Y tal como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial (1 Corintios 15:49).
Después de una vida de Pascuas, podría ser difícil ponernos en las aturdidas y miserables sandalias de aquellos que de verdad lo vieron morir. Sin duda, Él les había dicho que ocurriría (con un desconcertante detalle, Marcos 8:31-32), pero todo aún era impensable. Este era el Cristo, y el Cristo podría hacer literalmente cualquier cosa, menos morir. Y sin embargo, allí colgaba, y aquí yacía (sus pulmones vacíos, sus ojos inertes, su corazón sin latidos, como una piedra). «¿Fuimos unos necios al dejar todo lo que éramos, todo lo que teníamos, todo lo que sabíamos para seguirlo?».
El cuerpo pálido e inmóvil que ahora vieron predicaba debilidad, no fortaleza; derrota, no victoria; deshonra, no gloria; desesperación, no esperanza. «¿Por qué pensamos que Él sería diferente?»
Todos estos años más tarde, estamos tan acostumbrados al domingo, que a penas podemos imaginar las inquietantes horas previas, cuando por tres días, todas sus esperanzas yacían muertas en la tumba. No obstante, no eran necios. El cuerpo que enterraron, descubrirían pronto, era una semilla que estaba a punto de brotar y florecer.
¿Un domingo más?
Lo que crees que ocurrió temprano esa mañana decidirá lo que crees sobre todo lo demás.
El domingo de resurrección es la bisagra de toda la historia, la respuesta clave y el centro de gravedad, la irrupción de un universo completamente nuevo, o simplemente fue otro domingo. El Hijo una vez muerto de cierto pueblo oscuro o salió de su tumba o los ladrones conspiraron para forzar la entrada y robar su cuerpo. El cristianismo o explica cada anhelo y pregunta del corazón humano o somos las personas más penosas de quienes se haya tenido lástima jamás (1Co 15:19). Jesús permaneció muerto ese día o aún vive ahora.
La Pascua es un día tan bueno como cualquiera otro para recordar dónde estaríamos si la Pascua no hubiera ocurrido, si sólo fuera un hermoso e inspirador cuento de hadas, sólo una esperanza reconfortante a la cual aferrarse. «Si Cristo no ha resucitado» —nos cuenta el apóstol Pablo— «la fe de ustedes es falsa; todavía están en sus pecados» (1Co 15:17). Entonces, dos versículos más tarde, «si hemos esperado en Cristo para esta vida solamente, somos, de todos los hombres, los más dignos de lástima». ¿Cuán penosa, entonces, parecería tu vida si estuvieras equivocado respecto a Jesús?
Tu vida sin la Pascua
Si Cristo no resucitó, tú todavía estás en tus pecados. El perdón que pensaste que habías encontrado es sólo una fantasía. Toda la culpa y la vergüenza que te quedaba aparte de la cruz de verdad te ha estado persiguiendo todos estos años y pronto te encontrará. Los pecados que pensaste que estaban cancelados nuevamente son tu deuda que debes pagar. Cada maldad que has dicho, pensado o hecho es puesta de nuevo sobre tus hombros. Has ofendido a Aquel que puede lanzar tanto tu cuerpo como tu alma al infierno, y no tienes defensor, no tienes Sumo Sacerdote, no tienes Cordero. La seguridad del altar se ha convertido en el horror de la horca.
Y si Cristo no resucitó, tu fe es falsa. Toda la esperanza, el esfuerzo y el sacrificio que has hecho para seguir a Jesús ha sido un desperdicio devastador. Si no resucitó, no puede hacer nada por tus pecados; no puede hacer nada por tu aflicción; no puede hacer nada por tu debilidad, tu confusión, tu enfermedad y tu dolor. Tu ancla ha sido cortada, tu vela desgarrada y tu bote salvavidas hundido. Si la cruz era el fin, el cristianismo no sería digno de un minuto más de tus pensamientos, mucho menos de tu fe.
¿Puedes imaginar cuán terrible sería tu vida si, al final, la Pascua demostraba ser un poco más que colores brillantes y huevos de chocolate?
¿Dónde está tu victoria?
Nuestras vidas serían una tragedia si Jesús aún estuviera muerto, pero está más vivo que nunca. Podrías excavar en cada continente de la tierra y no encontrarías sus huesos, porque están sentados en el trono del cielo. Él se les apareció en carne y hueso, y con cicatrices glorificadas a cientos y luego ascendió ante los ojos de sus discípulos. Por más sombrías que sean nuestras vidas a causa del pecado si Él nunca hubiera resucitado, nuestros futuros son mucho más brillantes porque Él sí lo hizo.
Si tienes esperanza en Cristo y Él sí resucitó, entonces no estás en tus pecados. ¿Cómo esto puede pasar de moda? Naciste en pecado y furia, cada uno en sus propios caminos, contra el Dios que te hizo. Estabas destinado a algo peor que la muerte: a un tormento consciente eterno. Y luego ya no lo estás. Dios mismo intervino entre tú y su ira. Ahora, en Cristo, estás destinado para un gozo eterno, consciente y cada vez mayor.
Y si Cristo resucitó de los muertos, tu fe no es falsa. No, tu fe ha vencido al mundo (1Jn 5:4). Por medio de la fe, «todo es de ustedes: ya sea Pablo, o Apolos, o Cefas, o el mundo, o la vida, o la muerte, o lo presente, o lo por venir, todo es suyo, y ustedes de Cristo, y Cristo de Dios» (1Co 3:21-23). Si Jesús resucitó, incluso la muerte te pertenece y algún día se arrodillará para servirte. La tumba vacía devela nuestra herencia y la sella para nosotros. Jesús ya cantó el coro que un día liderará por nosotros:
«Devorada ha sido la muerte en victoria.
¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?
¿Dónde, oh sepulcro, tu aguijón?» (1 Corintios 15:54-55).
Nuestro Domingo de Pascua que está por venir
El apóstol sabía cuánto dependía de esa cueva modesta a las afueras de Jerusalén. Y sabía cuán difícil sería creer lo que ocurrió ahí. Y él sabía que sería aún más difícil creer que eso mismo podría pasarnos a nosotros. Es por eso que 1 Corintios 15 está en la Biblia, para repetir la inevitable y galáctica realidad de la resurrección de Cristo por nosotros, y para prepararnos para la nuestra.
La mayoría de las personas en el mundo, miles y miles de millones de personas, creen que Él murió como cualquier otro hombre. Nosotros también creemos que murió, pero a diferencia de esas miles de millones, nosotros creemos que vivió para contarlo. Él viajó a través de la sangre, el tormento, la humillación, la tumba y luego allanó un camino centelleante para todos los que creen que vive. De esta manera, esa primera Pascua abre camino a una segunda Pascua, cuando todos los que han rendido sus vidas con la de Él serán resucitados para vivir donde Él vive.
[…] Se siembra un cuerpo corruptible, se resucita un cuerpo incorruptible; se siembra en deshonra, se resucita en gloria; se siembra en debilidad, se resucita en poder […]. Tal como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial (1 Corintios 15:42-49).
El próximo domingo de Pascua que está por venir, cuando las tumbas de todo el mundo se abran y se vacíen, no sólo veremos al Hombre que conquistó la muerte; nosotros seremos los que conquistaremos la muerte. Los cuerpos que una vez yacían en nuestras tumbas respirarán y volverán a caminar. No sólo estaremos con el Hombre del cielo, nosotros seremos como Él: puros, fuertes, inmortales y gloriosos.