En algún punto cerca del principio de mi vida cristiana, comencé a asociar la falta de sueño con la piedad, y por razones comprensibles.
El perezoso de Proverbios ha vivido durante mucho tiempo como un personaje vívido en mi imaginación: ese bufón que se deja caer en su cama «como la puerta gira sobre sus goznes […]» (Pr 26:14), que responde al cuarto llamado de su madre con un balbuceo: «un poco de dormir, un poco de dormitar […]» (Pr 6:10). Luego, positivamente, leo al salmista que oró a media noche y despertó antes del amanecer (Sal 119:62, 147), y de un Salvador que se levantaba «muy de mañana» (Mr 1:35) y que a veces pasaba la noche sin un pestañeo (Lc 6:12).
Los relatos de la historia de la iglesia también arrojan una sombra sobre mi cama. Leo con maravilla cómo Hudson Taylor a veces se levantaba a las 2:00 a. m. para leer y orar hasta las 4:00 a. m.1. George Whitefield, también, era conocido por comenzar su día bastante antes del amanecer, a veces terminando tanto sus devocionales como su primer sermón a las 6:00 a. m.2. ¿Acaso los puritanos no dormían sólo un par de horas en la noche? El pospuritano, William Law, parecía capturar el espíritu de los santos más piadosos cuando habló de «privarse del sueño» para redimir el tiempo3.
Bajo tales influencias, intenté muchas veces cortar los minutos y a veces las horas de mi rutina nocturna, tratando de encontrar la menor cantidad de sueño que pudiera tener sin perder las funciones esenciales. Saludé muchas medianoches y mañanas oscuras. Experimenté con relojes despertadores elaborados. Cambié mi almohada por tazas de café.
Y mientras tanto, no siempre tomé seriamente todo lo que Dios dice sobre dormir. No me di cuenta de que «a veces», como D. A. Carson lo plantea, «la decisión más santa y justa que podemos tomar es la de dormir bien»4.
Santos que duermen
Para todos los pasajes bíblicos que santifican la falta de sueño, quizás hay casi la misma que santifica el sueño. En Proverbios, el mismo padre que advierte a su hijo sobre los peligros de «dormir poco» también le asegura que la sabiduría da buen descanso (Pr 3:24). Junto con el salmista que alaba a Dios a la medianoche hay otros que lo adoran en la mañana después de una buena noche de descanso (Sal 3:5).
Y en los evangelios, una de las imágenes más extraordinarias de nuestro Salvador es la de Él en un bote azotado por la tormenta y zarandeado por las olas, «durmiendo sobre una almohadilla» (Mr 4:37-38). Él pudo estar despierto toda la noche cuando necesitaba, pero no tenía problema en tomar una siesta al día siguiente.
Sin embargo, quizás el respaldo más impactante del descanso provenga del simple hecho de que Dios nos hizo de esa manera. La Escritura no indica que nuestra necesidad de descansar por la noche inicie en Génesis 3. De hecho, antes de que se tomara el fruto del árbol, antes de que el hastío del pecado oprimiera al mundo, Adán durmió (Gn 2:21). Dormir, pareciera, no es una necesidad caída ni una tentación carnal, sino que un regalo divino. Tanto entonces como ahora, Dios «da el sueño a los que Él ama (Sal 127:2, RVC).
Y por lo tanto, aunque hay ocasiones donde tienes que renunciar a dormir por el bien de algo mayor, la Escritura nos da una postura habitual más positiva: en Cristo, Dios nos enseña a redimir el sueño. Él lleva nuestras camas de regreso al Edén, donde aprendemos a recibir el dormir como un sanador, un maestro, un dador y un siervo.
El sueño como sanador
Las noches cuando dormir parece una gran interrupción, como una parálisis de ocho horas en nuestros planes, podríamos encontrar ayuda al imaginar nuestras camas como un bálsamo para la mente, el cuerpo y el alma. Puesto que en el diseño de Dios, dormir nos detiene para sanarnos.
Hasta hace poco, los poderes curativos del sueño dados por Dios eran más una cuestión de intuición que de realidad empírica. No obstante, científicos del sueño ahora pueden escribir volúmenes sobre los beneficios del descanso adecuado para el cerebro y el cuerpo. Matthew Walker, director del Center for Human Sleep Science [Centro de Ciencia para el Sueño Humano], va tan lejos para decir: «aprenderemos que el sueño es un proveedor universal de salud: cualquiera sea la enfermedad física o mental, el sueño es una prescripción que puede curar5. Mientras dormimos inconscientes, el sueño solidifica nuestros recuerdos y nutre nuestra creatividad; impulsa nuestra energía y aleja las enfermedades.
