Título original en inglés: «Instill gratitude in your family».
A medida que se acerca el Día de Acción de Gracias, con frecuencia me sorprende cómo las personas, ancianos y jóvenes por igual carecen de un atributo importante: la gratitud. No estoy buscando un cálido «gracias» de regalo, sino una profunda y abundante apreciación por la vida y lo que hemos recibido. ¿Por qué es así? ¿Qué se interpone en el camino de la gratitud?
Tengo dos posibles respuestas.
Primero, nuestra sociedad cultiva el descontento. Consistentemente, escuchamos el mensaje de la necesidad. Los medios de comunicación masiva, la publicidad y las festividades capitalizan el concepto errado de la necesidad y del hambre por más. Hay literalmente miles de imágenes, comerciales y estrategias de mercadeo que tiene el objetivo de crear la sensación de necesidad. «Necesito» este nuevo teléfono para estar satisfecho o este nuevo producto para sentirme realizado. La publicidad desarrolla un sentimiento de deficiencia dentro nuestro. Busca convencernos de que sin el último producto de belleza, invento o dispositivo, nos falta. En Filipenses 4:11-12, Pablo rechaza este mensaje al desafiarnos a estar satisfechos en toda circunstancia: en abundancia o en escasez.
Segundo, el descontento se desencadena fácilmente en nosotros porque tenemos un sentimiento subyacente de derecho. Creemos que somos inherentemente merecedores de privilegios o de un trato especial. Merezco ese nuevo dispositivo electrónico o esas vacaciones o paz y tranquilidad cuando llego a casa después de trabajar todo el día. Esta soberbia justifica cualquier respuesta egocéntrica que sale de mi boca o de mis acciones. Los deseos soberbios se convierten rápidamente en exigencias que excusan ponerme a mí primero y las necesidades de los demás en último lugar (si es que las llego a considerar). Estas cosas, por mucho que las desee, no son derechos humanos innatos, sino deseos que se han elevado al nivel de necesidad en nuestros corazones y mentes. En contraste, la Escritura nos dice que nuestro objetivo no es buscar lo que merecemos, sino darnos como una ofrenda para otros (Fil 2:17). Debemos andar «en amor, así como también Cristo les amó y se dio a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios, como fragante aroma» (Ef 5:2).
El descontento y la soberbia son fuertes presiones, sin embargo, hay maneras de cultivar la gratitud en tu hogar. Cuanto más enseño a mis hijos a amar a Dios, a disfrutarse entre ellos y a servir a otros, más me doy cuenta de que es mejor dar que recibir (Hch 20:35).
Aquí hay algunas formas simples, pero prácticas de facilitar esto en tu familia:
- Perspectiva: la vida se trata de quién es Dios, no de lo que tenemos. Su presencia es siempre la respuesta a cada una de nuestras necesidades, a cada temor, a cada sufrimiento. Esto es verdad, no porque remueve los desafíos de la vida o nos dé lo que queremos, sino porque nos da perspectiva. Enseña a tus hijos sobre el valor de la presencia personal de Dios en sus vidas. Esto se hace a medida que observan la manera en que vives eso frente a ellos. La manera en que tus hijos te ven hablar con Dios, te ven comprometerte con la vida y con Dios, todo moldea la perspectiva de que Él es quien satisface.
- Recordar: inculca en los jóvenes la regular habilidad de buscar y notar las cosas buenas, de valorarlas. El Salmo 77:11 es uno de una multitud de pasajes que nos llama a recordar las obras que Dios ha hecho. La práctica de buscar y atesorar lo bueno en la vida cotidiana profundiza el placer en lo que ya tenemos. Nos recuerda que Dios es nuestra provisión y que Él ha provisto para todas nuestras necesidades. Este tipo de gratitud es invaluable. Recordar se puede ejercitar de muchas maneras: listas, llevar un diario, ejercicios de expresión creativa, cajas de recuerdos, frascos de gratitud, etc. La gratitud misma no es el objetivo final, pero aspiramos a la gratitud que apunta al Señor, nuestro proveedor. Él es suficiente. Él es nuestra fuente de contentamiento, placer, satisfacción. Todo lo demás es la guinda del pastel.
- Expresión: dale voz a lo que es bueno y hermoso en tu vida. Recuérdatelo a ti mismo y háblalo con otras personas. Escríbelo; agradécele a alguien. Cuando más animamos a nuestros hijos a expresar aprecio y gratitud, más se arraiga y se profundiza. Ellos se benefician al dar voz a sus pensamientos, al ver el placer que aportan a los demás y al vivir como un ejemplo para quienes les rodean. Anímales a ver lo que es bueno y a expresarlo.
- Servicio: hay un inmenso beneficio en enfocarnos en las necesidades de los demás. Todos necesitamos ver el mundo fuera de nosotros mismos, un mundo que necesita nuestro cuidado. Encontrar satisfacción en cuidar bien de otros es profundamente gratificante. Es amar a otros en maneras que imitan a Cristo y lo dan a conocer. Hay una multitud de maneras de servir. Traer regalos, ofrecer tu tiempo, involucrarte en actos de servicio (como cuidar de niños, trabajo de jardinería, una comida inesperada) a personas con discapacidad, a ancianos, a desamparados, a solitarios, a personas en situación de calle o a padres abrumados sirve a Cristo, pero también genera gratitud por lo que ya tienes. Una conciencia de que otros viven con muchas menos cosas materiales y a veces con muchos más sufrimientos, trae una perspectiva mayor y nos recuerda lo que tenemos.
A medida que infundes estas ideas en tu hogar, encontrarás que tu gratitud crece y se volverá más fácil animar a tus hijos a seguir tus pasos.
La gratitud no surge naturalmente, pero puede ser cultivada. Nos ayuda a cambiar de una perspectiva de necesidad a una de contentamiento. Reconoce que, sin importar mi condición, mis posesiones, mi sufrimiento o mis bendiciones, somos ricos en maneras en que el mundo no puede cuantificar.