El apóstol Pablo pensó y habló sobre el ministerio cristiano como trabajo. Él aborrecía la pereza en el pastorado.
Pablo no veía el puesto de pastor como algo adecuado para hombres con manos suaves que prefieren un trabajo puertas adentro. El trabajo pastoral, y la buena enseñanza en particular, es trabajo duro: un trabajo que no solo está maldecido y es objeto de oposición, sino que es un blanco específico de Satanás, quien ama centrar su ataque en los tenientes opositores. Si puede cortar las líneas de abastecimiento y las defensas, pronto abrumará y derrotará al grupo de tropas.
Los buenos pastores, Pablo deja en claro, deben ser trabajadores (1Ti 5:18), trabajadores esforzados, en particular en su trabajo de la predicación y la enseñanza (1Ti 4:13-16; 5:17). Ese es el ministerio de los pastores-ancianos en la iglesia local: enseñar y ejercitar la autoridad (1Ti 2:12). Trabajar y liderar por medio de las palabras del Cristo resucitado en los escritos inspirados de los apóstoles. «Pero les rogamos hermanos, que reconozcan a los que con diligencia trabajan entre ustedes, y los dirigen en el Señor y los instruyen, y que los tengan en muy alta estima con amor, por causa de su trabajo» (1Ts 5:12-13).
Cristo llama a los pastores a trabajar en la alimentación de su rebaño a través de la sana enseñanza. Y el trabajo diligente de la palabra (tanto en la preparación como la en presentación) no es uno fácil, no cuando se hace bien.
Honra a los hombres que trabajan duro
«Los ancianos que gobiernan bien sean considerados dignos de doble honor, principalmente los que trabajan en la predicación y en la enseñanza» (1Ti 5:17). No solo «principalmente los que predican y enseñan», como a menudo se parafrasea, sino que «principalmente los que trabajan en la predicación y en la enseñanza».
Sin duda, algunos pastores trabajarán más en la predicación y en la enseñanza que otros. Todos los pastores deben ser profesores hábiles (1Ti 3:2; 2Ti 2:24; Tit 1:9), pero inevitablemente algunos tendrán capacidades y propensiones a predicar y enseñar más que otros. No obstante, no es el talento lo que Pablo destaca, sino que el «trabajo» lo que él dice que debe ser especialmente digno de aprecio.
El trabajo de la predicación y de la enseñanza es el trabajo central del ministerio pastoral, y si bien las iglesias deben estar preparadas para brindar apoyo financiero a todos los buenos pastores, debemos tener una preocupación especial (principalmente) por aquellos que llevan la carga y hacen el trabajo duro del trabajo pastoral central: la predicación y la enseñanza.
Un pastor que no suda ni se esfuerza emocionalmente por sus palabras es un pastor que no cumple su llamado. Dios quiere que los pastores sean trabajadores en su enseñanza. «Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que maneja con precisión la palabra de verdad» (2Ti 2:15). La buena enseñanza no se desborda simplemente. Requiere diligencia y vigilancia. «Ten cuidado de ti mismo y de la enseñanza» (1Ti 4:16).
Enseñando con una soga
Parte de lo que hace que el pastorado sea un trabajo duro es que enseñamos con una soga. No solo nos sentamos ante un pedazo de papel en blanco o aparecemos para dirigirnos a una iglesia atenta y hablamos sin pensar mucho lo que vamos a decir. Los trabajadores sin vergüenza «maneja[n] con precisión la palabra de verdad» (2Ti 2:15). Semana tras semana, día tras día, las palabras que decimos para alimentar a la iglesia no son nuestros propios pensamientos sobre el asunto.
Los cristianos tienen un Libro; y los buenos pastores están felizmente atados a ese Libro (el Libro más poderoso, probado y que cambia vidas en la historia del mundo). Los buenos pastores son inevitablemente hombres del Libro.
Ser hombre del Libro exige pensamiento y esfuerzo mental constante. Estudiamos. Muchos de nosotros aprendemos y hacemos referencia a las lenguas originales del hebreo y del griego. Antes de hacer aplicaciones, primero luchamos con lo que quiere y con lo que no quiere decir el texto. Ser hombres del Libro requiere trabajo duro. Antes de volver a decirle a otros lo que Libro dice, primero nos sometemos a sus enseñanzas, para arrepentimiento y fe.
La carga más solemne
Luego, cuando redactamos escritos o decimos palabras en discursos, inevitablemente nos exponemos a la crítica (siendo la predicación más difícil que escribir porque no puedes editar lo que dices en público). Encuesta tras encuesta informa que el hombre moderno le teme al discurso público más que a cualquier cosa, incluso a la muerte. Agrega a eso el peso de hablar, en el contexto de la adoración, por Dios. No existe un cargo más solemne en la Biblia que este:
En la presencia de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a los vivos y a los muertos, por su manifestación y por su reino te encargo solemnemente: Predica la palabra. Insiste a tiempo y fuera de tiempo. Amonesta, reprende, exhorta con mucha paciencia e instrucción (2Ti 4:1-2).