Asimismo, esto también significa que el dormir juega un rol modesto, pero notable en nuestra salud espiritual. Como el ejercicio puede mantener nuestros cuerpos en forma para servir y como la nutrición puede energizarnos para las buenas obras, entonces un patrón saludable de sueño puede fomentar nuestro amor por Dios y por el prójimo, manteniéndonos despiertos y alertas para la meditación y la oración, disponiéndonos para gastar y gastarnos por otros. Más que eso, el buen descanso también nos guarda de pecados en los que podemos caer más fácilmente cuando estamos privados de sueño: irritabilidad e impaciencia, amargura y lujuria, cinismo y queja.
Cuando el miserable Elías le pidió a Dios que le quitara su vida, el remedio de Dios para el desaliento del profeta fue que primero durmiera, luego comiera, después durmiera más, y más adelante, finalmente, que hablara (1R 19:4-6). John Piper, habiendo aprendido la lección de Elías, menciona cómo se llega a estar «menos animado emocionalmente» con poco sueño. Por lo tanto, escribe: «para mí, el sueño adecuado no es un asunto de permanecer saludable. Es cuestión de permanecer en el ministerio. Estoy tentado a decir que es cuestión de perseverar como cristiano»6.
Cada noche, el Dios que teje estos cerebros y cuerpos está junto a nuestras camas, listo para volver a atar los cabos sueltos del día, para parchar nuestros hoyos y para despertarnos reparados, totalmente preparados para escuchar y responder a sus palabras de vida.
El sueño como maestro
A medida que el sueño sana, también enseña. Y en un mundo preocupado con la productividad, el sueño nos da lecciones que apenas podríamos aprender en otro lugar: Dios, no nosotros, sostiene nuestras vidas (Sal 121:3-4); su iniciativa y acción, no la nuestra, construye con decisión nuestros hogares y vela por nuestras ciudades (Sal 127:1-2). Para aquellos que tienden a la autosuficiencia productiva, la cama es un escritorio en la escuela de la humildad de Dios.
Al igual que el sabbat semanal de Israel, la hora de dormir nos manda a poner a un lado nuestra lista de quehaceres y a cesar nuestros esfuerzos, recordándonos que Dios puede mantener nuestras vidas funcionando mientras reposamos improductivos. Y como el sabbat de Israel, la lección difícilmente se aprende y fácilmente se olvida. Muchos de nosotros recibimos el descanso de Dios de mala gana, incluso a regañadientes, como personas buscando maná el séptimo día (Éx 16:27). Sin embargo, el maestro sueño regresa nuevamente, cada noche repitiendo su lección.
Para reforzar el punto, Dios nos cuenta historias donde Él obra maravillas durante nuestro sueño más profundo. En el Edén, Adán se queda dormido como soltero y se despierta para encontrar a su novia (Gn 2:21-23). Más tarde, un «sueño profundo» similar cae sobre Abram, y en la oscuridad, Dios hace promesas grandiosas y solemnes, y sella su misericordioso pacto (Gn 15:12-21). Y aún más tarde, mientras los pesados párpados de los discípulos se cierran en la angustia de su Salvador, Jesús lucha, ora y gana la victoria a solas en el Getsemaní (Mr 14:40-42).
Seguramente, no debemos suponer que Dios arreglará nuestro trabajo de mala calidad mientras dormimos. Con toda probabilidad, las malezas que el perezoso debiera haber arrancado hoy aún estarán mañana, un poco más altas debido a su negligencia. No obstante, para aquellos que son tentados a comer «el pan de la afanosa labor» (Sal 127:2), estas imágenes del cuidado incansable de Dios, su provisión sin descanso, nos recuerda poderosamente que Él puede hacer muchísimo más mientras dormimos que lo que nosotros podemos hacer cuando estamos despiertos.
El sueño como dador
Por supuesto, podemos reconocer al sueño como un sanador y como un maestro, pero aún seguir recostados de mala gana. La medicina y las lecciones podrían ser necesarias, pero la necesidad rara vez hace que los pacientes y los alumnos se alegren. Sin embargo, la Escritura habla del sueño no sólo como algo necesario, sino también, para el pueblo de Dios, como algo «dulce» (Pr 3:24; Jr 31:26).
Como la comida, el sueño cae entre esos buenos regalos «[…] para que con acción de gracias participen de ellos los que creen y que han conocido la verdad» (1Ti 4:3); es una parte de «todas las cosas» que Dios «da abundantemente» para nuestro disfrute (1Ti 6:17). Y por lo tanto, dormimos cristianamente cuando no sólo nos humillamos a nosotros mismos para obtener el sueño que necesitamos, sino que también cuando, como lo pone Adrian Reynolds, «despertamos después de una buena noche, nos estiramos y clamamos “gracias, Señor, por el buen regalo del sueño”»7. El sueño es un regalo generoso de un Dios generoso.
