«Tuvo una convulsión». Por dos años no había escuchado eso sobre mi hijo mayor y no quería escucharlo ahora en la víspera de Año Nuevo. Los recuerdos de tres años de convulsiones incontrolables se vinieron rápidamente a mi mente: la pena de verlo lastimarse; las complicaciones adicionales de nuestras vidas sobre sus otras discapacidades; la pérdida de control.
Las personas escuchan y ven cosas como esas y comienzan a imaginarse cómo debe ser la vida al criar un hijo con discapacidad: «su calidad de vida debe ser baja, tan baja que nadie querría vivir esa vida si le dieran la posibilidad»; «el matrimonio y el descanso de la familia debe estar significativa y negativamente impactada y no es justo para los otros miembros de la familia» o «la familia siempre es invadida por otros y depende de otros: educadores, terapeutas, doctores, trabajadores sociales y compañías de seguro».
Y cuando estos temores imaginarios se hacen realidad para muchas personas (cuando es su hijo que está por nacer el que tiene la discapacidad), estos niños mueren.
Incluso algunos estados «provida» con leyes que protegen a bebés no nacidos incluyen excepciones para niños con anomalías fetales graves. Los nuevos métodos y tecnologías de detección «rentables» permiten identificar más niños con discapacidades, como el Síndrome de Down, en etapas más tempranas del embarazo (cuando el aborto se considera «más seguro»).
Ese mejor conocimiento
Existen muchas maneras en que la comunidad de personas con discapacidad y los grupos de defensoría de padres están combatiendo este prejuicio asesino. Pero lo más probable es que no estés criando a un hijo con discapacidad ni seas miembro de alguno de esos grupos.
Y tú aún puedes hacer algo. Las personas te dirán que no entiendes y que no tienes derecho a «juzgar» lo que otra persona hace. No obstante, puede que Dios te haya dado el privilegio de salvar una pequeña vida independientemente de tu experiencia o conocimiento de primera fuente acerca de la discapacidad.
El conocimiento de la discapacidad es útil, pero no puede cambiar los corazones para que sean tiernos hacia un bebé vulnerable. La experiencia con discapacidad tampoco lleva a la apreciación del valor de la vida de ese pequeñito. La Dra. Emily France y sus colegas consideraron el asunto de experiencia parental y concluyeron: «la naturaleza del conocimiento de la experiencia de los padres no predijo si es que continuaban o terminaban con el embarazo (de un niño con anomalías fetales)».
Cristiano, lo que tienes es mejor que conocimiento o experiencia: tienes a Jesucristo. Cuando escuches la dura noticia de que la discapacidad ha entrado a una familia, no comiences a mirar alrededor para que alguien más empatice con su dolor. Que tu primera respuesta sea a Dios: «heme aquí, envíame a mí».
La confianza que necesitas
Ahora, podrías estar pensando: «pero no sé qué decir». Tal vez eso es lo que necesitan. Recuerda una de las cosas que los amigos de Job sí hicieron bien: «entonces se sentaron en el suelo con él por siete días y siete noches sin que nadie le dijera una palabra, porque veían que su dolor era muy grande» (Job 2:13).
Más importante, Jesús te ha prometido:
Pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, Él les enseñará todas las cosas, y les recordará todo lo que les he dicho. La paz les dejo, mi paz les doy; no se la doy a ustedes como el mundo la da. No se turbe su corazón ni tenga miedo (Juan 14:26-27).
Criar a un hijo con discapacidades graves no es fácil en esta cultura que aprecia la facilidad, la belleza y la riqueza por sobre el carácter, la persistencia y la convicción. Pero nuestra familia se une a otras familias cristianas que experimentan la discapacidad para decir que Dios es fiel aun en medio del dolor y el sufrimiento más grande. Mi hijo, y cada niño que viene, sin importar sus capacidades físicas o cognitivas, es valioso porque Dios los hizo.
Por tanto, cuando le llegue la noticia a una amiga, a un familiar, quizás incluso a tu propio hijo, recuerda al Dios que te dio vida cuando estabas muerto en tus pecados. Recuerda a Aquel que nos llama hacer cosas difíciles a partir del amor y que promete estar con nosotros en todo el camino. Pídele que te ayude. Luego, busca a la madre o al padre en amor y esperanza, por el bien del bebé, por su fe, para la gloria de Dios y para tu bien.