Los primeros años de crianza son maravillosos y a veces un desierto insoportable.
La hora de dormir puede ser una serie de guerras incivilizadas: alimentar a los niños y bañarlos (y a veces, volver a bañarlos), luego acostarlos en la cama correcta, y a la hora adecuada, con el cuento o la canción apropiada (sólo después de encontrar al amado peluche), luego mantenerlos en esa cama hasta que se queden dormidos (y repetir todo lo anterior cuando uno se despierta a la 1:00, 2:00 o 3:00) y luego frenéticamente dormir lo más que puedas antes de que la artillería y el derramamiento de sangre comiencen de nuevo. ¿Cuál es una de las primeras preguntas que cualquiera de nosotros piensa hacerle a un padre de bebés o niños pequeños?: «¿cómo estás durmiendo?». Las respuestas varían desde «bastante bien» a «¿qué es dormir?». Las noches pueden ser lo más difícil.
Y una vez que estén despiertos, comienza una nueva serie de emboscadas predecibles pero imparables. Mientras le das desayuno al bebé, la que tiene dos decide humedecer su rostro, brazos y ropas con yogur. Mientras aún estás sacando el lácteo de su cabello, el que tiene cuatro años anuncia gritando que terminó de usar la bacinica y necesita ayuda. Mientras limpias a uno de los niños, tu hija de dos años decide sacar toda su ropa de la cómoda. Y mientras vuelves a doblar docenas de poleras T2, el bebé comienza a gritar porque tiene hambre. Los días pueden ser los más difíciles.
El desierto (primitivo, indomado, lleno de vida, tremendamente hermoso) es una imagen apropiada para esos pequeños años con niños.
Jesús afrontó el desierto
A medida que mi esposa y yo vagamos por estos años, he encontrado serio consuelo al saber que Jesús está familiarizado con los lugares desolados. «Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo» (Mt 4:1). Nuestro Salvador no nos salvó desde una distancia segura y celestial, sino que entró a la oscuridad, a las esquinas más espeluznantes de nuestro mundo caído y enfrentó la tentación de frente. Él empatiza completamente con la debilidad, con el agotamiento y con la guerra espiritual.
Mientras Él estaba en el desierto, fue tentado por Satanás. A diferencia de Adán, de Moisés, de David y de mí, Jesús nunca cayó. Puedes imaginar al diablo sintiéndose cada vez más perturbado, desesperado y enfurecido. Todas las mentiras que tan fácilmente habían derribado a millones antes (gigantes y reyes; madres y soldados; ricos y pobres; jóvenes y ancianos; prostitutas y fariseos) ahora caían planas y sin fuerzas, como flechas de fuego sobre el océano.
Cuando entramos en la batalla, se acaban los cuarenta días y el diablo vuelve a acercarse para disparar los últimos tres tiros desesperados. Guardó estos tres sólo para este momento, para cuando Jesús estaba en su punto más débil. Y aunque Jesús no fue padre o madre, los padres cansados y estresados reconocerán estas mentiras demasiado bien.
Mentira 1: «no tienes lo que necesitas»
Cuando Satanás siente que su guerra de cuarenta días con Jesús estaba llegando a su fin y sus oportunidades débiles de victoria se estaban escapando, ¿dónde da el golpe? ¿Dónde ven vulnerabilidad sus maliciosos ojos?
Después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, entonces tuvo hambre. Y acercándose el tentador, le dijo: «Si eres Hijo de Dios, ordena que estas piedras se conviertan en pan» (Mateo 4:2-3).
¿A qué apunta el diablo primero? Al estómago. ¿Y por qué no lo haría, si ha funcionado desde el principio? «¿Conque Dios les ha dicho: “No comerán de ningún árbol del huerto”?» (Gn 3:1). «Ya no tienes que estar más hambriento», susurra, «yo puedo darte lo que realmente necesitas. Te daré más de lo que Dios te dará. Tú confiaste en Él y mira adónde te ha llevado».
