Nota del editor: este artículo forma parte de la serie «Cómo ayudar a tu iglesia local», publicada originalmente en Desiring God.
«¿Me darías tu número?», te pregunta una mujer de la iglesia. «Sería genial juntarnos en algún momento. ¡Te voy a contactar!». No lo hace.
«Hola, ¿me repites tu nombre? ¿Esteban?». Él ya te preguntó dos veces. Te llamas Colin.
Sé de una conversación reciente en la iglesia donde una mujer le dijo a otra: «espera, ¿realmente tienes 39? Pensé que tenías 42, quizás 45. Tienes muchas canas».
Si has sido parte de una iglesia por mucho tiempo, probablemente has sentido pequeños aguijones como estos. Pequeñas molestias y quejas menores que a veces se sienten como una parte más de la liturgia. Damos la paz; también damos las molestias.
Probablemente, también has sentido aguijones más grandes, quizás mucho más grandes. Estas son espinas que no puedes arrancar con tus dedos tan fácilmente, pinchazos de los que no te puedes reír. La despreocupación de un hermano se repite en tu mente una y otra vez. El comentario de una hermana oscurece un día soleado y te deja distraída y afligida. Intentas deshacerte del recuerdo, pero regresa como un búmeran.
El apóstol Pablo nos dice qué hacer cuando llegan tales ofensas: «sean más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándose unos a otros […]» (Ef 4:32). Sin el perdón regular, el amor de una iglesia local muere. Finalmente, la iglesia también muere. No obstante, ¿cómo pasamos de la ofensa al perdón, especialmente cuando el momento continúa volviendo a la mente?
Podríamos encontrar ayuda en un par de pasos deliberados llenos de oración: calma tu corazón ante Dios. Considera si debes pasar por alto la ofensa o debes abordarla. Luego, decide olvidar y comenzar de nuevo.
Calma tu corazón
En su maravilloso librillo The Quest for Meekness and Quietness of Spirit [La búsqueda de la mansedumbre y la quietud de Espíritu], Matthew Henry describe al alma mansa como «como un barco anclado […] “movido, pero no removido”. La tormenta lo mueve (el hombre manso no es insensible a la provocación), pero no lo remueve de su puerto1».
Una ofensa fuerte podría hacernos sentir, al principio, como un barco que navega por un mar salvaje. Nuestros corazones se ven sacudidos por olas de emoción mientras el momento atormenta nuestras mentes. Podríamos sentir la necesidad de tomar alguna acción inmediata para abordar la ofensa: confrontar, contraatacar, desahogarnos o, al menos, enfadarnos y acusar al otro internamente. No obstante, en medio de semejante turbulencia, nuestra primera prioridad es volver a ganar la compostura de nuestra alma. Echa el ancla; calma tu corazón.
Considera a tu Dios
Justo antes de que Pablo nos diga que perdonemos, él hace una lista de algunas otras respuestas a la ofensa personal; respuestas más familiares a nuestra carne: «sea quitada de ustedes toda amargura, enojo, ira, gritos, insultos, así como toda malicia» (Ef 4:31).
¿Cómo respondes naturalmente cuando alguien peca contra ti? Algunos responden de maneras fuertes y agresivas: «ira», «enojo», «gritos». Estallan. Arman un escándalo. Envían un mensaje con todas las letras en mayúsculas. Otros responden en silencio y en formas pasivo-agresivas: «amargura», «insultos», «malicias». Alimentan el resentimiento. Murmuran lo ocurrido. Fantasean con la venganza.
No obstante, ¿cómo respondió Dios cuando pecamos contra Él? «Sean más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándose unos a otros, así como también Dios los perdonó en Cristo» (Ef 4:32 [énfasis del autor]). Querido hermano o hermana, Dios no te ridiculizó por tus pecados contra Él. Él no te calumnió entre los ángeles. Tampoco tomó su ira justa ni la vertió sobre tu cabeza. En Cristo, Él llevó tu ofensa, enterró tu culpa y, en lugar de ello, te coronó con bondad.
