volver

En el primer Viernes Santo, multitudes se reunieron en un monte fuera de las murallas de Jerusalén, mirando cómo Jesús colgaba de la cruz.

Los fariseos vieron a un agitador y a un blasfemo, finalmente, enfrentando el juicio de Dios. Los soldados vieron a un criminal común, atrapado entre dos ladrones. Pilato vio a un hombre inocente, ejecutado injustamente. Los discípulos vieron a su Señor, muriendo fuera de su reino.

Nadie en la multitud, sin embargo, vio lo que Jesús vio. Mientras el Hijo de Dios miraba desde la solitaria altura del Gólgota, Él vio su tarea lograda, su obra completa, la voluntad del Padre cumplida. Con los clavos apretándolo, la sangre corriendo y su aliento casi extinto, Él contó la verdadera historia de la cruz: «¡consumado es!» (Jn 19:30).

Consumado es: la ley cumplida; el diablo desarmado; la copa de la ira vaciada, y los pecadores salvados.

La ley cumplida

Cuando nuestro Señor vino a vivir entre nosotros, Él tomó una profecía antigua y dijo:

Aquí estoy;
En el rollo del libro está escrito de mí;
Me deleito en hacer tu voluntad, Dios mío;
Tu ley está dentro de mi corazón (Salmo 40:7-8; Hebreos 10:5-7).

Desde la cuna de Belén hasta la cruz del Calvario, el alimento de Jesús era hacer la voluntad del Padre (Jn 4:34). Aunque «tentado en todo como nosotros» (Heb 4:15), ninguna incredulidad estremeció su fe, ninguna envidia nubló su contentamiento, ningún egoísmo tiñó su alma. De todos los hombres y mujeres nacidos bajo la ley, sólo Él amó al Señor su Dios perfectamente con todo su corazón, alma, mente y fuerzas (Dt 6:4). Sólo Él anduvo en la tierra sin caer.

«No piensen que he venido para poner fin a la ley o a los profetas», les dijo Jesús a sus discípulos, «no he venido para poner fin, sino para cumplir» (Mt 5:17). Y así lo hizo. En Jesús, todo sueño de los profetas tomó forma gloriosa; cada promesa antigua encontró su «sí» final; cada sombra de la ley dio un paso en la luz. Incluso, en su hora final, su determinación permaneció firme: «es necesario que en mí se cumpla esto que está escrito» (Lc 22:37).

Sin una letra incompleta ni un punto sin poner, Él miró la ley y dijo: «¡consumado es!».

El diablo desarmado

La promesa de la caída del diablo se remonta al principio. Ahí, en el límite del Edén, Dios prometió que una hija de Eva un día daría a luz a un Adán mayor, un conquistador que no escucharía a la serpiente, sino que la mataría (Gn 3:15). Todo demonio escuchó, y tembló (Mt 8:29).

Cuando Jesús finalmente llegó, Él vino, como prometió, «para destruir las obras del diablo» (1Jn 3:8). Él abrió los ojos que Satanás había cegado (Lc 4:18); Él enderezó las espaldas que él había encorvado (Lc 13:10-16); Él liberó a los esclavos que había capturado (Lc 4:18). Y luego, en la hora final de Jesús, la misma hora que le perteneció al poder de la oscuridad (Lc 22:53), el diablo fue derrotado.

Mientras Jesús era atado a la cruz, Él ató al hombre más fuerte y saqueó sus bienes (Mt 12:29). Mientras Jesús era expulsado de Jerusalén, Él expulsaba a Satanás de su Reino (Jn 12:31). A medida que los clavos atravesaban los pies de Jesús, Él hundió sus pies en la cabeza de la serpiente (Gn 3:15). Y a medida que Jesús era levantado para que todos lo vieran, Él expuso al diablo a una abierta vergüenza (Col 2:15).

A medida que las horas de oscuridad terminaban, Jesús vio el cráneo roto bajo su talón, y dijo: «¡consumado es!».

La copa de la ira vaciada

A lo largo del ministerio de Jesús, una sombra se cernía sobre su alma. La oscuridad no vino de la ley, que para Él era un deleite (Sal 40:8), tampoco del diablo, quien no tenía ningún derecho sobre Él (Jn 14:30). La sombra fue proyectada por otra cosa, algo que lo llenaba de tristeza que era casi impronunciable: la copa de la ira de Dios. 

