Si vivieras en su barrio, sería difícil no estar al menos un poco celoso. Él tiene todo lo que un hombre común y corriente de la calle querría: una gran propiedad con una hermosa casa, un negocio exitoso y muchos empleados, cada comodidad y lujo terrenal que un hombre pudiera querer.
Nació en una familia pudiente, razón por la que nunca ha pasado realmente necesidad. Era rico antes de que pudiera hablar. Y si la herencia no era suficiente, el negocio de la familia aún estaba floreciendo. Ha alcanzado un nivel de prosperidad por el que muchos hombres sudan y trabajan duro, pero que nunca llegan a degustar. Si pudieras ver dentro de su garage, probablemente tendrá autos del valor de una pequeña casa.
Encima de ello, se casó con una maravillosa mujer: sabia, hermosa, encantadora y excepcional. Mientras más estás cerca de ella, más quieres pasar tiempo con ella. Sabe qué decir (y qué no decir). Hace que las personas se pregunten cómo un hombre cualquiera atrapó a un diamante como ella. Su vida es el tipo de vida que millones quisieran transmitir en Netflix. Muchos lo verían desde lejos y asumirían que es la imagen de un esposo bendecido.
No obstante, cuando Dios ve al mismo hombre, lo llama inútil.
Hombres contra el corazón de Dios
Cuando conocemos a Nabal (el nombre literalmente significa «necio», lo cual levanta algunas preguntas reales sobre su crianza), David había llegado a sus tierras mientras huía del rey Saúl. David y sus hombres estaban hambrientos, por lo que el líder ungido se inclina a pedir comida. Fíjate la manera humilde y respetuosa en que hace su petición:
[…] Ten una larga vida, paz para ti, paz para tu casa y paz para todo lo que tienes. He oído que tienes esquiladores. Ahora bien, tus pastores han estado con nosotros, y no los hemos maltratado, ni les ha faltado nada todos los días que estuvieron en Carmel. Pregunta a tus criados, y ellos te lo dirán. Por tanto, permite que mis criados hallen gracia ante tus ojos, porque hemos llegado en un día de fiesta. Te ruego que de lo que tengas a mano, des a tus siervos y a tu hijo David (1 Samuel 25:6-8).
Los hombres de Nabal más tarde confirman la historia de David:
[…] los hombres fueron muy buenos con nosotros; no nos maltrataron ni nos faltó nada cuando andábamos con ellos, mientras estábamos en el campo. Como muro fueron para nosotros tanto de noche como de día, todo el tiempo que estuvimos con ellos apacentando las ovejas (1S 25:15-16).
Los hombres de David no sólo no hirieron a los pastores de Nabal, sino que en realidad los protegieron y los bendijeron. Sus propios hombres piensan que debería darles de comer a esos hombres.
En respuesta, Nabal le hace honor a su nombre:
[…] ¿Quién es David y quién es el hijo de Isaí? Hay muchos siervos hoy día que huyen de su señor. ¿He de tomar mi pan, mi agua y la carne que he preparado para mis esquiladores, y he de dárselos a hombres cuyo origen no conozco? (1 Samuel 25:10-11).
Él sabe exactamente quién es David. ¿Por qué otra razón lo llamaría «el hijo de Isaí» —un nombre que Saúl usa con resentimiento una y otra vez (1S 20:27, 30-31; 22:13)—? Mientras David se arrodilla con manos vacías, Nabal lo escupe en la cara y lo echa. Y si no fuera por su extraordinaria esposa, Abigaíl, le habría costado su vida ahí mismo (1S 25:23).
Cinco marcas de un esposo necio
¿Qué pueden aprender los esposos cristianos de Nabal? Aprendemos cinco maneras de ser un esposo malo y necio.
Fuerza sin amor
Nabal tenía el tipo de fuerza que podía impresionar e intimidar a hombres débiles. Él era un hombre de campo y trabajaba con sus manos, trasquilando ovejas. Sin embargo, él usaba su fuerza de maneras despreciables. Cuando la Escritura presenta a la pareja, su escritor dice: «[…] Y la mujer era inteligente y de hermosa apariencia, pero el hombre era áspero y malo en sus tratos […]» (1S 25:3). La palabra áspero resume sus fracasos como hombre. Él usó la fuerza dada por Dios para herir en lugar de usarla para curar; para amenazar en lugar de proteger. Él confiaba en la fuerza para hacer lo que debería hacer el amor. Era cruel.
Su fuerza no era el problema. No, los esposos piadosos son hombres fuertes (deben serlo para hacer lo que Dios les llama a hacer, para cargar con lo que Dios los llama a cargar y para confrontar aquello que Dios los llama a confrontar). En Cristo, los hombres aplazan la pereza, la timidez y la fragilidad. Nos ponemos la armadura de Dios para pelear las batallas de Dios en la fuerza de Dios. Y a medida que ejercemos esa fortaleza, aquellos que viven en nuestros hogares e iglesias (a diferencia de quienes eran cercanos a Nabal) son cuidados y están a salvo. Cualquier esposa con discernimiento ama ser liderada por un hombre fuerte que ama bien.
