Recuerdo muy bien la primera vez que salí sola después de que mi hija nació. Fui a encontrarme con una amiga para tomar un café. Me sentía tan rara, culpable y confundida. Había pasado tanto tiempo desde que mi atención comenzó a estar totalmente enfocada en mi bebé, al punto de no recordar lo que era salir sin preocupaciones y sin tantos bolsos, o cómo ser una amiga o una mujer. Había asumido por completo mi nueva identidad como mamá, junto con todos los desafíos que eso conlleva.
El problema no fue asumir mi nueva identidad de madre, sino creer que esta sería mi única y nueva identidad. Todo se sentía como si lo demás estuviera en pausa y yo sin tiempo para nada más que mi hija: «¿cómo podría sentarme a escuchar y aconsejar a una amiga con problemas si tengo una bebé que me necesita?», «¿cómo pasar el poco tiempo que tengo predicándoles a otros y haciendo discípulos si estoy llena de preocupaciones?». Asumí, entonces, que mientras tuviera una hija pequeña, me debía dedicar solamente a ella. La labor de salir y predicar a otros el Evangelio estaba en manos de misioneros y pastores o en personas sin hijos, porque la cruda realidad era que no tenía tiempo ni energía para una responsabilidad más.
Sin embargo, ¿qué debía hacer con el mandato de Jesús en Mateo 28? Me encantaría que estuviera escrito así: «Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, exceptuando las mamás, porque ya están demasiado ocupadas». Pero no es así. Aunque mi tentación es creer que ahora solo debo dedicarme a que mi hija conozca a Dios, necesito aprender a confrontar mis creencias con la verdad bíblica. De hecho, existen varias mentiras que creemos cuando nos volvemos madres, como la de que no tenemos tiempo para nada más que nuestros hijos, que nuestra única identidad es ser mamá o que nuestra vida entra en pausa cuando llega un bebé.
Si somos cristianas, posiblemente estas mentiras, entre otras, confundirán nuestra mente y corazón, pues sabemos que somos llamadas a servir en nuestra iglesia local, que tenemos dones y talentos, y que Jesús nos llama a predicar el Evangelio y a hacer discípulos (y no solo a nuestros hijos, aun cuando esto sea nuestra responsabilidad como padres).
Quizás sientas que todo esto es una carga demasiado pesada en medio de nuestra rutina como madres. Pero querida amiga, hoy te quiero recordar que el Evangelio no es una carga, todo lo contrario, el Evangelio nos hace libres, aligera tu vida y te llena de paz.
El Evangelio nos recuerda que somos pecadoras, que no somos perfectas y que vamos a fallar; sin embargo, también nos recuerda que cada pecado que hayamos cometido fue pagado y perdonado mediante el sacrificio de Jesús. Ya no hay culpa, no hay peso, no tenemos que probar nada a nadie, ya que hemos sido aceptadas en Cristo ante el Padre. Así que, no necesitas lucir como una mamá perfecta, porque solo hay uno que es perfecto: Jesucristo. El Evangelio también nos recuerda que ser mamá no es nuestra principal identidad, sino ser una hija amada, justificada y perdonada. Fuimos creadas por Dios y para Dios, y todo lo que hacemos en nuestra rutina diaria es para Él y su gloria. Por lo tanto, nuestros hijos no son el combustible que necesitamos para nuestra alegría y realización, Cristo lo es. Del mismo modo, nuestro valor no está en aquello que podemos realizar como madres, sino en lo que Cristo ya realizó por nosotras en la cruz. Entonces, como ya te habrás dado cuenta, nuestros hijos no son el propósito final de nuestra vida, sino que glorificar a Dios lo es; y nuestra esperanza no está en el éxito que nuestros hijos tendrán en la vida —aunque esto sea un deseo legítimo—, sino en lo que Cristo hizo para que ellos tengan una vida de plena comunión con Él por toda la eternidad.
Así que, ¿qué hacemos frente al llamado de Mateo 28? Aunque no lo creas, predicar el Evangelio y hacer discípulos cuando somos mamás puede ser más sencillo de lo que pensamos.
En lugar de enfocar nuestra mirada solamente en los desafíos y dolores que enfrentamos como madres, recuerda que a tu lado, en el parque, puede haber una mamá que necesita escuchar las buenas nuevas del Evangelio. En tu iglesia, puede estar sentada una mamá que necesita recordar que sus fallas no definen su identidad y que hay esperanza más allá de las noches sin dormir. En la sala de espera del pediatra, puede estar esperando contigo una mamá que teme por el futuro de sus hijos, asustada con todo lo que está pasando en el mundo y necesitada de saber que hay un Dios soberano sobre todas las cosas.
El desafío es saber aplicar los principios del Evangelio en todas las situaciones de nuestra rutina y compartirlo genuinamente con otras. Por ejemplo, en esos momentos en que estás compartiendo con una amiga y ya estás sin paciencia porque tu hijo no te deja tranquila, puedes respirar hondo y decir: «Señor ayúdame a recordar la manera en que Tú me tratas con paciencia cuando yo me equivoco una y otra vez». O cuando tuviste un mal día y lo único que quieres hacer es desconectarte, descansar y hacer nada, viene tu hijo y te llama para jugar; entonces, por amor, dejas todas tus cosas, tu comodidad, bajas hasta su altura para jugar, porque fue eso lo que Jesús hizo por ti, se despojó de toda su gloria y vino a vivir entre nosotros para servirnos.
Cuando vivimos confiadas en el Evangelio, mantenemos nuestros ojos fijos en Cristo y llenamos nuestra mente y corazón de la Palabra de Dios, somos un testimonio vivo para otras por la forma en que encaramos los desafíos de la maternidad. Seremos imágenes vivas del Evangelio para nuestros hijos, para otras madres y para cualquier otra persona que esté cerca de nosotras. Enseñaremos sobre Cristo y su verdad con nuestro ejemplo.
Querida mamá, tu vida no está en pausa mientras tienes un hijo pequeño, Dios está trabajando en ti en cada momento para que seas cada vez más parecida a Jesús y lo glorifiques a Él al predicar a otros el Evangelio cuando vives tu maternidad en tus victorias y fracasos a la luz de su verdad. Que el Señor te ayude a vivir y aplicar las verdades del Evangelio en tu rutina como madre. No tengas miedo de compartir la razón de tu esperanza, el Señor promete estar contigo en esa misión, no estarás sola.