Ningún otro pensamiento le provocó a nuestro Señor tal angustia. «¡Cómo me angustio […]!», clamó de camino a Jerusalén (Lc 12:50). «Ahora mi alma se ha angustiado», dijo mientras se acercaba su hora final (Jn 12:27). En Getsemaní, «[Él] comenzó a afligirse y a angustiarse mucho. “Mi alma está muy afligida, hasta el punto de la muerte”, les dijo […]» (Mr 14:33-34). Él preguntó si había alguna manera en que le pudieran quitar la copa (Mt 26:39), y escuchó la respuesta del Padre en silencio. Y por lo tanto, por el gozo puesto delante de Él, estiró su mano y tomó la temida copa.

A medida que Jesús comenzaba a beberla en la cruz, el cielo se estremeció; la luz del día se desvaneció (Mt 27:45). Aun así, Él puso su boca en la copa. Él bebió el fuego consumidor del juicio, la oscuridad exterior de la ira todopoderosa, el abismo infinito de la ira de Dios contra el pecado. Él bebió, y bebió, y bebió hasta consumir el último trago. 

Cuando su fuerza casi se acabó, Jesús puso a un lado la copa vacía y dijo: «¡consumado es!».

Los pecadores salvados

Unos siete siglos antes de que Jesús pronunciara sus palabras finales, el profeta Isaías dijo de Él: «Debido a la angustia de su alma, Él lo verá y quedará satisfecho» (Is 53:11). ¿Qué visión satisfaría el alma de Jesús al terminar su obra en la cruz? Isaías continúa:

Por su conocimiento, el Justo,
Mi Siervo, justificará a muchos,
Y cargará las iniquidades de ellos (Isaías 53:11).

Jesús estaba satisfecho no sólo por la ley cumplida, por el diablo desarmado y por la copa vaciada, sino que también por los pecadores salvados. Él había venido para llevar a muchos hijos a su gloria (Heb 2:10), y la visión de esa multitud, en el hogar de la casa de su Padre, satisfizo a nuestro Salvador moribundo. 

En la cruz, Jesús logró todo lo necesario para que su pueblo esté con Él para siempre. El Novio se dio a sí mismo por su novia, para que ella pudiera ser resplandeciente y sin mancha (Ef 5:25-27). El Pastor dio su vida por las ovejas, para que ellas pudieran vivir seguras en su rebaño (Jn 10:11). El Sacerdote se ofreció a sí mismo en el altar, a fin de que cualquiera que esté cubierto con su sangre pueda acercarse a Él en el lugar más santo (Heb 7:27).

Desde la angustia de su alma, Jesús vio a su pueblo vestido con su propia justicia y, con satisfacción, dijo: «¡consumado es!».

Comenzamos sobre terreno consumado

Mientras permaneces bajo la cruz de Jesús otra vez este Viernes Santo, ¿qué ves? ¿Ves la obra consumada del Salvador y recibes con gusto el favor del Padre? ¿O ves una obra casi consumada? 

Muchos de nosotros, después de cantar el Viernes Santo sobre las maravillas de la cruz, vivimos el día siguiente como si debiéramos agregar una medida de obediencia y buenos sentimientos antes de que podamos disfrutar lo que Cristo ha consumado. Pero no podemos agregar nada a una obra consumada. No podemos contribuir a la consumación. Sólo podemos extender la mano de la fe y recibirlo humilde y alegremente.

Por supuesto, todavía tenemos una carrera que correr, un diablo al que resistir, buenas obras en las que andar y una santidad que perseguir. No obstante, comenzamos sobre terreno consumado. Antes que cualquier hijo de Dios se levante para leer un versículo, para hacer una petición de oración o para sentir una emoción piadosa, despertamos escudados en las palabras: «¡consumado es!». A medida que comenzamos nuestro día en el Calvario, encontramos fortaleza para correr nuestra carrera con libertad, resistir al diablo con resistencia, andar en las buenas obras con celo y buscar la santidad con gozo.

Canta, entonces, el Viernes Santo, las palabras moribundas de nuestro Salvador: «¡consumado es!». Y cuando llegue mañana, vuelve a entonar la canción.

Scott Hubbars © 2020 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.
Photo of Scott Hubbard
Scott Hubbard
Photo of Scott Hubbard

Scott Hubbard

Scott Hubbard es editor en Desiring God, pastor de All Peoples Church y graduado de Bethlehem College & Seminary. Él y su esposa, Bethany, viven con sus dos hijos en Minneapolis.
Otras entradas de Scott Hubbard
Planifica como un cristiano
 
Cuando llegan las ofensas
 
Incluso los creyentes necesitan ser advertidos
 
Saca lo mejor de ella