¿Acaso los padres no escuchan los mismos susurros? Es posible que no enfrentemos hambre física (aunque se sabe que las mamás se saltan comidas). Sin embargo, criar niños pequeños exigirá consistentemente más de lo que crees que puedes dar (físicamente, sí, pero también emocional y espiritualmente). A veces te acostarás en la noche sinceramente convencida de que no tendrás lo suficiente para el día siguiente. La crianza puede hacer que el mañana se sienta tanto inevitable como imposible. Podrías empezar a desear poder convertir algunas de las piedras en pan (o al menos la ropa sucia en ropa limpia).
Sabemos que Adán y Eva cedieron y probaron, pero ¿cómo respondió Jesús? ¿Cómo sonaron sus momentos de hambre intensa? Él le respondió a Satanás: «Escrito está: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”» (Mt 4:4). Fíjate en que Él no dice: «no necesito pan». Era tan humano como cualquier mamá que se queda en casa. Pero sabía que necesitaba algo más que la siguiente comida. Él sabía que sus necesidades físicas y emocionales eran meras sombras de lo que Él necesitaba y tenía en Dios.
Por lo tanto, deja que tus necesidades en el desierto de la crianza (comida, sueño, conversaciones adultas, hacer otras cosas en la casa) te recuerden que necesitas una cosa más que cualquier otra. Y si la tienes (comunión con el Dios todopoderoso, que todo lo satisface, en su Palabra), Él puede sustentarte por otro largo día con tus hijos.
Mentira 2: «Dios no te salvará»
Al no poder tentarlo con la despensa, el diablo ejerció una feroz presión sobre las promesas que sostenían a Jesús en el desierto.
Entonces el diablo lo llevó a la ciudad santa, y lo puso sobre el pináculo del templo, y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, lánzate abajo, pues escrito está:
“A Sus Ángeles te encomendará”,
Y:
“En las manos te llevarán,
No sea que Tu pie tropiece en piedra”».
¿Qué es lo que el siniestro susurra debajo de esta tentación? «Seguro, Dios estuvo contigo a través de esto, pero no has estado en peligro real. Piensa en mañana. En lo profundo, sabes que no vendrá a ti». Es malvadamente astuto y en dos niveles: primero, él minimiza lo que Dios ha hecho hasta ahora (simplemente sustentó a Jesús solo en el desierto por cuarenta días sin comida). Segundo, inventa circunstancias imaginarias para levantar sospecha injustificada («pero ¿qué pasaría si te lanzas desde el templo?»).
Aun cuando fracasó con Jesús, el diablo fabrica las mismas ilusiones en nuestros desiertos. Él lanza sombras por encima de los impresionantes ejemplos de la misericordia y del cuidado de Dios hacia nosotros y luego pone el foco en todos los miedos imaginables sobre el futuro. Él sabe cómo hacer que las siguientes veinticuatro horas se sientan más largas y más pesadas que los años, o incluso décadas, de persistente fidelidad de Dios. Y él sabe que los padres de niños pequeños son más vulnerables que la mayoría, porque los días son muy largos e inflexibles.
Cuando está en el templo y mira hacia abajo, ¿qué hace que Jesús se sienta más seguro que nunca? ¿Cómo acalla los cantos engañosos de la duda? Le dice a Satanás: «también está escrito: “No tentarás al Señor tu Dios”» (Mt 4:7). Fíjate, Jesús no acude a una promesa esta vez, sino a un mandamiento. Las promesas no son nuestra única arma contra la tentación. Porque Él nos ama y porque Él sabe cómo ataca Satanás, nuestro Padre celestial también nos da advertencias para tomar en cuenta y reglas que seguir. Jesús sabía cómo Israel había probado a Dios en su desierto, con queja y desobediencia (Ex 17:7), y sabía cómo terminó esa prueba. Él no se haría amigo de la duda. Aun bajo intensa presión y dolor, Él confió en las buenas leyes de Dios.
