Cuando renaciste en Cristo, ¿en qué te convertiste? La respuesta obvia es en «una cristiana». ¡Esta es la verdad más hermosa en el mundo! Pero, más específicamente, ¿renaciste como un nuevo tú, como mujer? ¿O al convertirte en cristiana ahora vas más allá de tu sexo y tu cuerpo?
No es algo fortuito que Dios haya hecho a las mujeres como mujeres y nos rehiciera en Cristo como mujeres, no como hombres ni como humanos andróginos. Nuestros cuerpos femeninos ahora son cuerpos femeninos cristianos, diseñados y asignados por Dios mismo. Tienen algo que decirnos sobre nuestro llamado y misión en la vida, así como el cuerpo de Eva, diferente del de Adán, tenía algo importante que decir sobre su llamado, distinto al de su esposo.
Mira tu cuerpo
El susurro del gnosticismo antiguo y el orgullo desmesurado moderno nos aconsejaría ignorar nuestros cuerpos y mirar hacia adentro para descubrir nuestro llamado. De acuerdo, el conocimiento propio de nuestro ser interior es un aspecto de la manera en que discernimos de qué estamos hechas. Sin embargo, si queremos tener un sentido establecido y perdurable de lo que se supone que debemos estar haciendo con nuestras vidas, necesitaremos algo más estable e inalterable que nuestro yo interno. Necesitamos a Jesucristo, quien es el mismo ayer, hoy y siempre (Heb 13:8) y necesitamos observar los cuerpos que él nos ha dado, creados por él y para él (Col 1:16-17).
¿Por qué los martillos son pesados y planos por un lado? ¿Por qué los libros encajan tan bien en tu mano? ¿Por qué el banquillo del piano tiene la altura justa y las teclas del piano tienen el tamaño apropiado para los dedos? ¿Por qué las mangueras se estiran tanto y se acoplan a las llaves? ¿Por qué las mujeres son suaves y tiernas, con pechos y brazos, caderas curvas, pies, piernas, mentes, úteros y ciclo mensual?
¿Acaso todo es solo casualidad? ¿Qué importa?
Tu cuerpo y tu llamado
Quizás pienses que estoy minimizando tu persona, que estoy reduciendo a las mujeres a la suma de sus partes, que estoy suponiendo que las mujeres no son más que una incubadora de bebés (o peor, que no más que su sexualidad).
No obstante, escúchame, las mujeres sin duda somos más que nuestra sexualidad. Somos más que nuestros cuerpos, más que nuestro útero o que nuestros brazos o nuestras piernas, incluso más que nuestras mentes, pero no somos menos que esas cosas. No somos menos que los cuerpos que Dios nos ha dado. Los cuerpos importan. Esos cuerpos nos llevarán a nuestro día de muerte o hasta que él regrese (y entonces serán hechos nuevos y vivirán para siempre). Por lo tanto, Dios tiene en alta estima nuestros cuerpos. Él no está dejando de lado la idea.
La manera devastadora en que nuestra sociedad trata el llamado del cuerpo de las mujeres consta en descubrirlos con inteligencia y utilizarlos para obtener poder y dinero. ¿Cuántas hijas, hermanas, madres y amigas creen que sus cuerpos son valiosos solo cuando son objetivizados o vistos con lujuria? ¿O solo si ganan capital debido a ellos bajo la falsa bandera del empoderamiento?
Por otro lado, nuestra sociedad ha rechazado desvergonzadamente el recato y la funcionalidad llena de propósito como una esclavitud práctica. En lugar de usar un martillo para martillar, lo pulimos, lo pintamos y lo colgamos en la pared para apreciarlo. En lugar de hacer música con un piano, nos rehusamos a afinarlo y pegamos firmemente las teclas para que no puedan tocar las notas, pero parece que podrían hacer música, si alguna vez alguien lo intentara.
¿Cuánto más es este el caso en los Estados Unidos del siglo XXI? Con la cirugía plástica y un énfasis excesivo en la apariencia, nuestros cuerpos se han convertido en algo parecido a un mausoleo que no podemos desgastar ni usar para ningún otro propósito que aquel que decidimos que nos beneficiará. Por lo tanto, aunque una mujer puede ser bastante feliz probando los límites de su cuerpo en el gimnasio para verse atractiva y joven en su nueva tenida, ella ni soñaría con probar sus límites en el trabajo duro de ningún tipo para un propósito que no tiene beneficio personal, sino que solamente en beneficio de otro.
