A lo largo de mi década como hombre soltero en la iglesia (de los 19 a los 29 años), aprendí mucho sobre la masculinidad soltera piadosa. Sin embargo, una lección que me resultó un tanto esquiva fue cómo relacionarme con las mujeres solteras.
Sin duda crecí algo en esa área. Mis veinte años cristianos evitaron mucho de la necedad de mi adolescencia no cristiana (gracias a Dios). Disfruté de algunas relaciones saludables con hermanas en Cristo: relaciones marcadas por la claridad, el respeto mutuo y el tipo correcto de amistad. No obstante, a menudo me sentía a la deriva. A veces mantenía una fría distancia cuando debí haber dicho una palabra amable. En ocasiones, me acerqué cuando debí haber mantenido un espacio. Dudé y volví a dudar. Herí y fui herido.
Las hermanas espirituales en la vida de un hombre soltero son un regalo incalculable. De hecho, entre las «cientas» de bendiciones que Jesús les promete a aquellos que lo siguen, Él menciona específicamente no sólo «casas, y hermanos, […] y madres, e hijos, y tierras», sino también «hermanas» (Mr 10:29-30). Jesús les da estas hermanas a los hombres solteros (y los hombres solteros a estas hermanas) como amigas y peregrinos compañeros en el camino de la gracia a la gloria.
No obstante, relacionarse bien con las hermanas en Cristo requiere cuidado. Se necesita amor y sabiduría, humildad y consejo, dominio propio y sensibilidad al Espíritu. Por lo tanto, ¿cómo podría un hombre soltero madurar en sus relaciones con las mujeres solteras? ¿Cómo podría convertirse más en el hermano que Jesús lo llama a ser?
Nuestro llamado a honrar
Si tuviéramos que escoger una palabra para capturar la postura general del hombre soltero hacia las mujeres en su vida, sería honor. El apóstol Pedro menciona el honor como una parte central del llamado de un esposo hacia su esposa (1P 3:7), pero tal honor no comienza cuando un hombre se convierte en esposo; empieza cuando se convierte en hermano. Inherente en la hermandad piadosa se encuentra un impulso a proteger y a respetar, a apreciar y a cuidar: a honrar.
Considera, por ejemplo, dos modelos destacados de hermandad en la soltería en el Nuevo Testamento: nuestro Señor Jesús y su apóstol Pablo. Jesús no le avergonzaba llamar a sus discípulas mujeres «hermanas» (Mt 12:50). Aun cuando escogió a hombres como sus doce apóstoles, Él llamó a muchas mujeres a que lo siguieran también, a veces incluso viviendo de su provisión económica (Lc 8:1-3). En Lucas 10:39, obtenemos una buena visión de cómo las mujeres se sentían alrededor de Jesús, donde María se sienta con amor a los pies de su hermano Señor, sintiéndose segura, en casa y honrada.
Pablo, como su Señor, no dudó en honrar a las honorables hermanas en su vida ni en hacerlo públicamente. De las veintinueve personas que saluda en Romanos 16, nueve son mujeres. Y de esas mujeres «nuestra hermana Febe» recibe su primer elogio como portadora de la carta a los romanos y patrocinadora de Pablo (Ro 16:1-2). En Filipenses también, cuando Pablo menciona a Evodia y a Síntique, no sólo llama a las mujeres a la unidad, sino que las elogia como hermanas que «han compartido mis luchas en la causa del evangelio» (Fil 4:3). Pablo parece establecer límites en sus relaciones con mujeres (todos sus compañeros de viaje fueron hombres, por ejemplo), pero dentro de esos límites, le entusiasmaba honrar.
Por tanto, si un hombre soltero quiere relacionarse con mujeres como lo hicieron Jesús y Pablo, deberá aprender el arte de honrar a sus hermanas. Se preguntará cómo podría hacer que las mujeres se sientan seguras, dignificadas y vistas. Y para ese fin, él podría poner su atención en cuatro posturas clave: pureza, claridad, valentía y comunidad.
