Como una persona organizada, a la que le gustan los calendarios y las listas de tareas, me gusta recordar que quienes planifican actúan un poco como Dios.
Nos parecemos, en cierta medida, al Hacedor que construye su mundo a partir de un plan de seis días. Compartimos una semejanza con Aquel que «desde la antigüedad lo había planeado. Ahora lo he realizado» (2R 19:25). Encarnamos en forma de criatura las maneras de Aquel que actúa más allá del capricho, contra la aleatoriedad y siempre de acuerdo con un «plan predeterminado» (Hch 2:23). Fuimos hechos a la imagen de un Dios planificador y aquellos que planifican actúan un poco como Él.
Pero, espera un momento, como una persona organizada, a la que le gustan los calendarios y las listas de tareas, necesito recordar algo más también: a veces, quienes planifican actúan un poco demasiado como Dios.
A veces, planificamos como si no fuéramos vapor ni niebla, flores ni pasto, aquí por la mañana y desaparecidos por la noche. Ocasionalmente, reducimos la planificación a razones sin oración y listas de pros y contras, herramientas de mentes autosuficientes. De vez en cuando, ni siquiera susurramos: «si el Señor quiere…» (Stg 4:15). Somos hechos a la imagen de un Dios planificador y aquellos que planifican a veces toman la imagen y olvidan a Dios.
Entonces, a medida que otro calendario termina y un nuevo año lleno de días en blanco se abre ante nosotros, ¿cómo podríamos reflejar a nuestro Dios planificador sin planificar como si nosotros fuéramos Dios?
1. Planifica como un mortal
Cuando sea que planifiquemos, ya sea para el próximo año o para la próxima semana, traemos algo del mañana al hoy. Avanzamos por el sendero del tiempo, trazando rutas y poniendo marcas, considerando qué podríamos hacer ahora para lograr los objetivos entonces. Sin embargo, en el proceso, nuestros mañanas imaginados pueden sentirse más reales de lo que en realidad son; podemos encontrar a nuestros corazones habitando ya en nuestros planes futuros. Pero como nos recuerda Santiago: «no saben cómo será su vida mañana». Somos «un vapor que aparece por un poco de tiempo y luego se desvanece» (Stg 4:14). Somos mortales.
En parte porque la eternidad descansa en nuestros huesos y en parte porque la persistente insensatez también lo hace, a menudo fallamos en planificar como mortales. Somos vapores que sueñan como montañas; lirios que conspiran como robles. A medida que andamos mentalmente en los caminos del mañana, diciendo adónde iremos y qué haremos, olvidamos que tales caminos podrían nunca llegar a ser. La humildad da paso a la «arrogancia» del organizado (Stg 4:16).
Sentida correctamente, la sensación de nuestra mortalidad no desanima la planificación, pero sí la modera y replantea. Cuando la eternidad se acerca, vivimos (y planificamos) con más sabiduría en el tiempo. Asimismo recordamos que nuestros mejores planes en realidad son dibujos y bocetos, esbozos a lápiz a merced del borrador de Dios. Por lo tanto, incluso a medida que pensamos, planificamos y soñamos como si tuviéramos meses o años por delante, estampamos cada plan con sabiduría mortal: «si el Señor quiere» —y no de otra manera— «viviremos y haremos esto o aquello» (Stg 4:15).
2. Planifica como un hijo
El orgullo puede tomar diferentes formas en nuestra planificación. Puede manifestarse en nuestra rapidez para decir: «lo haré…», en lugar de «si el Señor quiere…». Asimismo puede manifestarse en una confianza sin oración en nuestra propia razón.
A menudo necesitamos ayuda para recordar que la planificación cristiana nunca es un asunto de mero sentido común. Por supuesto, el sentido común tiene gran valor (como testifica gran parte de Proverbios), y la mayoría de nosotros podríamos beneficiarnos de tener más. Pero nuestro mundo es un lugar demasiado complejo para dominar listas de pros y contras. Más que eso, las propias prioridades de Dios a menudo son demasiado contraintuitivas para que la sabiduría mundana pueda trazarlas.
Los planificadores como yo haríamos bien en hacer caso a las palabras de John Newton: «es ciertamente grandioso tener el espíritu de un niño pequeño, de modo que sea habitual tener miedo de dar un solo paso sin ser guiado1». No somos sólo mortales: nuestro tiempo es corto, nuestros días contados. También somos hijos: nuestra sabiduría es pequeña; nuestra previsión es falible. Por lo tanto, como quienes conocemos nuestra propia ignorancia, que sentimos nuestra perspectiva completamente limitada y nuestra tendencia a la locura plausible, planificamos en la presencia de Dios. Saturamos la planificación con oración.
Por ejemplo, podríamos enraizar nuestra planificación en la oración de Pablo por los filipenses:
Y esto pido en oración: que el amor de ustedes abunde aún más y más en conocimiento verdadero y en todo discernimiento, a fin de que escojan lo mejor, para que sean puros e irreprensibles para el día de Cristo (Filipenses 1:9-10).
Hecha correctamente, la planificación es una manera de examinar las exigencias que compiten por nuestro tiempo y atención, y de aprobar no sólo lo que es bueno y valioso, sino «lo que es excelente», lo que es mejor. Y aprobar lo que es mejor requiere algo más que el sentido común. No necesitamos nada menos que el amor abundante y sabio, un regalo que viene del Espíritu en respuesta a la oración.
3. Planifica como un adorador
Orar mientras planificamos puede guardarnos del orgullo contra el cual Santiago nos advierte tan fuertemente (Stg 4:16). Pero ¿qué pasa el siguiente día, la siguiente semana, el siguiente mes, cuando nos despertamos con un plan en la mano, el calendario lleno y la lista de quehaceres preparada? ¿Cómo nos protegeremos a nosotros mismos, de manera continua, de actuar como adultos inmortales en lugar de hijos mortales? Podemos planificar como adoradores.
