Quizás es el espectáculo coral más grande de la historia del mundo.
Un ángel sin nombre tuvo el honor de ser la voz principal, con una verdadera multitud angelical a sus espaldas. Sin embargo, no se vendieron entradas ni se promocionó el espectáculo con anticipación. Podrían denominarlo el primer flash mob jamás registrado. La audiencia fue simplemente un rebaño de indiferentes ovejas y un grupo humilde de desprevenidos pastores. Pero fue algo demasiado bueno como para mantenerlo en secreto. «Y todos los que lo oyeron se maravillaron de las cosas que fueron dichas por los pastores» (Lc 2:18). Se esparció la voz y el Evangelio de Lucas registra la historia.
Las buenas noticias de gran gozo
Había sido una noche como cualquier otra en los campos a las afueras de Belén, por lo que podemos imaginar que los pastores realmente fueron tomados por sorpresa cuando el mensajero hizo su cameo. Quizás la forma en que los pastores recuerdan con nostalgia el espectáculo es con la imagen de los ángeles cantando suavemente sobre las llanuras, pero lo primero que los inundó fue el miedo. «Y un ángel del Señor se les presentó, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor, y tuvieron gran temor» (Lc 2:9).
Así que el ángel aborda esto de la manera correcta y aclara la grandeza de esta exhibición: este brillo de la gloria de Dios no existió para acobardarlos, sino que para hacerlos profunda y perdurablemente felices. «Pero el ángel les dijo: “No teman, porque les traigo buenas nuevas de gran gozo que serán para todo el pueblo; porque les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor…”» (Lc 2:10-11).
Estas buenas noticias de gran gozo (esta declaración diseñada para hacerlos profunda y eternamente felices) se tratan de que, por fin, la gran esperada esperanza de Israel, el Cristo, el Ungido sobre quien hablaron todos los profetas, había llegado. Este es su advenimiento y no fue así como esperaban que lo hiciera.
¡Oh! En el pesebre está, venid a contemplar con fe
Primero que todo, este gran anuncio se da como una presentación privada para unos pastores desprevenidos. Ellos no eran reyes ni gobernantes, ni escribas ni fariseos, ni eruditos ni influyentes, ni los estimados del momento. Eran completamente lo opuesto. Estos hombres venían de casi la escala más baja de la sociedad. Ellos arreaban ovejas.
Aquí, desde el mismísimo comienzo, a medida que Dios se mueve con el fin de proveer un Salvador para todo su pueblo, no lo hace en términos humanos, según las expectativas populares, sino que de manera sorpresiva, misteriosa y maravillosa. «Dios ha escogido lo necio del mundo para avergonzar a los sabios; y Dios ha escogido lo débil del mundo para avergonzar a lo que es fuerte» (1Co 1:27).
Sin embargo, este extravagante anuncio no solo es entregado a unos humildes pastores, sino que Cristo mismo viene como un niño, como un bebé débil y frágil, en un evidente humilde nacimiento: «esto les servirá de señal: hallarán a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2:12). No en un castillo, ni en un palacio, ni en un hospital, ni siquiera en una casa o en una cuna. Él nace en un establo, envuelto en las vestiduras más baratas, tan indefenso que necesita ser envuelto para dormir y luego ser recostado en un pesebre.
¿Cuál es el significado de este inusual camino? ¿Por qué pastores? ¿Por qué paños y un establo? Ahora denle la entrada a la multitud de huestes celestiales.
Gloria en lo alto y en lo bajo
Después del solo del mensajero, de pronto aparece el gran coro, alabando a Dios diciendo:
«Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres en quienes él se complace» (Lc 2:14).
Esta ostentosa presentación no se trata del valor o del mérito de los pastores. La gloria no es suya ni tampoco se debe a lo que merece o vale la humanidad. Este Evangelio es para todas las personas y esta paz es para toda la tierra y todos en los que Dios se complace por fe (Heb 11:6), pero esta declaración de gloria no es para ellos.
Al contrario, como los ángeles dicen, esta impresionante noticia, y esta forma extraña y maravillosa de entregarla, es para la gloria de Dios. Dios es el iniciador y el actor. Él es quien ha prometido este Salvador por siglos y ahora lo envía en humildad a los pastores y a todos los que reconozcan su humildad. En estas buenas noticias se exhibe su bondad y el gran gozo que él trae redunda en su adoración: «Gloria a Dios en las alturas». Y sí, en lo bajo también.
¿Cristo el Señor?
Sin embargo, quizás lo más extraordinario en esta espectacular noche es esta sutil, pero transformadora, oración en la declaración de los ángeles: este recién nacido es «un Salvador, que es Cristo el Señor» (Lc 2:11). ¿Perdón? ¿El Señor?
Fue un «ángel del Señor» quien apareció y fue la «gloria del Señor» la que brilló a su alrededor y cuando los pastores finalmente respondieron, reconocieron que esto es lo que «el Señor nos ha dado a conocer» (Lc 2:15). Este Cristo recién nacido comparte la misma identidad divina.
Este niño no solo fue enviado por el Señor, sino que es el Señor mismo. El Señor del cielo no solo ha iniciado y actuado para rescatar a su humilde pueblo de su pecado y su vergüenza, sino que él mismo ha venido a la tierra, con prodigiosas maravillas y ahora habita entre nosotros, en nuestra carne y sangre, el Altísimo se hizo humilde por nosotros.
Postrados en adoración a Cristo nuestro Redentor
El peso y la magnitud de todo esto es demasiado como para que los pastores, e incluso para José y María, lo comprendan de una sola vez. Sin embargo, los pastores entienden lo principal y sus corazones tienen el instinto correcto, incluso mientras sus mentes aún están aturdidas. Ellos entendieron que la Navidad no se trata del valor o la bondad de la humanidad, sino que de la alucinante misericordia de Dios.
«Y los pastores se volvieron, glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, tal como se les había dicho» (Lc 2:10).