1. Pureza (en lo secreto de la mente)
Cuando Pablo le dice al joven Timoteo cómo debe relacionarse con los distintos miembros de su iglesia, él lo llama a tratar a «las más jóvenes, como a hermanas, con toda pureza» (1Ti 5:2) [énfasis del autor]. Tal pureza formará el comportamiento externo de Timoteo hacia las mujeres, pero sólo al formar primero su carácter interno, incluyendo las áreas más secretas del corazón y la mente.
Un hombre piadoso sabe que las palabras y las acciones impuras vienen «de la abundancia del corazón» (Mt 12:34; 15:19). Por tanto, un hombre piadoso guarda su corazón por sobre todo lo demás. Él sabe que si esta ciudad es invadida, todo el reino fracasa. Si esta fuente es contaminada, todo riachuelo se ensucia. No importa cuánto parezca honrar a las mujeres en lo externo, su honor es hipócrita mientras deshonre a las mujeres en lo interno. Y con toda probabilidad, la deshonra interna encontrará su camino hacia al exterior con el tiempo.
Entonces, la pureza es su búsqueda (y la pureza no sólo en los márgenes del corazón y la mente, sino hasta la médula). Él abre cada ventana, cada puerta, desde el clóset a la bodega hasta el ático, pidiéndole a Dios que limpie toda la casa. Ninguna pornografía es buena; ninguna fantasía es mejor. Ninguna fantasía es buena; ninguna segunda mirada es mejor. Ninguna segunda mirada es buena; ninguna evaluación sutil de la forma de una mujer es mejor.
Ningún hombre (o mujer, para el caso) alcanzará la pureza perfecta aquí. La pureza perfecta viene sólo cuando finalmente vemos el rostro de Jesús (1Jn 3:2). Hasta entonces, la gracia abunda para todo el que lucha con caminar en la luz. No obstante, si queremos honrar a las mujeres de nuestras vidas, comenzaremos aquí. Creeremos que la pureza interna, que fluye desde un gozo alegre en Jesús, trae placeres que la impureza nunca puede dar. Y, por lo tanto, diremos no a la lujuria y seguiremos diciendo que no; diremos que sí a Cristo y seguiremos diciendo que sí.
2. Claridad (en palabra y obra)
Después de haber puesto sus ojos en la pureza, también pone su atención en la claridad. Entre las mujeres solteras de nuestras iglesias, algunas se sienten confundidas por el comportamiento de sus hermanos solteros. «¿A él sólo le gusta ser amigos o quiere algo más? ¿Me enviaría tantos mensajes de texto si no estuviera interesado en salir conmigo? ¿Qué debo hacer si seguimos teniendo conversaciones profundas?».
Por un lado, tales preguntas a veces son inevitables; nacen naturalmente a partir de la incertidumbre de la soltería. Por otro lado, los hombres solteros pueden hacer mucho para marcar sus relaciones con claridad. Pueden hablar de maneras que eviten el coqueteo y la sugestión. Pueden actuar consistentemente con sus intenciones. Pueden traer el aire bendito de la claridad en un entorno relacional que a menudo está cargado de confusión.
«No buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás», Pablo escribe (Fil 2:4). Las relaciones con las mujeres solteras a menudo tientan a los hombres a mirar a sus propios intereses. Coquetear se siente divertido. Compartir bromas ofrece un sentido de intimidad. Intercambiar miradas toca un profundo anhelo por cercanía. No obstante, cuando el coqueteo, las bromas internas y las miradas mutuas ocurren aparte de una búsqueda intencional, pueden pisotear los intereses de una mujer bajo los pies.
¿Cómo podría un hombre decir si se está relacionando con una mujer con claridad en palabra y obra? Podría hacerse las siguientes preguntas:
- ¿Me encuentro mostrándole atención especial a alguna mujer? ¿Me acerco primero a ella entre la multitud? ¿La busco instintivamente con la mirada en una conversación de grupo? ¿Me comunico con el tipo de profundidad o frecuencia que podría sugerir interés?
