Ese particularmente amargo invierno de Nueva York azotó duras promesas contra la puerta principal de la casa de mi vecino: promesas que permanecían esquivas e inimaginables.
Detrás de esa puerta, mis vecinos, Ken y Floy Smith, y yo estábamos conversando.
Ken se inclinó, con un tazón tibio de café descafeinado débilmente filtrado en la mano, e hizo una pregunta que puso nuestras opuestas cosmovisiones en perspectiva: «¿crees que lo que es verdad determina lo que es ético o crees que lo que es ético determina lo que es verdad?».
Antes de que se considerara lenguaje de odio
Hace décadas, cuando esta pregunta desestabilizaba mi vida que rechazaba a Dios pero que era moral de otra manera (como la hubiese descrito en ese entonces), creía que la última opción era la correcta. Creía que la ética guiaba a la verdad y que la verdad era una creación cultural, nacida de la desesperación por bondad de la humanidad y de las necesidades percibidas de las personas. Cuando mi vecino hizo esta pregunta, inmediatamente la rechacé como mal fundada y vulgar (algo así como el débil descafeinado en mi tazón). Respondí con años de estudios en ética situacional: la verdad es una construcción social; la verdad toma forma a los ojos de quien observa.
Estábamos hablando, mis vecinos y yo, sobre los derechos homosexuales. Este era un tema tanto personal como político para mí. Me identificaba como lesbiana y vivía felizmente en una relación comprometida con otra mujer. Amaba a mi novia de la manera que me parecía mejor; me preocupaba por mi comunidad queer; fui la coautora de la primera política de pareja de hecho en mi universidad. Estaba lista para convertirme en una «radical permanente»: una profesora universitaria con una suficiente seguridad laboral y audacia para llevar la teoría queer de la universidad a la calle.
Estaba, según creía, en el lado correcto de la historia. Sin embargo, mi vecino, Ken Smith, entonces pastor de la iglesia presbiteriana reformada Syracuse, también era mi amigo. Él, su esposa y yo compartíamos comidas semanales (a veces en mi casa, pero la mayoría de las veces en la de ellos) en las que conversábamos sobre asuntos profundos y de peso de la vida para hacer esto de nuevo: partir el pan y conversar.
Entremos en la interseccionalidad
Hace veintidós años, no se consideraba lenguaje de odio que Ken me dijera que él me aceptaba como lesbiana, pero que no lo aprobaba. Yo rechazaba la cosmovisión de Ken y él rechazaba la mía; estábamos en igualdad de condiciones. Veíamos claramente nuestras diferencias de cosmovisión, pero aquellas divisiones, en ese tiempo, no traían consigo el peso acusatorio de ataque personal. En la estrategia de hoy, eso no tendría éxito.
¿Por qué? ¿Qué se interpone en nuestro camino de ser amigos con nuestros vecinos que piensan diferente a nosotros?
1. La antropología no bíblica
Mis conversaciones con Ken y Floy tuvieron lugar antes de que la idea de «interseccionalidad» se hubiese trasladado de la academia a las calles. La interseccionalidad aún era, en 1997, solo una idea académica. Esta era su premisa: la condición de persona y la identidad, quién eres realmente, son mejor determinadas por cuántas opresiones sociales has sufrido.
Originalmente, la interseccionalidad lidiaba con opresiones estructurales y materiales, resaltando cómo la raza, la clase social y el tejado de vidrio del sexismo tenían un gran peso en una sociedad compuesta de pecadores. Sin embargo, cuando el feminismo cambió su lealtad de Marx a Freud, cuando cambió de los números a los sentimientos, a la orientación sexual e identidad de género tomó nuevas formas
Cuando ideas como «el daño a la dignidad» (el daño conferido a tu dignidad por la negativa de alguien a aprobar tu pecado) encontraron su lugar en la ley civil, la interseccionalidad desencadenó un monstruo. Con este monstruo vino un mensaje: la homosexualidad no es un pecado; es una orientación o manera estética y erótica de ver al mundo y todo lo que hay en él. En la actualidad, el Evangelio está en un rumbo de colisión con este mensaje.
2. Las iglesias comprometidas
La interseccionalidad pone a la vista la división entre los cristianos y nuestros vecinos que piensan diferente, pero el pueblo de Dios nunca debe ser un golpeado por la moda actual en la cosmovisión (incluso si algunos segmentos de la iglesia evangélica son impulsadas por ello). El problema real no es lo que el mundo piensa; sino más bien, que partes de la iglesia evangélica están permitiendo que el mundo les predique sobre la condición de una persona y la identidad, sobre quiénes son real y ontológicamente las personas y qué necesitan para florecer.