¿Qué mandamientos podrían ayudarte a mantenerte en el desierto de la crianza?
Entonces, ustedes como escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de tierna compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia (Colosenses 3:12).
Y ustedes, padres, no provoquen a ira a sus hijos, sino críenlos en la disciplina e instrucción del Señor (Efesios 6:4).
Por tanto, no se preocupen por el día de mañana; porque el día de mañana se cuidará de sí mismo. Bástenle a cada día sus propios problemas (Mateo 6:34).
Como Jesús, ¿puedes recitarlas cuando las necesites?
Mentira 3: «todo esto puede ser tuyo»
Como Jesús no creyó en las dos primeras mentiras, Satanás intentó cazarlo con un hambre diferente.
Otra vez el diablo lo llevó a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: «Todo esto te daré, si te postras y me adoras» (Mateo 4:8-9).
Si no pudo atraer a Jesús con el dolor de la necesidad, entonces cebaría su anzuelo con el placer mundano. Ofreció lo que tantas personas caídas anhelaban: poder, autoridad y gloria. Apeló a un anhelo inherente del ser humano de ser visto, admirado y seguido. Al escucharlo hablar, es difícil no pensar en las redes sociales como una versión enorme y global de esta tentación insidiosa. «Todos te mirarán. Todos los ojos serán tuyos».
Él susurra algo similar a los padres (y quizás en especial a las madres de nuestro tiempo). «Mira a cuánto estás renunciando. Piensa en las oportunidades que están esperando allá afuera. Ni siquiera notan todo lo que haces». Todos los buenos padres renuncian a algo que Satanás estaba ofreciendo ese día. Invertimos una extraordinaria cantidad de tiempo, atención y dinero durante nuestros años más fuertes y energéticos, para cambiar pañales y preparar colaciones; para practicar las letras y leer nuevamente libros simples; para jugar a las atrapadas y secar lágrimas. Y Satanás sabe cómo hacer parecer todo eso demasiado, demasiado pequeño (y así todo lo demás parece demasiado, demasiado grandioso).
Por lo tanto, ¿cómo ve Jesús a través del engaño? Él responde: «¡Vete, Satanás!» —necesitamos ese tipo de agresividad para las batallas espirituales diarias de la crianza— «Porque escrito está: “Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a Él servirás”» (Mt 4:10). Él acude a otro mandamiento y (como con todos los mandamientos de Dios) hay una realidad irresistible envuelta dentro. Jesús (¡incluso Jesús!) se rehusó a tomar gloria para sí, no sólo porque la Ley decía que no, sino porque Él sabía que la Ley era el guion para su mayor gozo posible.
Los mandamientos de Dios no son arbitrarios ni irrelevantes para nuestras hambres. Una por una, pavimentan el camino para el banquete. Las vidas más satisfactorias están firmemente ancladas en la gloria de Dios y apuntan a ellas. Centrarse en uno mismo, ya sea como Salvador o como padre, sería perderlo todo. Jesús nos advierte más adelante: «Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. Pues ¿qué provecho obtendrá un hombre si gana el mundo entero, pero pierde su alma? O ¿qué dará un hombre a cambio de su alma?» (Mt 16:25-26). «El que pierda su vida por causa de mí»: la crianza cristiana a menudo se siente como este tipo de sacrificio y debe sentirse así. Esto es, si queremos encontrar y experimentar la vida.
Ya sea que estés en un desierto ahora o veas que se avecina uno desde lejos, ármate contra la tentación. Memoriza las palabras que necesitas, para que puedas escucharlas incluso cuando no tengas la fuerza o la tranquilidad para leerlas. Acércate lo que más puedas al Hijo que te ha precedido, que ha vencido por ti y que ahora camina contigo. Y entonces confía en que Él proveerá lo que tus hijos y tú necesitan mañana.