Y así nos corona aún. Con qué paciencia nos soporta, con qué bondad nos perdona, cada día. Medita en su gracia lo suficiente y la ofensa simplemente se derretirá en ternura; la amargura podría abrir paso al amor que todo lo sufre y todo lo cree (1Co 13:7). Podríamos decir con Martin Lloyd-Jones: «en cualquier momento que me veo a mí mismo ante Dios y me doy cuenta de algo de lo que el bendito Señor ha hecho por mí, estoy listo para perdonarle cualquier cosa a cualquier persona2».
Considera a tu hermano
A la luz de la bondad de Dios, nuestros hermanos y hermanas comienzan a verse diferente. La ofensa podría reducirlos a una sola dimensión: él es el desconsiderado que ni siquiera se da cuenta de lo que ha hecho. Ella es la cruel que me hizo tanto daño. Sin embargo, ahora aparece otra dimensión: él o ella es el compañero pecador en necesidad de paciente misericordia.
Decimos algo significativo a nuestros hermanos y hermanas por la manera en que respondemos a sus ofensas. Nuestros actos evangelizan; nuestras prácticas predican. Cuando retenemos la misericordia, decimos: «no hay Evangelio para ti; sólo ley». No obstante, cuando devolvemos buenas palabras por malas, cuando envolvemos los errores de otros en amor paciente o cuando decimos: «te perdono» (y en serio), los desafiamos a recordar que Cristo estuvo entre pecadores como nosotros predicando la paz (Ef 2:17).
El aire del hogar de nuestro Padre es la gracia (gracia desde el sótano hasta el ático y desde el suelo hasta el techo, gracia en cada habitación). Él nos corona con gracia, nos viste con gracia, nos canta con gracia (Ro 5:2). Lejos esté de nosotros entonces, como hijos de este Dios, reemplazar su gracia con malicia, chismes, restitución pasivo-agresiva o distanciamiento amargado de un hermano o hermana a quien Dios ha perdonado.
Considérate a ti mismo
Ahora vuelve tu mirada hacia ti mismo. Los momentos de ofensa llevan al alma a encrucijadas: un camino nos lleva a la miseria; la otra, hacia la paz y el gozo.
Escucha la advertencia de Matthew Henry: «sin duda, podríamos tener, y hacemos bien en considerarlo, menos perturbación interior, facilidad y satisfacción más verdadera al perdonar veinte injurias que al vengar una3». Es mucho mejor perdonar veinte veces que vengarse sólo una vez, no sólo por tu hermano, sino que por ti mismo. En el momento, por supuesto, el perdón se siente mucho más doloroso que obtener venganza o guardar rencor. Pero sólo en el momento. El perdón es la medicina que sana su amargura; el rencor envenena con dulzura.
Las acusaciones y el enojo desenfrenado, la hostilidad y la enemistad, los conflictos y la división: estas son pasiones diabólicas y el diablo no es una criatura feliz. No obstante, la misericordia nos acerca al Señor que vivió y murió con el perdón en sus labios y cuya alegría era plena (Jn 15:11). Ser como Él; perdonar como Él, es aire fresco y cielo azul, comida nutritiva y buena amistad, la libertad de una larga esclavitud.
Las ofensas son regalos envueltos con cintas oscuras. No permitas que la envoltura te engañe. Cada desaire, codazo y herida te invita a una comunión y a un gozo más profundos con tu Señor perdonador.
Pasar la ofensa por alto o abordarla
Para muchos, calmar el corazón será la parte más difícil de responder a una ofensa. Pero una vez que hayamos vuelto a ganar cierta compostura (una vez que seamos «movidos, pero no removidos»), aún queda una tarea difícil por delante: necesitamos decidir si pasamos por alto esta ofensa o la abordamos.
La mayoría del tiempo, el camino del amor nos llevará a pasarla por alto. Demasiadas irritaciones, provocaciones, molestias y ofensas ocurren en la vida de la iglesia local. Si las abordáramos todas, exasperaríamos a nuestros amigos y a nosotros mismos. Asimismo ignoraríamos la sabiduría que dice: «la discreción del hombre le hace lento para la ira, y su gloria es pasar por alto una ofensa» (Pr 19:11).
Pero a veces, la herida es lo suficientemente profunda u otro pecado parece lo suficientemente grave que el amor llama a tener una conversación. Para discernir si una ofensa ha alcanzado ese nivel, podríamos considerar una vez más a Dios, a nuestro hermano y a nosotros mismos.
- En relación a Dios, ¿cuán grave es la ofensa? ¿Cuánto lo deshonra?
- En relación a tu hermano, ¿cuán consciente (o no) parece estar de la ofensa? ¿Ya sabe que necesita crecer en esta área o parece estar ciego?
- En relación a ti mismo, ¿cómo la ofensa ha entorpecido la relación, incluso si es sólo en tu corazón?
Cuanto más un hermano o hermana haya deshonrado a Dios, más inconsciente parece estar él o ella de la ofensa, o cuanto más entorpecida es nuestra relación con esa persona, más debemos optar por abordar el asunto. Hazlo con amabilidad y con un corazón tierno. Hazlo en «espíritu de mansedumbre» (Gá 6:1). Pero hazlo. La gloria de Dios, el alma de nuestros hermanos y la unidad de la iglesia, todos nos llaman a decir: «¿podemos hablar?».
Borra el registro por completo
Entonces, hemos pasado por alto la ofensa o la hemos abordado. Hemos puesto el pecado del otro detrás de nosotros o hemos hecho el trabajo difícil, incómodo pero hermoso de hablar y restaurar la relación. Ahora todo lo que queda es perdón o lo que Pablo describe en otra parte como borrar el registro por completo.
«El amor […] no se irrita, no toma en cuenta el mal recibido» (1Co 13:4-5 [énfasis del autor]). Más literalmente, no «lleva un registro de las ofensas recibidas» (NTV). Sin duda, el amor ve lo malo, siente lo malo y a veces no puede evitar, sino recordar lo malo en cierto nivel. Pero en el archivador de la mente, el amor no tiene una carpeta etiquetada con «maldades». El amor no imprime las ofensas en sus registros ni toma nota cuidadosa de los pecados. Y aun cuando los recuerdos de esos momentos vuelvan, el amor dice: «no tengo lugar aquí para ti».
Cuando perdonamos, miramos a un hermano o hermana y decimos (normalmente, sólo en nuestro corazón): «no tomaré esto en tu contra. No me aferraré a ello ni te lo recordaré. No haré de esa ofensa los lentes por los cuales te miro desde ahora en adelante. No te trataré peor por ello. Me rehúso a satisfacer cualquier forma pasiva o activa de devolverte la ofensa. Borro el registro por completo».
Podría ser necesario hacer esas resoluciones más de una vez, especialmente cuando la herida es profunda. Y por supuesto, algunos pecados justamente hacen perder la confianza en una relación (al menos por un tiempo). Pero nuestras iglesias locales dependen de tal amor bondadoso, misericordioso y perdonador (e incluso las iglesias más saludables dan abundantes oportunidades para practicar).
Por lo tanto, cuando tu hermano te ofenda, calma tu corazón. Discierne si pasar por alto la ofensa o abordarla. Y luego decide ante Dios borrar el registro completo. El Señor que borró completamente tu propio registro está listo y dispuesto a ayudar.
Scott Hubbard © 2024 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.
- Henry, Matthew. (2008). The Quest for Meekness and Quietness of Spirit [La búsqueda de la mansedumbre y la quietud de Espíritu] (Eugene, OR: Wipf and Stock). p. 65. N. del T: traducción propia.
- Lloyd-Jones, Martin. (1971). Studies on The Sermon of the Mount [Estudios sobre el Sermón del Monte] (Grand Rapids, MI: William B. Eerdmans Publishing Company). p. 349. N. del T: traducción propia.
- Henry. (2008). The Quest for Meekness and Quietness of Spirit. p. 60. N. del T: traducción propia.