Los cristianos predicadores pueden hacer todo lo posible para «esconderse detrás de la cruz», pero no podemos escondernos por mucho tiempo detrás del púlpito. La predicación expone a un hombre. Con el tiempo, incluso cuando intenta esconderse, un predicador inevitablemente revela su propio corazón y vida, demostrando lo que está y no está dispuesto a abordar. Y además de lo que pasa en los momentos ante quienes nos escuchan, anticipamos el día final, cuando los «maestros…recibiremos un juicio más severo» (Stg 3:1).
El corazón detrás del trabajo duro
Por lo tanto, los buenos pastores no son perezosos. Son trabajadores esforzados, incluso de frente a una sociedad moderna recientemente preparada para criticar el laborismo de un líder y que anima la adicción a la pereza en su lugar. El trabajo duro externo, sin embargo, puede venir de una pecaminosa disposición interna. Todos nosotros, incluídos los pastores, podemos trabajar duro por las razones equivocadas: por ambición egoísta, por prestigio y aplauso, por una profunda inseguridad emocional. Entonces, ¿cuáles son las razones correctas para el trabajo duro en los ministerios pastorales?
Ante todo, no trabajamos para obtener la aceptación de Dios, sino que desde su completa aceptación en Cristo. Primero, tenemos, en nuestras propias almas el Evangelio cristiano, no otro. Nuestro objetivo es trabajar desde la plenitud de nuestra alma, no desde el vacío. Tal es el corazón de la ética del trabajo protestante, perceptiblemente distinto de la ética medieval prevaleciente, que vino ante ella y la desafió en todo aspecto.
La primera palabra para cada pastor y para cada cristiano no es trabaja, sino Él trabajó. Consumado es. Mira los trabajos de Cristo. Mira cómo Él se levantó temprano para meditar y orar, cómo sorteaba a las multitudes molestas, cómo tuvo paciencia con discípulos que estaban madurando, cómo incansablemente realizaba las obras de su Padre y respondió a las inconvenientes súplicas de los enfermos, de las personas en situación de discapacidad y de los marginados.
Libres para trabajar duro
La recuperación de la Reforma de ese completo descanso del alma produjo un tipo diferente de persona (y un tipo diferente de pastor). No personas perezosas y apáticas, sino que un tipo de persona con un nueva energía y libertad, una nueva visión y esperanza, iniciativas nuevas, nueva libertad del ser y nuevos deseos para expandir el ser por el bien de otros. El tipo de personas que tienen al Espíritu de Dios obrando en ellos y por medio de ellos.
Aquellos que conocen mejor la gracia de Dios en Cristo (y los pastores deben conocerlo bien, si no mejor) son las personas más libres en el planeta para darse a sí mismos al trabajo duro. El Evangelio nos ha liberado con la justicia completa de Cristo en nuestro lugar y el mismo Espíritu de Cristo ahora vive en nosotros. En Él, hemos sido liberados de la autoprotección para verter nuestra energía y dar nuestro tiempo, talento y creatividad para bendecir a otros, en lugar de servir al yo. Los buenos pastores lideran y modelan, como ejemplos para la iglesia, con una nueva ética para aquellos que están en Cristo (Ef 4:28), interiormente primero y luego, inevitablemente, exteriormente.
Con ese corazón, entonces, recibimos el manto de la predicación y la enseñanza no principalmente como un privilegio, sino que como un llamado al autosacrificio. No principalmente como un honor, sino que como un llamado a llevar alegremente las cargas de otros. No simplemente como una comodidad, sino como un llamado al trabajo duro.
Trabaja para tener más alegría
A medida que trabajamos en la predicación y en la enseñanza, que trabajamos duro en las buenas palabras, ya sea escritas o habladas, aprendemos la lección de que un duro día de trabajo conduce a una tarde más feliz de lo que lo haría un día de pereza y distracción, y conduce a un alma feliz. Esto nos hace mejores vasijas para el gozo de la iglesia.
Cuando no comemos el pan de la afanosa labor, sino que disfrutamos del alimento que sostiene el alma de Cristo mismo, vemos el trabajo duro como una oportunidad, no como una carga. El trabajo duro es más satisfactorio que la pereza, tanto en el momento (si tenemos ojos para ver) como al otro lado de nuestro trabajo, sin duda. «Los cristianos trabajarán duro», escribe John Piper, «pero trabajarán más para el gozo de todo el bien que su trabajo puede llevarles a otros que por miedo a lo que pensarán los hombres si fallan».
No encontrarás a las personas más felices en el mundo sentadas en sofás. Pastores, mostrémosle a ese mundo que uno de los lugares más confiables para encontrar a esas personas felices es en los púlpitos.