Conviértete en una madre espiritual
¿Qué es hacer discípulos? David Mathis lo llama «crianza espiritual»[1]. Él dice: «es la atención y guía personal de una generación espiritual a la próxima»[2]. Si no existe similitud entre la maternidad y el discipulado, lo estamos haciendo mal. Tito 2 describe este discipulado de mujer a mujer de la siguiente manera:
Asimismo, las ancianas deben ser reverentes en su conducta, no calumniadoras ni esclavas de mucho vino. Que enseñen lo bueno, para que puedan instruir a las jóvenes a que amen a sus maridos, a que amen a sus hijos, a que sean prudentes, puras, hacendosas en el hogar, amables, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada […] (Tito 2:3-6).
Cuando se trata de tener hijos, los espirituales son los únicos que perduran. Una madre biológica es tan infértil como una rama si sus hijos no son sus hijos espirituales. Y una mujer infértil podría ser tan fértil como el Nilo con sus hijos e hijas espirituales.
Cuando mis hijos mayores eran bebés, intenté realizar varios proyectos de tejido. Mi abuela era una tejedora maravillosa y también lo era con el crochet. Me enseñó un poco cuando era niña, pero falleció cuando yo tenía 16 y no estaba para enseñarme a desarrollar mis habilidades. Compré un libro de tejido tan grueso como la Biblia y me puse a descifrar los códigos del lenguaje del tejido. Fue bastante difícil, y al final me vi obligada a escoger sólo los patrones más simples porque no tenía una profesora que pudiera enseñarme en persona una y otra vez a cómo hacer los puntos. Terminé algunas cosas simples que logré a duras penas. Tito 2 nos muestra una imagen diferente.
El discipulado de Tito 2
La discípula de Tito 2 tiene a una mujer mayor ahí para decirle que respire profundo cuando se siente ofendida por un pasaje de la Escritura. Tiene a alguien sentada junto a ella en la tensión y que maneja habilidosamente la Palabra de Dios ante sus ojos; en otras palabras, tiene a una maestra tejedora al lado para mostrarle pacientemente los puntos de la vida en Cristo. Esta mujer mayor está transmitiendo recetas sencillas para alimentar a una multitud a fin de que la hospitalidad comience a florecer y dando sugerencias para los horarios y organización con la esperanza de que un hogar bien administrado esté libre para la obra del ministerio. Tiene un ojo agudo para detectar todas las formas en las que Dios ya está obrando en esta discípula más joven y se las señala. Y está haciendo todas estas cosas a la medida de la mujer que tiene frente a ella, reforzando sus debilidades, dando gracias por sus fortalezas y, en todo tipo de cosas, presentando a Cristo y a su Palabra.
Enseña a aprender; aprende a enseñar
A veces la manera en que Dios nos hace crecer es al forzarnos a enseñar a otras. Quizás anhelamos a la mujer mayor ideal de Tito 2 que derrame su sabiduría sobre nosotras. No obstante, quizás Dios quiere usar ese anhelo como el catalizador que nos lleva a convertirnos en la mujer mayor y más sabia que quisiéramos tener. Nunca aprendemos tan bien como cuando enseñamos. Al final, nuestro objetivo simplemente es este: hacer a Cristo el centro y el objetivo de cada relación para la gloria de Dios. Dietrich Bonhoeffer dice:
El llamado de Jesús nos enseña que nuestra relación con el mundo ha sido edificada sobre una ilusión. Todo el tiempo pensamos que disfrutamos de una relación directa con los hombres y las cosas. Eso es lo que nos impidió la fe y la obediencia. Ahora nos enteramos de que la mayoría de las relaciones íntimas de la vida, en nuestro parentesco con padre y madre, hermanos y hermanas, el amor matrimonial y nuestro deber con la comunidad, y las relaciones directas son imposibles. Desde la venida de Cristo, sus seguidores ya no tienen más realidades inmediatas propias, ni en sus relaciones de familia, ni en los lazos con su nación, ni en las relaciones formadas en el proceso de la vida. Entre padre e hijo, esposo y esposa, el individuo y la nación, se encuentra Cristo como Mediador, ya sea que puedan reconocerlo o no. No podemos establecer contacto directo fuera de nosotros mismos excepto a través de Él, su Palabra y nuestro caminar detrás de Él. Pensar de otra manera es engañarnos a nosotros mismos[3].
Traer a Cristo a toda interacción y a toda relación es la obra de hacer discípulos (no porque en realidad necesitamos llevarlo ahí, como si no estuviera ahí ya, sino porque nos volvemos insensibles a su presencia). Pensamos que podemos ver cosas correctamente y crecer sin Él. Actuamos como si nuestras relaciones e interacciones ocurrieran independiente de Él, cuando en realidad nada pasa independiente de Él. El discipulado es ayudar a otros a ver a Cristo como Él es: anterior a todas las cosas, sosteniéndolas todas juntas, el todo en todos. Y al ayudar a otras, nuestra propia fe se hace visible.