Mi esposo, Kent, fue instalado como pastor de nuestra iglesia en abril del 2012. Desde el momento en que Kent recibió el llamado, comenzamos a orar por oportunidades para amar a los vecinos de nuestra iglesia. Ubicada a cinco cuadras de una universidad de investigación progresista y adinerada (por ahora) y en la misma cuadra de un centro comunitario LGTBQ, encontramos trabas en todo momento. Intentamos parrilladas y fiestas para el vecindario. Nadie llegó.
Después de ocho años en este vecindario, solo dos puntos de contacto con el barrio continúan: la Fiesta Nacional Anual Contra el Crimen (el primer martes de agosto), donde Kent y otros hombres de la iglesia sirven como maestros parrilleros, y el Día de la Reforma (el 31 de octubre), cuando nuestra iglesia distribuye dulces y tratados, y abre el edificio de la iglesia para el descanso de cientos de cansados duendes, princesas y sus padres. Sin embargo, incluso en esos eventos para todos los vecinos, sentimos la brisa fría.
En agosto, los vecinos nos preguntaban si nuestra iglesia aceptaba a la comunidad LGTBQ, y si no lo hacíamos, nos preguntaban por qué estábamos ahí. En octubre, los padres le agarraban las manos a sus hijos disfrazados y cruzaban la calle, instruyéndoles que no recibieran nada de nuestras manos, ni siquiera nuestras sonrisas. Finalmente, un leve caso de vandalismo el año pasado nos desanimó a muchos de nosotros, cuando alguien usó un marcador permanente en un letrero de la entrada. El letrero original («Por favor, controle a su perro») fue pintarrajeado con «Por favor, controle a su Dios».
Con tristeza, a medida que la cultura tambalea agresivamente hacia políticas de identidad, nos damos cuenta de que en lugar de representar buenas noticias para todos, nuestra pequeña iglesia se había convertido en un símbolo de intenciones sospechosas.
Sorprendente respuesta a la oración
Nosotros continuamos orando para que el Señor le diera a nuestra iglesia una razón para estar en este vecindario y para que nuestros vecinos recibieran nuestro deseo de hacerles bien. Entonces Dios respondió nuestras oraciones enviando la COVID-19, y con ella, leyes de confinamiento y restricciones estrictas contra las reuniones en grupo por cualquier razón.
¿Cómo podría ser la COVID-19 una respuesta a nuestra oración por oportunidades para amar a nuestros vecinos?
Sé que esto podría sonar mal a nuestros oídos. Después de todo, Dios no es el autor ni la causa del pecado. ¿Cómo podría una pandemia mundial, la máquina asesina del nuevo virus que infesta a seis de los siete continentes, ser considerada una respuesta a la oración? ¿Y por qué alguien le agradecería a Dios por los meses de mandatos a refugiarse en casa, una intervención gubernamental agresiva cuyo daño económico y social nocivo se sentirá por generaciones?
Permíteme explicarlo.
La próxima cena
La COVID-19 ha cambiado profundamente (algunos dicen, permanentemente) la cadena alimenticia a lo largo del planeta. Aquí, en Carolina del Norte, esto nos golpeó como un ladrillo en marzo. Las grandes cadenas de tiendas estaban racionando los artículos básicos y las personas entraron en pánico. Los granjeros tenían comida, pero gran parte era desperdiciada porque los negocios de los restaurantes fueron cerrados y la comida era envasada y distribuida solamente a ellos.
Las políticas estrictas de confinamiento desanimaron completamente a las personas a salir de sus hogares y se alentó a todos los residentes a pedir sus alimentos a través de servicios de entregas a domicilio. La mayoría de los servicios tenían listas de espera y reglas confusas. Los brotes de COVID-19 en plantas envasadoras de carne provocaron que las personas buscaran una fuente de alimentos más limpia. Esta fue (y es) una tormenta perfecta. El alimento es una necesidad básica y la gente estaba (y está) gobernada por el pánico.
Por tanto, mi hija de catorce años y yo comenzamos a trabajar entregando alimento de un programa de agricultura sostenida por la comunidad que lleva a los consumidores productos directos desde la granja, que nosotros habíamos estado usando por ocho años. Las familias pedían cajas seleccionadas y luego agregaban carne y productos lácteos a esas cajas de acuerdo a sus necesidades para esa semana. Para trabajar como repartidoras, recibimos entrenamiento rápido e intensivo. Repartir comida en una pandemia no es algo pequeño. Sin duda, es un trabajo santo.
La iglesia en una nueva perspectiva
Providencialmente, la ruta que la compañía nos asignó fue el vecindario en el cual se encuentra nuestra iglesia. En nuestro primer día de trabajo, Kent y nuestro hijo adolescente también nos ayudaron. Todos los Butterfield estaban en cubierta para ayudar. Ese primer día, nos demoramos doce horas en completar nuestras entregas.
Nuestros vecinos nos recibieron con alegría y agradecimiento. Y muchos de ellos nos conocían como el pastor y la esposa del pastor de la iglesia que está en la cuadra. Las personas estaban (y están) en un estado de pánico por la COVID-19. Y que hubiera personas dispuestas a llevarles su comida significó algo para ellos. Nuestro rol como repartidores nos ha permitido ser vistos desde otro punto de vista.
