Cuando mi hija nació, me vi obligada a organizar algunas cosas de la rutina en las cuales antes no ponía tanta atención: el horario de comer, el tiempo de la siesta, las salidas al parque, etc. Tener una rutina me ayudó a organizar mejor las prioridades y generó un ambiente de confianza para mi bebé. Luego, con mi esposo percibimos que faltaban algunas cosas en la rutina de nuestra hija. Queríamos que ella aprendiera a orar tempranamente; queríamos que percibiera la importancia de un tiempo para leer la Biblia y cantar alabanzas a Dios. Sin embargo, comenzaron a surgir algunas dudas: «¿será que ella va a aprender?», «todavía no entiende muchas cosas», «¿cuándo será el mejor momento para empezar a enseñarle a orar y de qué manera?».
Teníamos muchas preguntas, así que comenzamos a leer sobre el tema y también a intentar algunas cosas. Algunas funcionaron bien; otras, no tanto, pero al final de todo, nos proporcionaron un tiempo muy importante de reflexión para evaluar nuestra propia vida de oración y lo que realmente deseábamos que nuestra hija aprendiera. Hoy les quiero compartir algunas de esas cosas que hemos aprendido. Espero que sea de bendición para todos los padres que buscan enseñar de una mejor manera a sus hijos sobre la oración.
¿Entiendes lo que es la oración?
Antes que todo, es importante recordar qué significa la oración y por qué es tan importante enseñarles a nuestros hijos a orar. Para la vida cristiana, la oración es la manera en la cual nos comunicamos con Dios. En pocas palabras, orar es conversar con Dios.
No debemos olvidar que es una herramienta dada por nuestro propio Dios para que tengamos comunión con Él; es decir, la oración no es una llamada telefónica que hacemos a Dios para hacer un pedido o para sencillamente ser atendido, tampoco es simplemente decir todo lo que se nos viene a la mente. La oración es el momento que apartamos para tener comunión con Dios, para estar con Él, para exponer nuestro corazón en su presencia. Con eso en mente, yo no podría hablar de oración sin hablar de la Escritura. Para entablar una conversación es necesario hablar y escuchar. Hablamos por medio de la oración y escuchamos a Dios por medio de su Palabra, la Biblia. Muchos creen que podemos escuchar a Dios por medio de sensaciones, pensamientos o ideas que vienen a nuestra mente, pero si no están conforme a la Palabra, son solo ideas vacías y engañosas. Cuando conocemos más a Dios por medio de la Escritura, más somos estimulados a querer responder en oración ante lo que aprendimos de Él. Mientras más sepamos de Dios, de su carácter, de sus promesas, de su fidelidad, de sus obras reveladas en la Biblia, más vamos a querer orar; experimentar al Dios que se nos revela en la Escritura.
Quizás estés pensando que esto es demasiado complejo para un artículo que solo se propone enseñarles a los niños a orar, pero quiero llevar tu atención a esto primeramente. Si tenemos un entendimiento pobre de lo que es la oración, vamos a enseñar a nuestros hijos de manera equivocada, por ejemplo, como si la oración fuera apenas un rito o una obligación que debe ser cumplida.
Enseñar a orar a los niños no es solo enseñarles que cierren sus ojos y digan algunas palabras, debemos formar en nuestros hijos conocimiento teológico sobre este asunto. Puede ser que les enseñes que Dios es como un genio de la lámpara al que le hacemos nuestros pedidos o que solo hablamos con Él para dar gracias por la comida. O podemos enseñarles, desde muy pequeños, que somos dependientes de un Dios poderoso y que al mismo tiempo es un Dios cercano que quiere tener una relación íntima con nosotros. Que oramos a un Dios que nos escucha y que le importan nuestros problemas, que nos ama y que podemos confiar y descansar en su voluntad soberana al momento de pedir lo que necesitamos. Que siempre va a responder, no necesariamente de la manera que nos gustaría, pero sí de la manera en que Él sabe lo que es mejor para nosotros (Jn 15:7; Mt 7:7-8). Y que por medio del sacrificio de Jesús en la cruz, hoy ellos son libres para orar y para acercarse a Dios con confianza, en cualquier momento y en cualquier lugar (Heb 4:14-16).
Entonces, ¿cómo podemos enseñarles a nuestros hijos a orar de manera práctica y sencilla?
En primer lugar, ajusten las expectativas según la edad de su hijo. Por ejemplo, los niños más pequeños tienen poca concentración. Las oraciones deben ser cortas y en un lenguaje sencillo. No esperen demasiado de ellos ni demasiado poco. Observen a sus hijos con atención para ajustar lo necesario y según su capacidad.
Niños de 0 a 3 años
Si tienen dudas de cuándo empezar, les digo que nunca será demasiado temprano, incluso ya pueden organizar ese tiempo de oración en familia durante el embarazo.
Los niños pequeños tienen una forma maravillosa de descubrir el mundo a través de sus sentidos. Entonces, elijan una expresión corporal para orar juntos, por ejemplo: ponerse de rodillas o juntar las manos. Además, repitan siempre la misma frase para invitarlos a orar: «¡vamos a orar!» o «¿vamos a hablar con Dios?».
Obviamente, los niños más pequeños no van a entender el propósito de lo que están haciendo, pero tengan claro que el objetivo es enseñar que la oración es parte de la rutina. Y con el tiempo, van a aprender principios sencillos, como por ejemplo, que aunque tengan hambre, hay algo más importante para hacer antes de comer: hablar con Dios dando gracias por el alimento. Dios está en primer lugar.