Ocurren muchas tragedias cuando el mundo le predica a la iglesia (y la iglesia escucha), y una de ellas es que las conversiones falsas se multiplican. Vivimos en un mundo evangélico cuyos profetas podrían estar convencidos de las promesas del Evangelio, pero que no necesariamente están convertidos bajo la verdad del Evangelio. ¿Cuál es el tema para el sermón que predican? Predican sermones de preguntas, reubicando lo que Dios llama pecado en la categoría de la estética: la observación de la belleza en medio del dolor. Rechazan la verdad de Dios como una lógica de «adhesivo de auto» y responden preguntas con más preguntas, no con respuestas, siempre favoreciendo el punto de vista del pecador por sobre el del Cristo crucificado y resucitado.
Una vez que los líderes de la iglesia evangélica ubican algo que Dios llama pecado en el marco de la estética, el gran regalo que el Señor Jesús le ofrece a su pueblo, el regalo del rescate y el arrepentimiento, ya no se considera como necesario. La culpa cambia del pecado de una persona al prejuicio percibido por la iglesia.
¿Qué hacer? Asegúrate de que seas un miembro de una iglesia bíblicamente sana cuyas prácticas abracen las marcas de la fidelidad: tratar adecuadamente la Palabra, los sacramentos y la práctica de la disciplina de la iglesia. Si tu iglesia falla en cumplir esos estándares o te rehusas a ser miembro porque te amarra o piensas que hacer la paz con el pecado te dará acceso a un lugar en la mesa para dar testimonio de Cristo al mundo, piénsalo nuevamente. La membresía de tu iglesia es parte de tu disciplina espiritual para enganchar con el mundo. Si te resistes a ser miembro de una iglesia que practica y aprueba el pecado, te has hecho a ti mismo culpable corporativo de este pecado.
3. El encaprichamiento de las redes sociales
El encaprichamiento de las redes sociales ha removido las distinciones entre lo privado y lo público. Ken y Floyd Smith y yo nos juntábamos privadamente para cenar. A menudo otras personas se nos unían. No obstante, nuestras sentidas diferencias no estaban sometidas a la dura mirada de Twitter, Facebook o de blogs.
En lugar de burlarnos o intentar de destruirnos unos a otros en redes sociales, considerábamos nuestras diferencias y llevábamos un plato caliente a la próxima cena del jueves. Esta respuesta nos ayudó a dejar que ciertas ofensas resbalaran y, en su lugar, nos centráramos en el panorama general. Nos animó a considerarnos el uno al otro como seres humanos (no como una pizarra en blanco llena de ideologías en competencia y relaciones de poder).
Puertas abiertas
Ken, Floy y yo nos hicimos buenos amigos antes de este momento cultural actual. Pudimos ver que nuestra humanidad estaba íntimamente conectada, pero no completamente absorbida, a nuestras diferentes cosmovisiones, conjunto de ideas, vocabulario, libros y valores que representaban. Podíamos vernos como seres humanos aún en nuestras diferencias. Y debido a esta perspectiva, podíamos sentarnos a la mesa, partir y el pan y conversar.
Por lo tanto, cristiano, ¿cómo puedes comenzar a conectarte constructivamente con tus vecinos? Conoce tu cultura, haz promesas de membresía en una iglesia bíblicamente fiel y regresa a una práctica de privacidad. Sí, la interseccionalidad ha encontrado su asidero hoy, no solo en la cultura más amplia, sino que también en algunos segmentos de la iglesia evangélica. Es una cosmovisión que viene con ultimatums («ámame a mí, ama a mi perro»). Es una cosmovisión que descansa en nociones de ontología (quiénes son las personas) que no son bíblicas. No acepta que el pecado original es realmente pecaminoso, prefiriendo considerar este pecado registrado en nuestros corazones antes de nuestro primer respiro como una mera forma de diferencia estética.
La mejor manera para que el pueblo de Dios diga que «no» a las reflexiones no bíblicas de la condición de persona y de interseccionalidad es decir que «sí» a la hospitalidad bíblica. Cuando te reúnes alrededor de una mesa con tu enemigo cultural percibido, no una vez, sino que semanalmente, muestras que la cultura no es el rey; Jesús lo es. Haz buenas preguntas y escucha las respuestas de las personas. Quizás podrías comenzar con esta: ¿crees que lo que es verdad determina lo que es ético o crees que lo que es ético determina no lo que es verdad?
Rosaria Butterfield © 2018 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda

