Durante todo este mes, compartiremos contigo una serie de devocionales llamada Treintaiún días de pureza. Treintaiún días de reflexión sobre la pureza sexual y de oración en esta área. Cada día, compartiremos un pequeño pasaje de la Escritura, una reflexión sobre ella y una breve oración. Este es el día veinticinco:
Sana a los quebrantados de corazón y venda sus heridas (Salmo 147:3).
Hermanos, estamos heridos. Todos estamos heridos. Sé esto porque tú y yo vivimos en un mundo caído y roto. Algunas de nuestras heridas son autoinfligidas; otras, son el resultado del pecado de otras personas; y hay ciertas heridas que son solo el resultado de vivir en un mundo caído y de cometer errores mientras vivimos en él. Independientemente de su fuente, podemos tener la confianza de que Dios sana a los quebrantados de corazón y venda sus heridas.
Si estás en Cristo, tu identidad no es la de una víctima. No importa cuán profundas sean tus heridas o cuán trascendentales sean las cicatrices, tu identidad definitoria no es la de un hombre herido. Has sido lavado; has sido limpiado; has sido sanado. Sí, aún puedes tener cicatrices, pero ya no son heridas abiertas; al contrario, son testimonios de sanidad y gracia. Cualquiera sean las cicatrices que lleves, ora hoy para que el Señor te dé una sanidad final. Ninguna herida es demasiado profunda para que Jesús la llene con su bondad y misericordia.
Padre, te doy gracias por sanar a los quebrantados de corazón y por vendar nuestras heridas. Soy un hombre herido. Algunas de estas heridas son producto de mis propias decisiones pecaminosas y necias. Otras heridas son provocadas por otros. Señor, quiero que sanen. Sé que orar por sanidad podría significar que tú tengas que volver a abrir heridas para llevar redención a esas áreas. Sana los lugares de mi corazón que están quebrados. Venda mis heridas. Inúndame con tu gracia y misericordia. Donde una vez hubo cenizas, reemplázalas con tu belleza. Amén.