Valentía sin sabiduría
No puedes leer una historia como esta sin cuestionar el descaro de Nabal. Cuando el ungido del Señor, armado y peligroso, estuvo en su patio delantero y pidió comida para su pequeño ejército de soldados, este hombre lo echó. «¿Quién es David y quién es el hijo de Isaí?». Básicamente, lanzó una flecha en llamas y la dirigió al pecho del hambriento guerrero, rechazando la cautela e invitando a la violencia. Tuvo las agallas para mantenerse firme, pero escogió mantenerse firme en el lugar incorrecto. Él alzó su bandera en la necedad y arriesgó todo por el orgullo.
De nuevo, la valentía no era su problema. Los hombres piadosos están más dispuestos que muchos a sacrificarse a sí mismos por el bien de otros. Visten promesas como la de Isaías 41:10: «No temas, porque Yo estoy contigo; no te desalientes, porque Yo soy tu Dios. Te fortaleceré, ciertamente te ayudaré, sí, te sostendré con la diestra de mi justicia». Y puesto que Dios, no el yo, es la fuente y objetivo de la valentía, no comienzan peleas sin sentido (en especial con sus esposas). No ponen en peligro a aquellos a quienes fueron llamados a proteger por el bien de su ego. Se arriesgan sabiamente y en amor. Saben cuándo dar un paso hacia delante y mantenerse firmes, por sus familias, por la iglesia, por su Dios y cuándo poner la otra mejilla.
Riqueza sin generosidad
A pesar de todo el mal que Nabal pudo hacer e hizo, Dios aun así permitió que prosperara por un tiempo. Él tenía el tipo de graneros que podía alimentar cómodamente a un ejército pequeño. Él no era sólo rico. «[…] El hombre era muy rico», Dios nos dice, «[…] tenía 3.000 ovejas y 1.000 cabras […]» (1S 25:2). El propósito era que sintiéramos el peso de la riqueza de este hombre y simplemente cuán mal la administraba. Él pudo haber alimentado a David y a sus hombres, sin tener pérdidas significativas, pero no lo hizo. Él pudo haber satisfecho cientos de necesidades, pero escogió gastar lo que tenía en lo que él quería. Él era egoísta y tacaño respecto a cualquier apetito excepto el suyo.
Nabal había construido los graneros más grandes. Encarnó el himno de los necios: «alma, tienes muchos bienes depositados para muchos años; descansa, come, bebe, diviértete» (Lc 12:19). ¿Y qué dice Dios a este hombre? «¡Necio! Esta misma noche te reclaman el alma; y ahora, ¿para quién será lo que has provisto?» (v. 20). A lo que Jesús agrega: «Así es el que acumula tesoro para sí, y no es rico para con Dios» (21). Y ser rico para Dios normalmente significa ser generoso con alguien más. Significa acumular tesoros para otros, satisfaciendo sus necesidades a costa nuestra (a veces de manera significativa). Los esposos piadosos son dadores, como nuestro Padre, no acumuladores ni explotadores.
Éxito sin gratitud
Nabal dirigía una empresa en auge. Sus acciones estaban subiendo. Su junta estaba complacida con las ganancias. Al parecer, la carrera de este hombre era un éxito sensacional. Esto es, en todos los sentidos menos en uno. Dios vio todo lo que Nabal había logrado y ganado, y vio fracaso. Él vio la quiebra. Llamó a toda la empresa inútil. ¿Cuántos hombres, incluso en nuestras iglesias, la están rompiendo en las oficinas, pero sin embargo están perdiendo todo lo demás? ¿Cuántos son estimados por sus colegas y competidores y, sin embargo, apenas los toleran en casa? ¿Cuántos de nosotros tenemos una ambición sinfín fuera de nuestras familias e iglesias y dejamos poco para dar donde más importa?
Los hombres piadosos trabajan duro, cualquiera sea el trabajo, como para su Señor no para los hombres (Col 3:23). Los hombres cristianos hacen su trabajo con inusual excelencia e inusual gratitud. Nota cómo habla Nabal: «¿He de tomar mi pan, mi agua y la carne que he preparado para mis esquiladores, y he de dárselos a hombres cuyo origen no conozco?» [énfasis del autor]. Dios le dio todo y no tuvo crédito de nada. Y luego, cuando Dios protegió a sus siervos y ovejas, devolvió esa bondad con maldad (1S 25:21). Los buenos esposos son implacablemente humildes, incluso en las pequeñas ganancias y éxitos. Y porque son fieles en lo poco, a menudo Dios les da más (Lc 19:17, 24-26).