Los adoradores recuerdan que, entre todas las prioridades, «una sola cosa es necesaria» (Lc 10:42). Entre todas las peticiones, «una cosa he pedido al Señor» (Sal 27:4). Entre todas las ambiciones, «una cosa hago» (Fil 3:13). Sentarse a los pies de Jesús. Contemplar su belleza. Proseguir hacia el cielo.
Los adoradores no sólo saturan su planificación con oración; también planifican para saturar sus días con oración (y otros medios de gracia de Dios). Buscar a Dios se transforma en una de las partes principales de sus planes. ¿Cómo se verá la lectura bíblica este año? ¿Cuándo, dónde y cómo tendré comunión con Dios en oración? ¿De qué maneras profundizaré mi comunión con hermanos y hermanas, padres y madres en mi iglesia local?
Cuando buscamos diariamente a Dios de acuerdo a un plan en oración y meditación, nos resultará más difícil tomar nuestras listas demasiado en serio. La providencia de Dios, no nuestros planes, parecerá nuestra gran guía inquebrantable. También nos encontraremos a nosotros mismos más en sintonía cuando nuestras prioridades deban cambiar. A medida que lo buscamos, el amor sabio de Dios a menudo nos llevará a aprobar cierta excelencia diferente a la que habíamos planificado.
Por lo tanto, por sobre todas las prioridades, prioriza adorar. Al centro de todos los planes, planifica buscar a Dios.
4. Planifica como un soñador
¿Las criaturas de polvo pueden crear visiones de cinco años? ¿Pueden nieblas como nosotros osar imaginar no sólo el mañana sino que mil mañanas? Mientras vivamos como mortales, oremos como niños y busquemos a Dios como adoradores, sí, podemos. Y ciertamente, a veces el amor nos obligará a hacerlo. Dios nos creó «en Cristo Jesús para hacer buenas obras» (Ef 2:10), y algunas buenas obras son tan maravillosamente audaces, tan hermosamente complejas, que van más allá de las páginas del calendario de este año.
Considera un extraordinario pasaje al final de Romanos, donde Pablo perfila sus planes de viaje:
Cuando vaya a España los visitaré. Porque espero verlos al pasar y que me ayuden a continuar hacia allá, después de que haya disfrutado un poco de su compañía. Pero ahora voy a Jerusalén para el servicio de los santos, pues Macedonia y Acaya han tenido a bien hacer una colecta para los pobres de entre los santos que están en Jerusalén (Romanos 15:24-26).
En una época en la que viajar de Acacia a Jerusalén, después a Roma y luego a España habría tomado meses y quizás años, Pablo perfila un plan sorpresivamente complicado y a largo plazo. Por supuesto, sabemos a partir de Hechos que Pablo permanecía sensible a la mano redireccional de Dios (Hch 16:6-10, por ejemplo), pero no por esa razón dejó de planificar. Con un amor como el de Cristo en su corazón, él puso su mirada más allá de los años y los mares.
Algunas buenas obras requieren una visión perspicaz, una ambición valiente y la disposición a embarcarse en un camino cuyo fin reside más allá del horizonte. Las misiones globales y la plantación de iglesias son dos muy buenas obras. Podríamos mencionar muchas otras: adoptar hijos, evangelizar una ciudad, comenzar un negocio que glorifique a Dios, terminar el aborto, incluso criar a un hijo en la disciplina e instrucción del Señor.
A menudo en la Escritura, encontramos a los malos tramando planes malvados (Est 8:3; Sal 21:11; 33:10; 62:4). ¿Los justos no tramarán planes contrarios para la justicia? ¿Acaso no pensaremos en nuestras camas, soñaremos con calendarios abiertos y nos atreveremos a llenar nuestros días futuros con planes de bien escritos a mano?
5. Planifica como un subplanificador
Tal vez la mejor prueba para el corazón de un planificador llega después, fuera del momento de planificar, cuando nos damos cuenta de que los planes de Dios eran diferentes a los nuestros. «Muchos son los planes en el corazón del hombre, mas el consejo del Señor permanecerá» (Pr 19:21). Y a veces, incluso a menudo, el propósito del Señor deshace nuestros planes.
Nuestro Dios es un gran interventor, el gran reorientador, aquel que «frustra los designios de los pueblos» (Sal 33:10) y que a veces, por razones amables y sabias, frustra nuestros propios planes también. Nuestra sabiduría en esos momentos es recibir la frustración de nuestros planes sin frustración, sostener nuestras listas de quehaceres rotas con manos humildes y confiadas, y en los casos más triviales, quizás con incluso una risa de autocrítica.
Cada plan arruinado es una oportunidad para recordar que somos subplanificadores, planificadores con p minúscula. Dios nos da la dignidad de soñar y también a veces el regalo de ver cómo los sueños se hacen realidad. Pero por sobre esa dignidad, Él da la seguridad de que incluso cuando nuestros planes fallan, Él integra los fracasos en sus planes para nuestro bien (Ro 8:28).
Hasta donde sabemos, Pablo nunca llegó a España. Y así con nosotros, algunos de nuestros planes que aparentemente glorifican a Dios no se cumplirán. Pero esas esperanzas tachadas, esas casillas sin marcar en las listas de quehaceres, tienen el potencial de empujarnos más profundo en nuestro credo mortal: «si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello» (Stg 4:15). Pueden incitarnos a decir con más sinceridad: «no se hagan mis planes, sino los tuyos». Lo mejor de todo, pueden enseñarnos a recibir las interrupciones de Dios mejor que nuestros planes trazados óptimamente.
Scott Hubbard © 2023 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.
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