No olviden que hay que tener mucha paciencia. Estamos creando un nuevo hábito, no será algo que aprendan de un día para otro. Al principio, con mi hija, solo orábamos a la hora del almuerzo, la poníamos en su silla de comer y automáticamente juntaba las manos para orar, era una gran alegría. Pero cuando tratamos de enseñarle a orar antes de dormir, fue un caos. Ella quedaba súper confundida porque no estaba en la mesa y no había comida. Hay que perseverar con paciencia. Hoy nos llena el corazón de alegría verla tomar su Biblia para leer y arrodillarse solita antes de dormir.
Niños de 4 a 6 años
Los niños de esta edad son curiosos, todo es nuevo, quieren saber el porqué, el cómo y el para qué. Preséntales a Jesús como el mejor amigo. A esta edad, ya pueden entender que Dios es real, que los escucha cuando hablan (1Jn 5:14), que Él es quien provee los momentos de alegría y quien los puede cuidar en los momentos de miedo.
Ellos también ya pueden orar con sus propias palabras. Ayúdenlos a ampliar sus oraciones citando alguna característica de Dios, nombrando algunos sentimientos, motivos de gratitud y peticiones específicas. Puede serles de mucha ayuda que ustedes puedan guiar los puntos de oración, pero dejen que sean espontáneos, la sencillez que ellos tienen puede enseñarnos mucho sobre la gratitud y sobre cómo apreciar las cosas más simples.
Niños de 7 a 10 años
Razonar y pensar por sí solos son aspectos característicos de los niños de esta edad. Ellos tienen una imaginación activa y una buena memoria. Así que pueden memorizar versículos para usarlos durante sus oraciones.
Enseña que Dios responde las oraciones y que debemos orar siempre confiando en su voluntad. No podemos perder de vista que la oración obtiene respuestas; es una promesa del Señor. Él escucha las oraciones y las responde, pero no necesariamente en el tiempo y de la manera en que nosotros deseamos. Lo hará conforme a su voluntad, para su gloria y para nuestro bien. Ayúdenlos a entender también que Dios no responde nuestras oraciones por causa del fervor con el cual oramos; más bien, oramos para sumarnos a lo que Dios está realizando en su soberana voluntad.
Los niños también a esta edad oran con mucha fe y pueden ser excelentes intercesores. No dejen de compartir con ellos nombres de personas enfermas o peticiones de su iglesia local.
¿Y cómo está tu vida de oración?
Les comparto estos consejos, pero lo más importante de todo es que como padres cuidemos nuestra propia vida de oración primero. Te pregunto, ¿cómo ha sido tu vida de oración? Esto es como cuando andamos en avión, sabemos que en un momento de emergencia las mascarillas de oxígeno van a caer sobre nuestras cabezas y que hay una regla muy clara: debes ser tú el primero en ponerte la mascarilla antes de poder ayudar a alguien, aunque sea a un niño, tú te la debes poner primero. Si no respiras bien, no podrás ayudar a nadie. Muchas veces estamos sin oxígeno, tratando de dar a nuestros hijos lo que no tenemos. Si yo quiero enseñar a mis hijos a andar en el camino en el que deben andar para que cuando sean adultos no se aparten del Señor, yo tengo que estar en ese camino primeramente. No puedo enseñar lo que yo misma no he internalizado ni he vivido.
Así que aprendan antes a disfrutar los momentos de oración, para que estos momentos no sean en modo automático. Por ejemplo, en el momento de la comida podemos dar gracias a Dios por lo que tenemos en la mesa, no como quien tiene afán de comer o de que no se enfríe la comida, ya que eso les puede enseñar a tus niños que la oración es solo para cumplir y no una expresión de gratitud y confianza en el Señor por el alimento provisto.
Cuiden sus tiempos de devoción. Si sus hijos los ven todos los días perseverando en leer la Biblia y cerrando los ojos para orar, ellos van a aprender. Muchas veces queremos orar lejos de ellos para que podamos tener un tiempo tranquilo, pero la verdad es que tenemos una buena oportunidad de enseñarles con el ejemplo.
Que la oración sea para ti un recurso, no solo en los momentos difíciles, sino en los alegres también. Transmitan eso a sus hijos. Imagínense verlos recibir un regalo muy deseado en Navidad y, en ese momento, donde sienten tanta alegría en el corazón, dan gracias espontáneamente a Dios en oración porque entendieron que las cosas buenas provienen de Él.
Finalmente, no se olviden que hay un tiempo para todo. Recuerden que queremos crear en ellos un hábito para toda la vida y eso no es algo que ocurrirá de un día para otro. Confíen también en lo que el Señor está trabajando en sus corazones. Nosotros debemos hacer nuestra parte, pero debemos orar y confiar en la acción del Espíritu Santo, pues solo el propio Dios puede convencerlos y hacerlos entender la verdad.
Aunque en su casa tengan la capacidad y la disciplina para establecer una rutina impecable de la práctica devocional, no olviden que somos dependientes de la gracia de Dios para realizar todas las cosas. No confíen únicamente en su capacidad de organización, no dependan solamente de su esfuerzo para enseñar a sus hijos los caminos de Dios. Enseñen con amor y con dedicación, pero entreguen a Él el resultado final y confíen en su dirección.