Dios le dio útero a las mujeres
Dios le dio útero a las mujeres para que los bebés puedan crecer en ellas. ¿Todos los úteros de las mujeres pueden desarrollar un bebé? No, y no se es menos mujer por ello. Sin embargo, eso no significa que hemos perdido el llamado de Dios en el diseño más amplio. Úteros para desarrollar a la humanidad: ese es un plan increíble. Fue idea de Dios darles a las mujeres útero, de la misma manera en que decidió darnos brazos para levantar cosas.
Saber que Dios dio brazos para levantar cosas y úteros para desarrollar bebés impacta nuestro llamado. Si Dios diseñó nuestros cuerpos para que sean el hogar de una pequeña persona por nueve meses, entonces ese entendimiento nos ayudará a darle sentido a las instrucciones de Tito 2:4 y de 1 Timoteo 5:14 de trabajar y administrar el hogar. ¿Por qué? Porque, en realidad, él hizo de nuestros cuerpos un hogar y hacer un hogar para otros es la extensión de ello.
No estoy diciendo que todas debemos tener todos los bebés que podamos o que nuestros brazos deben estar levantando cosas perpetuamente o que nuestras piernas nunca deben dejar de caminar. Simplemente, estoy apuntando al diseño de Dios y haciendo la pregunta, ¿por qué nos hizo así?
¿Estamos dispuestas a aceptar la respuesta inherente en el diseño de Dios y en la inerrancia de su Palabra?
Llamadas y rotas
La verdad, por supuesto, sobre el claro diseño de Dios no nos deja sin dolores y preguntas complejas. ¿Qué pasa con las mujeres a las que tuvieron que realizarle una mastectomía o una histerectomía, o les han amputado una pierna, o son ciegas, o tienen un cuerpo que no funciona apropiadamente en ciertas maneras?
Comenzamos por reconocer que todas somos así en cierto nivel. No a todas nosotras nos faltan partes, pero todas tenemos un nivel de disfunción física. Eso es lo que hace el pecado: corrompe a la creación. Eso no nos hace menos mujeres en ningún aspecto ni a nuestros cuerpos menos relevantes ni a nuestro llamado menos importante. Una mujer que no puede hacer un hogar dentro de su cuerpo para los hijos aún puede hacer un hogar para los que están fuera de su cuerpo. Ella puede crear un lugar de seguridad y de abrigo para otros, sean sus hijos o no.
Nuestro hijo menor tiene capacidades reducidas. Tiene un cuerpo y una mente que «no funcionan de la manera que se supone que deban funcionar», pero nosotros creemos que su cuerpo y su mente funcionan precisamente de la manera que Dios diseñó que funcionaran. Por lo tanto, ¿qué significa para nuestro hijo vivir una vida completa como un alma encarnada, cuyo cuerpo tiene algo que decir sobre su llamado? Significa que aunque su llamado sigue siendo el mismo (vivir como un hombre cristiano, si Dios quiere) la manera en que funcionará será diferente porque él está en ese cuerpo en particular, no en el de alguien más.
Cantamos juntas
De la misma manera, Dios les ha dado a las mujeres cristianas cuyos cuerpos tienen un útero, pero no pueden tener un bebé, un desarrollo armonioso del llamado como una mujer cristiana. Como mujeres, cantamos todas la misma canción, con el mismo objetivo, con nuestras partes variadas; algunas basadas en la melodía, algunas en armonía y con voces muy agudas y otras cantando la nota menor. Aunque la canción es hermosa, lo es desgarradoramente.
El intenso dolor por aquellas que anhelan tener la parte de dar a luz hijos es agonizante. Es una tristeza que vale la pena llorar. No las hace menos mujeres; eres amada; ¡oh, cuánto te necesitamos! Tu cuerpo no es irrelevante, tampoco lo es tu útero. Aún apunta a algo; aún es valioso y hecho por Dios, y aún tiene un rol que desempeñar.
A veces, la gloria que Dios recibe de nuestra escasez excede con creces la que recibe en nuestra abundancia. Nuestros úteros son el diseño y el llamado de Dios, pero los úteros vacíos aún apuntan a realidades más grandes (no a pesar de la pena que viene con ellos, sino que con la pena como parte de ser una persona que señala al Señor).