Título original en inglés: «Parenting a difficult child».
Uno de los momentos más difíciles para un padre es cuando queda claro para aquellos que te rodean que tu hijo es desafiante o difícil. ¿Qué están pensando los demás? ¿Qué dice esto de mí como padre? Pueden asumir que el comportamiento de tu hijo es el resultado de una crianza inadecuada o que algo anda mal en tu hogar. Incluso puede que la gente se atreva a compartir sus opiniones, sin darse cuenta de la vergüenza que te están echando encima. Aquellos que tienen un hijo difícil lo entienden. Te sientes señalado e incluso juzgado por las luchas personales de tu hijo. Con vergüenza, pasas tiempo con personas que «conocen» el problema. Asumes que te ven como un fracaso. Si fueras un buen padre, seguramente tus hijos se portarían bien, amarían a Dios y tendrían buenos modales. Después de todo, sus hijos no son tan insubordinados.
Si te sientes así, puede que hayas comprado la creencia de que los buenos padres producen buenos hijos y que los malos padres producen malos hijos. Por momentos, esto parece verdaderamente bíblico. Si instruyes al niño en el camino que debe andar, aun cuando sea viejo no se apartará de él, ¿cierto? Entonces, se deduce que si fueras lo suficientemente piadoso, sabio y paciente, tu hijo no sería tan rebelde. Parece que la fórmula correcta es: amor más disciplina más instrucción piadosa es igual a hijos «buenos». Y, a veces, como la fórmula parece funcionar, determinas que el error debe estar en tu crianza.
He oído a muchos padres decir: «hemos agotado todas las opciones, todos los enfoques, todas las formas de consecuencias… y nada funcionó. Intenté permanecer tranquilo; intenté ser consistente con la disciplina; intenté apelar a su conciencia y orar con él y por él. Nada ayudó. Nada cambió». Lo que el padre quiere decir es que no produjo el cambio de comportamiento deseado o un cambio de corazón visible. La presunción es que, una vez más, la fórmula fue aplicada y se comprobó que fue inútil.
Sin embargo, este es un enfoque defectuoso y no bíblico. Hay niños buenos que salen de trasfondos familiares horrendos, y hay niños rebeldes y obstinados que salen de hogares buenos y cristianos. Los niños no llegan a nosotros como hojas en blanco, sino con su propia personalidad, con fortalezas y debilidades, deseos y tentaciones hacia pecados particulares. Nacen con corazones que son atraídos por sus propios deseos y ejercen su voluntad para elegir por sí mismos el tipo de persona que quieren ser. Hay una respuesta moral activa en el otro extremo de tu crianza: alguien que elige a quién servirá. Y no hay forma de que un padre pueda asegurar el resultado.
Por supuesto, un padre juega un rol significativo en la vida de un niño, pero no caigas en la creencia que asume que una buena crianza produce niños que se portan bien. De manera incorrecta, esto pone toda la responsabilidad y culpa sobre ti. Y el peso de eso puede tentarte a querer darte por vencido o a recurrir a una crianza deficiente o impía (ira, gritos, dureza, desesperación, ceder o alejarse por completo) porque parece funcionar a corto plazo.
Entonces, ¿qué puedes hacer? Déjame sugerir dos cosas que pueden ayudar.
Primero, evalúa tu motivación. Aunque no eres responsable de las malas decisiones de tu hijo, ¿puede ser que, sin darte cuenta, estés contribuyendo al problema? Si te sientes frustrado, desesperado o enojado porque tu hijo es difícil, debes preguntarte: ¿con qué criterio me juzgo a mí mismo? ¿De quién es la agenda que dicta mi manera de criar? ¿Es una agenda mundana, egocéntrica o una centrada en Cristo? Puedes desear cosas buenas que son impulsadas por motivos muy malos. ¿Te preocupas demasiado por tu propia comodidad o reputación? ¿Deseas un niño bien educado con pocos problemas o luchas? ¿Hijos que te hagan quedar bien, que sean productivos, inteligentes y amables? ¿Estás amargado porque has invertido mucho en ese niño y no ves resultados? Si puedes responder afirmativamente a alguna de estas preguntas, considera la posibilidad de confesar los deseos que están controlando tu corazón. Pídele a Dios que te dé la gracia, la fortaleza y la sabiduría para criar a tu desafiante hijo. Pídele que te muestre cómo responder a tu hijo desde el amor y la preocupación por su bienestar, no por el tuyo.
Segundo, recuérdate a ti mismo a qué Dios te llama como padre, ni más ni menos. Él te llama a amar a tus hijos, a modelar el carácter y el estilo de vida de Cristo y a responder sabia y cuidadosamente a sus luchas. Debes cultivar una relación personal con el Dios viviente y, en la medida de tus posibilidades, moldear las fortalezas y las debilidades de tu hijo a la imagen de Dios. Aunque Dios espera que críes con amor y sabiduría constantes, no te hace responsable de los resultados que son impulsados por el pecado o la rebelión del niño.
Deja de «intentar» que las cosas resulten de una manera particular y simplemente haz el trabajo duro de la paternidad piadosa. No juzgues su eficacia por la respuesta de tu hijo. Simplemente lucha con esto:
¿Es amorosa mi crianza?
¿Es consistente?
¿Es sabia?
Eso será suficientemente desafiante. Fallarás, tendrás convicción de pecado y necesitarás el perdón solo en esos frentes. El resto debe ser dejado a la obra del Espíritu en la vida de tu hijo. Encontrarás mucha libertad de ser juzgado, le darás menos importancia a las opiniones de los demás y tendrás más esperanza y menos desesperación cuando entregues tu crianza al Señor. Deja que Él haga el resto. Como dice Gálatas 6:9: «No nos cansemos de hacer el bien».