No obstante, más allá del refresco corporal, Dios nos invita a experimentar el sueño como un regalo en un nivel aún más profundo. Obtenemos un destello en el Salmo 31:5, una oración común a la hora de dormir en el tiempo de Jesús: «en tu mano encomiendo mi espíritu». De noche, Dios nos da el privilegio de darle todo nuestro ser a Él, incluyendo todos las preocupaciones que se sienten tan fastidiosas y problemáticas, tan desanimantes y distractoras. Allí, junto a nuestra cama, Él los toma —nos toma— y nos mantiene seguros mientras dormimos. Y no existe un lugar más dulce para dormir que en las soberanas manos de Dios.
Jesús, quien orararía el Salmo 31:5 antes de su gran sueño final, disfrutó este regalo cada día durante sus tres décadas en la tierra, ¿De qué otra manera pudo haber dormido en la tormenta? ¿De qué otra manera pudo Él descansar mientras estuvo rodeado por tanta necesidad, mientras era amenazado por tantos enemigos? Sólo porque cada noche Él entregaba su espíritu al cuidado de su Padre, y recibía de Él una paz que sobrepasaba los problemas más grandes de hoy y de mañana.
El sueño como siervo
El sueño como un sanador, el sueño como un maestro, el sueño como un dador: estos tres nos dan razones abundantes para buscar activamente un buen descanso nocturno. A la luz de ellos, muchos de nosotros podríamos necesitar reconocer cuánto sueño realmente necesitamos y considerar algunos conceptos básicos para quedarte dormido y permanecer dormido, especialmente en nuestro mundo cafeinado, sedentario y digital.
Sin embargo, el objetivo del sueño cristiano va aún más allá. Como seguidores del Salvador que sacrificó su sueño por nosotros, no buscamos un buen descanso nocturno a toda costa. No tomamos a este sanador, maestro, dador y lo ponemos como un amo. Al contrario, recibimos el sueño con un alma que está lista, en todo momento, a abandonar el sueño cuando el amor llama.
Quizás un amigo en necesidad pide un llamado telefónico tarde en la noche o un miembro del grupo pequeño necesita un aventón al aeropuerto temprano en la mañana. Tal vez un hijo llora en el pasillo o un cónyuge sólo necesita hablar. Quizás la hospitalidad se prolongó o alguna decisión crucial requiere una consulta de medianoche con nuestro Señor. De cualquier manera, de cara a tales necesidades, amablemente agradecemos el sueño por sus servicios y luego lo despedimos como el siervo que Dios estableció.
Cuando dejamos nuestras camas para andar en amor, no dejamos a nuestro Dios. Su ayuda es más fuerte que la sanidad del sueño, su sabiduría es más profunda que la enseñanza del sueño, su generosidad es mayor que la del sueño. Él puede sostenernos en nuestra falta de sueño y, en su buen tiempo, dar sueño nuevamente a sus amados.
Scott Hubbard © 2023 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.
- Taylor, Howard. Taylor, Geraldine. (2009) Hudson Taylor’s Spiritual Secret [El secreto espiritual de Hudson Taylor] (Chicago: Moody Publishers) p. 243.
- Dallimore, Arnold. (2010) George Whitefield: God’s Anointed Servant in the Great Revival of the Eighteenth Century [George Whitefield: el siervo ungido de Dios en el Gran Avivamiento del siglo xviii. (Wheaton, Illinois: Crossway Books). p. 196.
- Piper, John. (2006) Cuando no deseo a Dios (Grand Rapids, Michigan: Editorial Portavoz). p. 180.
- Carson, D. A. (2011) Escándalo: la cruz y la resurrección de Jesús. (Barcelona: Publicaciones Andamio). p. 78).
- Walker, Matthew. (2020). ¿Por qué dormimos?: la ciencia del sueño. (Capitán Swing).
N. del. T.: la segunda parte de la oración es traducción propia, pues la traducción oficial no agrega esa parte. - Piper, John. (2006) Cuando no deseo a Dios (Grand Rapids, Michigan: Editorial Portavoz). p. 224.
- Reynolds, Adrian. (2014). And So to Bed…: A Biblical View of Sleep [Entonces, a dormir…: una visión bíblica sobre dormir]. (Escocia, Reino Unido: Christian Focus Publication). p. 38. [Traducción propia].