lado, la palabra de Pablo para mí como una mujer mayor es «[…] instruir a las jóvenes a que amen a sus maridos, a que amen a sus hijos, a que sean prudentes, puras, hacendosas en el hogar, amables, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada» (Tit 2:4-5).
¿Por qué el apóstol tiene que decirnos a las mujeres mayores que les enseñemos estas cosas a las mujeres más jóvenes? De hecho, puede ser más fácil ministrar fuera de casa. ¿Por qué es más gratificante para nosotras planificar un retiro para doscientas mujeres que planificar un picnic al interior de la casa con nuestros hijos preescolares durante una tarde lluviosa? Creo que se debe a que las recompensas son más inmediatas y las exigencias no son tan constantes.
Ser una madre joven es evidente trabajo duro. A veces se siente como un trabajo esclavizante. Las mamás jóvenes se pueden identificar con la caricatura de un niño pequeño que mira el álbum de bodas con su papi, y dice: «¡entonces, ese es el día en que mami llegó a trabajar para nosotros!».
Sin embargo, Dios te llamó a este ministerio. Él sabe que no hay momentos neutrales en la vida de un hijo pequeño, cuya experiencia es una de continua necesidad y desarrollo. Tus hijos llevarán la huella de tu crianza a lo largo de sus vidas porque mucho del comportamiento humano nace al imitar.
Eres la única mamá que tienen tus hijos. Tu ministerio hacia ellos es la expresión más profunda de tu amor por ellos. Debes criar correctamente a tus hijos a la primera. La crianza es uno de los pocos espacios en la vida donde no puedes decir: «si no tienes éxito a la primera, inténtalo; inténtalo otra vez».
Has recibido esta comisión de Dios. Como madre, tu privilegio es enseñarles cómo respetar a su papi y cómo ser amables con sus hermanos; cómo escoger una buena nutrición y un entrenamiento saludable; por qué deben valorar la gentileza y el orden; y qué causas son dignas de sus esfuerzos, sus reputaciones e incluso su misma sangre.
¿Estás desanimada mientras pasas día tras día inmersa en las tareas rutinarias de la maternidad? Entonces piensa en el honor de guiar el desarrollo espiritual, intelectual y social de mentes y corazones jóvenes. Piensa en la emoción de enseñarles verdades eternas de la Palabra de Dios. Piensa en la importancia de enseñarles a tus hijos pequeños cómo vivir bajo autoridad y de prepararlos para relaciones futuras al enseñarles sobre el amor y la confianza. Piensa en el deleite de enviar a otro joven piadoso, brillante, fuerte, seguro y amoroso a este mundo necesitado con la valentía de vivir bien por causa de Cristo. ¡Qué inversión más valiosa!
Aquello que las madres jóvenes necesitan: un corazón por el hogar
Otro desafío para la madre joven es cultivar un amor por el hogar.
Dios nos ha llamado a amar a nuestros hijos desde el hogar (Tit 2:4-5). ¡No podemos perfeccionar el diseño de Dios! Esto significa más que quedarse en casa. Significa fijar tu corazón en el hogar. Las mujeres pueden dejar sus casas por más vías que el trabajo o el ministerio fuera de casa. Celulares, correos electrónicos, salas de mensajería pueden alejar a una madre de su principal ministerio también.
Ministerio significa estar «completamente ahí». Significa alegrarse de poder mostrarles a tus hijos cómo pedalear un triciclo, cómo hacer su cama, cómo construir buenos recuerdos y cómo compartir sus juguetes con otros. Tú sirves a tu familia y, en última instancia, a tu Padre celestial, al ayudar a tu hijo a hacer ese rompecabezas por la decimoséptima vez; al limpiar esos dedos pegajosos; al sembrar ese pequeño jardín; al actuar historias de la Biblia y orar juntos; y ¡al prepararse para el regreso de papi como el momento culminante del día!
¿Cuál es la alternativa? «[…] El niño consentido avergüenza a su madre» (Pr 29:15).
Recuerda esto: ¡tienes el privilegio de legar un sentido de Dios a corazones jóvenes! ¿Debes sentirte culpable por eso? Mientras permites que tus hijos experimenten intimidad, cercanía y disponibilidad contigo en sus primeros años, puedes guiarlos a buscar esas necesidades del alma en Cristo, su Salvador, a medida que crecen. Y tú tienes el deleite de enviarlos con una luz en sus almas para bendecir este mundo oscurecido.
Alguien va a influenciar a tus hijos, les inculcarán valores y grabarán estándares en sus jóvenes mentes influenciables. ¡Que ese alguien seas tú!
Esta etapa es solo una etapa
¿Significa esto que nunca invertirás en otros fuera de tu familia? ¡Cielos, no! Sin embargo, si eres una madre joven, usa tu ministerio principal de la maternidad para guiar tus decisiones respecto a dónde servir a Cristo ahora. No permitas que nada te atraiga distrayéndote de tu rol único como esposa y madre.
Esta etapa en tu vida es solo eso: una etapa. Y cada etapa es un llamado divino de nuestro Creador y Rey. Organizar un nuevo evento de la iglesia es importante; enseñarle a tu pequeñito a ser amable con su hermana también lo es. No obstante, ¿cuál puedes hacer de mejor manera durante esta etapa? Sirve bien a Dios al ministrar a tus hijos primero. Tendrás oportunidades de sobra para servir a Cristo fuera de tu casa en etapas futuras.
«Pero ustedes, esfuércense y no desmayen, porque hay recompensa por sus obras» (2Cr 15:7).