La familia diversa de Dios
La hospitalidad radicalmente ordinaria (aquellos que la viven) ve a los extraños como prójimos y a los prójimos como familia de Dios. Repudia la idea de reducir a una persona a una categoría o a una etiqueta. Ve la imagen de Dios reflejada en los ojos de cada ser humano en la tierra. Sabe que son como los adictos a la metanfetamina y trabajadores sexuales. Toman en serio su propio pecado, incluyendo el pecado del egoísmo y el orgullo. Toman en serio la santidad y la bondad de Dios. Usan la Biblia como un sustento sin excepciones.
Quienes viven radicalmente la hospitalidad ordinaria ven sus hogares no como propios, sino que como regalo de Dios para usarlo para la promoción de su Reino. Abren puertas; buscan a los desfavorecidos. Saben que el Evangelio viene con la llave de la casa. Toman la teología bíblica en serio, así como los credos, las confesiones y las tradiciones cristianas.
Hogares comunitarios
Ofrecer la hospitalidad radicalmente ordinaria es algo diario en nuestro hogar. Comienza temprano, con sopa de minestrone cocinada a fuego lento en uno de los quemadores y una olla de arroz al vapor calentándose en el otro. Termina tarde, con Kent haciendo camas en los sofás e inflando camas inflables para una familia varada en su viaje. Un corazón verdaderamente hospitalario anhela cada día la comunión centrada en Cristo alrededor de la mesa y las visitas que están genuinamente en necesidad. Tal corazón busca oportunidades para servir. La hospitalidad radicalmente ordinaria no tiene listas quisquillosas ni hace un gran alboroto por las invitaciones. Las invitaciones son abiertas.
La hospitalidad radicalmente ordinaria es evidenciada en hogares cristianos que reflejan a aquellos del primer siglo. Semejantes hogares son comunitarios. Son profundos y amplios en tradición y práctica cristiana. Como cristianos, somos un pueblo apartado y hacemos cosas diferentes. No nos preocupamos por lo que los prójimos no cristianos piensen, porque ellos están justo aquí compartiendo nuestra mesa y son más que felices en decirnos lo que piensan.
Lo que requiere
Practicar la hospitalidad radicalmente ordinaria necesita construir un margen de tiempo en el día, tiempo donde las rutinas regulares puedan ser interrumpidas, pero no destruidas. Este margen permanece abierto para que el Señor lo llene: llevar a un prójimo mayor al doctor, cuidar niños a último momento, hacer espacio para una familia desplazada por una inundación o una crisis de refugiados mundial.
Vivir la hospitalidad radicalmente ordinaria nos deja con bastante que compartir, porque intencionalmente vivimos por debajo de nuestros medios.
En la hospitalidad radicalmente ordinaria el anfitrión y la visita son intercambiables. Si vienes a mi casa para cenar y notan que aún le estoy enseñando matemáticas a un hijo, y mi ropa limpia sin doblar en el comedor, te subes las mangas y doblas mi ropa limpia, pones la mesa, cargas el lavavajillas o alimentas a los perros. En la hospitalidad radicalmente ordinaria, los anfitriones no se avergüenzan de recibir ayuda y las visitas saben que su ayuda es necesaria. Una familia de Dios que se reúne diariamente necesita a cada persona. Los anfitriones y las visitas son roles permeables.
La hospitalidad radicalmente ordinaria vivida en la familia de Dios que se reúne a diario, ora constantemente y no necesita invitación. Y los que aún no conocen al Señor son convocados para comer y tener comunión. La bondad terrenal es mostrada como buena y el solitario podría escoger no estar solo, y no estar crónicamente solo.
Vivir juntos
Practicamos la hospitalidad radicalmente ordinaria al llevar a cabo los sacrificios de obediencia a los que el pueblo de Dios es llamado a ofrecer. No pensamos que somos más misericordiosos que Dios, por lo que no animamos a las personas a pecar contra Él ni a violar lo que la Palabra de Dios dice. Nos lamentamos. Sabemos discretamente que Dios nos llama a cargar cruces pesadas y duras, a negarnos a nosotros mismos que llegamos a sentir que nos morimos. Confiamos en el poder de Dios más de lo que confiamos en nuestras limitaciones y sabemos que Él nunca da una orden sin dar la gracia para llevarla a cabo. Sin embargo, sabemos que la lucha es insuperable en solitario. Cuando se vive la hospitalidad radicalmente ordinaria, se les dice a los miembros de la familia que no están solos en sus luchas ni en sus alegrías. La hospitalidad radicalmente ordinaria está acompañada por el sufrimiento.
La hospitalidad radicalmente ordinaria caracteriza a aquellos que no se fastidian por diferentes cosmovisiones representadas en la mesa. Los realmente hospitalarios no se avergüenzan de mantener amistades con personas que son diferentes. No compran las bobadas del mundo sobre esto. Saben que hay una diferencia entre aceptación y aprobación, aceptan y respetan valientemente a las personas que piensan diferente a ellos. No se preocupan por que otros malinterpreten su amistad. Jesús cenó con pecadores, pero no pecó con pecadores. Jesús vivió en el mundo, pero no vivió como el mundo. Esta es la paradoja de Jesús. Y define a aquellos que están dispuestos a sufrir con otros por el bien de compartir y vivir el Evangelio, aquellos que se preocupan más por la integridad que por las apariencias.
Involucrarse en la hospitalidad radicalmente ordinaria significa que dedicamos el tiempo necesario para construir relaciones fuertes con personas que piensan diferente a nosotros así como a construir relaciones fuertes dentro de la familia de Dios. Significa que sabemos que sólo los hipócritas y los cobardes dejan que sus palabras sean más fuertes que sus relaciones, haciendo incursiones furtivas en la cultura de las redes sociales o comportándose como los santurrones moralistas del vecindario. La hospitalidad radicalmente ordinaria le muestra a este mundo poscristiano escéptico cómo se ve el cristianismo auténtico.