Después de un día agotador, nos dimos cuenta de que el edificio de nuestra iglesia también podría servir para la distribución de la comida. Nuestro edificio de la iglesia, como otros, había estado sin usar y sin abrir durante semanas por las exigencias estatales. Le ofrecimos a la compañía el uso de nuestra iglesia como una parada para el camión, y el uso de nuestra cocina, baños e instalaciones como lugar de almacenamiento y de respiro para sus repartidores. Mi hija y yo aprendimos cómo limpiar y desinfectar el edificio según el nuevo código de acuerdo a la COVID-19 y pusimos una señalización: «Este edificio practica el distanciamiento social», entregamos mascarillas extra y abrimos las puertas para la compañía.
Ganando terreno
Ahora, los martes, nuestra iglesia está abierta, viva y sirviendo. Kent y nuestro hijo se quedan en la iglesia para ayudar a los conductores con cualquier necesidad, mientras mi hija y yo repartimos comida a 35 hogares (y contando). Los vecinos que en un momento desconfiaban, ahora nos agradecen por nuestro servicio. Muchos están pidiendo oración.
Después de terminar nuestras entregas, a menudo nos juntamos con vecinos preocupados e intentamos conectar a personas que necesitan alimentos con programas que sirven comida. Todos con quienes nos encontramos están en una crisis existencial. Y Dios nos ama tanto que nos nombró para servir, compartir y proclamar el Evangelio en la intensidad de esta crisis.
Volvemos a casa con listas de personas por las cuales orar y servir en más maneras. En una pandemia mundial, donde las personas literalmente temen respirar, la proclamación del Evangelio con palabras y obras gana nuevo terreno. Una manera práctica en que la COVID-19 fue una respuesta a nuestra oración es que su devastación ha provisto una razón clara para que nuestra iglesia conservadora y bíblica esté ubicada en esta comunidad progresista. Dios nunca se equivoca de dirección.
Agradecer a Dios por todo
La COVID-19 también ha moldeado mi entendimiento teológico sobre el bien y el mal, la providencia y la calamidad, el pecado y el arrepentimiento, la creencia en Cristo y la gracia. Como mi hermano Drew Poplin dijo durante una reunión virtual de oración, solo quienes pertenecen a Cristo pueden agradecer a Dios por su «uso sin pecado del pecado». Y si eso es cierto respecto al pecado, sin duda también lo es respecto a la pandemia. Por tanto, estoy comprometida a agradecerle a Dios por sus propósitos en la COVID-19.
La Palabra de Dios nos muestra cómo este tipo de oración funciona. El apóstol Pablo dice: «Den gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para ustedes en Cristo Jesús» (1Ts 5:18, [énfasis de la autora]). «[…] Sean llenos del Espíritu. […] Den siempre gracias por todo, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a Dios, el Padre» (Ef 5:18-20, [énfasis de la autora]). «Por nada estén afanosos; antes bien, en todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer sus peticiones delante de Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará sus corazones y sus mentes en Cristo Jesús» (Fil 4:6-7, [énfasis de la autora]).
Dar gracias a Dios por todo, incluso por la COVID-19, nos humilla profundamente. Nos recuerda que la providencia de Dios es perfecta y nuestro punto de vista, erróneo. Puesto que Dios es bueno, justo y sabio, todo el tiempo y en toda circunstancia, la COVID-19, para el cristiano debe ser para nuestro bien y para la gloria de Dios.
Ídolos nacionales y personales
Dar gracias a Dios por la COVID-19 también nos posiciona para comenzar a ver el mundo desde el punto de vista de Él. La pandemia destruye nuestros ídolos de prosperidad, derriba la falsa confianza de todos los hombres y nos hace sentir inseguros en nuestras propias fuerzas (y sentirnos inseguros es lógico). Como escribe Juan Calvino en su comentario de Oseas 1:5: «no hay razón por la que debamos sentirnos seguros cuando Dios declara oponerse a nosotros y estar enojado con nosotros».
Los ídolos que Dios está destruyendo son tanto nacionales como personales. Dios está señalando con su dedo a todos nuestros corazones. Si quitarnos nuestra prosperidad es la manera en que Dios nos sacudirá de nuestros pecados nacionales y personales, ¿lo daremos todo?
¿Has considerado las repercusiones de que este junio será el primero en décadas sin una marcha pública del orgullo gay? ¿Por qué esta es una gran noticia? En primer lugar, porque la identidad sexual depende de la aprobación de una audiencia que puede influir a otros a ir hacia su lado, usando una ideología de libertad personal y victimización. Una plataforma virtual atrae solo a los fieles, negándoles el oxígeno que este particular fuego necesita.
En segundo lugar, sin la audiencia, la identidad sexual no puede ser normalizada. Este es el corazón de la pregunta para nosotros. ¿Estás alabando a Dios por esta interrupción? ¿O prefieres quejarte del orgullo gay (y otros pecados) desde la comodidad con aire acondicionado de tu casa, en medio de una economía que se beneficia de todo tipo de pecado?
Aquello que vencerá
Dar gracias a Dios por la COVID-19 resalta nuestra unión con Cristo. Nos muestra cómo la unión con Cristo depende de la persona y de la obra de Jesucristo en nuestras vidas y no de una audiencia de meros hombres que aprueben. Nos hace profundizar en los medios de gracia de Dios y nos hace lamentarnos por los Días del Señor que han ido y venido sin adoración pública.
Por último, los cristianos que dan gracias públicamente a Dios por todas las cosas, incluso por la COVID-19, le dan la gloria a Dios y alientan a un mundo sofocado por el pánico y el frenesí, mientras pone su esperanza y confianza en sí mismo. Juan escribe: «Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo. Y esta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe» (1Jn 5:4). La COVID-19 no vencerá al mundo. Cristo lo hará. Y nosotros estaremos en Él.