- ¿Siento que alguna mujer me presta especial atención? Si es así, ¿he hecho algo para recibir y animar su interés?
Correctamente construidos, los límites claros dan espacio para que crezcan cosas buenas. Cuando una hermana no tiene dudas de que un hombre es simplemente un hermano, él puede honrarla sin sospechas, puede hacer ministerio junto a ella (y otros) sin insinuaciones y puede disfrutar una conversación sin despertar amor imprudentemente.
3. Valentía (en la búsqueda)
Llega el momento, por supuesto, cuando una relación marcada por la claridad pareciera que podría convertirse en algo más. Gradualmente, una mujer crece en la estima de un hombre. Su amistad se profundiza dentro de límites sabios. Él se pregunta si es que ella siente lo mismo. ¿Cómo la honra ahora a medida que su corazón se vuelca hacia la búsqueda? En parte, al mostrar valentía.
Alguien necesita dar el aterrador primer paso. Alguien necesita iniciar la arriesgada conversación, decir la palabra audaz, hacer la pregunta honesta. Alguien necesita liderar en la vulnerabilidad. ¿Por qué no tú? El llamado a la claridad ya le ha enseñado a un hombre a tratar sus intereses por sobre los suyos, entonces, ¿por qué no en la búsqueda también?
Sin duda, las mujeres también pueden encontrar maneras de mostrar valentía. Recuerden a Rut. No obstante, en general, el impulso de un hombre piadoso de proteger a las mujeres a su alrededor lo impulsa a abrir su corazón primero, sabiendo completamente bien que podría ser rechazado. «Del cielo vino y la buscó», cantamos de nuestro Novio. Por lo tanto, en un tenue reflejo de Él, anda y busca a tu novia.
Para estar seguros, debemos tener cuidado de la valentía temeraria. A veces, un hombre busca a una mujer que apenas lo conoce y no tiene la menor idea de lo que está por venir. Ella sólo lo ha escuchado hablar desde el otro lado de la sala; lo conoce sólo a la distancia. Y ahora, desde la nada, comparte su alma (y quizás incluso use la palabra con m). Intenta que se suba a su auto mientras maneja a casi 100 km/h.
Pero dejando de lado la temeridad, un hombre soltero piadoso no puede escapar de la valentía. Puede que ella te decepcione en tu cara, pero probablemente te respetará. La habrás honrado por tu búsqueda, tu claridad, tu valentía, y el Señor Jesús sabe cómo sanar corazones heridos en el camino del honor (Sal 147:3).
4. Comunidad (en todo)
Finalmente, en cada parte de la hermandad soltera, depende profundamente de tu comunidad. A veces, la pureza puede sentirse inalcanzable. La claridad puede sentirse confusa. La valentía puede sentirse completamente desalentadora. Pero con una comunidad a tu lado —aconsejándote con sabiduría (Pr 12:15), estimulándote al «amor y a las buenas obras» (Heb 10:24)— de pronto puede sentirse posible.
Mi colega, Marshall Segal, llama a la comunidad «el mal tercio que todos necesitamos»:
Todos necesitamos un mal tercio —en la vida y en el noviazgo—. Necesitamos personas que realmente nos conozcan y nos amen, y que quieran lo mejor para nosotros, aunque en ese momento no sea lo que nosotros deseamos1.
Tales personas podrían no ser fáciles de encontrar. E incluso si las encontramos, podrían no ofrecer voluntariamente el consejo que necesitamos escuchar. Probablemente, necesitaremos buscarlo y sacarlo de ellos. Anda, entonces y dile a un hermano cómo se ve la tentación ahora. Pídele a un matrimonio que ponga ojo en tus relaciones con mujeres solteras para decirte si parecen coquetas o distantes. Y luego busca consuelo si eres herido.
Ningún hombre permanece en el camino del honor solo. Pero con la ayuda de hermanos, padres y madres (regalos de esa comunidad multiplicada por cien que Jesús prometió), él puede aprender a amar y honrar a las hermanas en su vida.