Hambre sin prudencia
Por último, Nabal era un hombre dominado por sus anhelos. Las pasiones de su carne libraban una guerra en su alma y su alma demasiado rápido sacaba la bandera blanca. Cuando Abigaíl fue a buscarlo, «tenía un banquete en su casa, como el banquete de un rey. Y el corazón de Nabal estaba alegre, pues estaba muy ebrio» (1S 25:36). Aun con hombres de guerra esperando afuera, él va por la botella y se sirve otro trago. Cuando las personas bajo su techo necesitaban que se levantara y se comportara como un hombre, en lugar de ello, él optó por disfrutar placeres insignificantes, tontos y adormecedores. Él se complació a sí mismo y abandonó a todos los demás.
Antes de que lo despreciemos demasiado rápido, ¿no hacemos lo mismo, incluso de maneras sutiles? ¿Abandonamos demasiado fácil nuestro puesto de esposos y padres? ¿Qué tentación en nuestras vidas tiende a adormecer nuestro sentido de urgencia y responsabilidad espiritual y emocional?
Cuando el apóstol Pablo se dirige a los hombres mayores de la iglesia, los exhorta: «los ancianos deben ser sobrios, dignos, prudentes, sanos en la fe, en el amor, en la perseverancia» (Tit 2:2) [énfasis del autor]. Cuando se dirige a los más jóvenes un par de versículos más adelante, simplemente dice: «exhorta a los jóvenes a que sean prudentes» (Tit 2:6). No tristes. Los esposos piadosos son hombres felices, pero no de maneras baratas, fáciles ni superficiales.
Los hombres dominados por la gracia son hombres que se dominan a sí mismos. No dependemos, como muchos hombres, de juegos de fútbol, de asados a la parrilla, de juegos de video o de tragos de autor para aliviarnos o alegrarnos. Nos emociona ser hijos escogidos de Dios, hermanos de Cristo comprados con sangre, futuros reyes del universo. Y disfrutamos los regalos terrenales: comida y bebida; matrimonio y sexo; fútbol y Netflix, con moderación, para preservar el placer más alto, más completo y más fuerte, concretamente a Dios.
El valor de los hombres valiosos
Nabal, como muchos otros esposos en la Escritura, les enseña a los esposos qué no deben ser ni qué deben hacer. Sus fracasos, sin embargo, trazan una especie de mapa constructivo para nosotros. Nos enseñan que los hombres serán evaluados, en gran medida, por cómo tratamos lo que (y a quien) Dios nos ha confiado.
Seremos medidos por cómo tratamos nuestras cosas (nuestras ovejas, cabras y nuestros salarios mensuales). ¿Somos abnegados y prudentes o egoístas e indulgentes? ¿El tiempo, el dinero y los dones que se nos han dado satisfacen consistentemente necesidades reales a nuestro alrededor? Para los hombres en el mundo, lo que tienen es su dios, por eso lo reciben y lo gastan horriblemente. No obstante, para aquellos cuyo Dios está en el cielo, no exigen divinidad de su prosperidad y por lo tanto no se aferran a sus posesiones con fuerza y la dan libremente. Saben que, en Dios, tienen una «[…] mejor y más duradera posesión» (Heb 10:34).
También seremos evaluados por cómo tratamos a las personas en nuestras vidas: la esposa a nuestro lado, los hijos detrás de nosotros, los vecinos de al lado, la familia de la iglesia a nuestro alrededor, las personas que admiramos (y quizás incluso nos den órdenes). Los hombres a menudo no mueren deseando haber invertido más horas en la oficina o haber hecho una mejor carrera para ser promovido. Frecuentemente, mueren deseando haber priorizado a las personas que estaban esperándolos en casa o que estaban sentados junto a ellos en la banca. Lucha, por la gracia de Dios, para ser más fructífero donde más importa. No seas conocido ante todo por cómo trabajas y por lo que tienes, sino por cómo amas y por lo que das.
En última instancia, seremos juzgados por cómo tratamos al ungido de Dios. Nabal echó al hambriento rey escogido y luego lo llenó de insultos. Desde entonces, Dios ha enviado a un nuevo y más grande David. Él envió a su propio Hijo a nuestro mundo, a nuestra ciudad, incluso a nuestra puerta. Entonces, ¿cómo lo recibiremos? No sólo los domingos por la mañana, sino también los lunes por la tarde y los viernes por la noche. ¿Le prestaremos más atención de la que Nabal le dio a David ese día? ¿Correremos hacia Él, lo priorizaremos, lo alabaremos y lo compartiremos?
Al final, entonces, lo que diferencia a los esposos buenos de los malos, a los fieles de los infieles, es cómo tratamos a Jesús.