Recientemente, en una escena emocionante de una de mis series favoritas, escuché algo que me dejó pensativa: una nuera le decía a su suegra moribunda que ser madre es finalmente fingir, pues no tenemos la más mínima idea de lo que hacemos y, mientras fingimos, imitamos lo que creemos que es ser una buena madre. Ella le daba las gracias porque muchas veces en su labor como madre la imitaba. ¿Esto debe ser así? ¿Tenemos que improvisar e imitar aquello que consideramos es un buen ejemplo? Por otro lado, ¿cuáles son los criterios que debo observar para considerar a una madre como buena y digna de imitación?
La crianza de los hijos no debería ser una improvisación decidida a medida que los años avanzan. Todo lo contrario, deberíamos planificarla, no solo porque esto sea algo bueno y práctico, sino porque, como cristianos, no hemos sido llamados a vivir de manera intuitiva o improvisada. Dios ha dejado su Palabra para guiar nuestros pasos. Él nos ha enseñado cómo debemos vivir y cómo tomar decisiones, y eso incluye la manera en que debemos criar a nuestros hijos.
Si no somos intencionales en la crianza de nuestros hijos a la luz de la Palabra de Dios, otra cosa la guiará: la psicología moderna, la cultura, los comentarios de los abuelos o los consejos de los blogs sobre educación. Hay muchas opiniones y consejos; cosas buenas, cosas que realmente funcionan, pero ¿qué es lo que realmente debemos buscar en la crianza de nuestros hijos? ¿Que sean niños felices, obedientes y tranquilos? ¿Que se vuelvan adultos exitosos en la vida profesional? ¿O priorizamos que sean personas buenas, respetuosas y generosas? Todo eso es válido y son buenos deseos que deberíamos considerar; sin embargo, nuestro mayor compromiso en la crianza es que nuestros hijos sean discípulos de Jesús.
En la Escritura, podemos observar cómo Dios establece la familia como la primera comunidad de aprendizaje. Esta no es una idea de la psicología o de la sociología, sino del propio Creador de la familia, como vemos en Deuteronomio 6:
Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Estas palabras que hoy te mando cumplir estarán en tu corazón, y se las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas cuando estés en tu casa, y cuando vayas por el camino, y cuando te acuestes y cuando te levantes (Deuteronomio 6:5-7, RVC).
Tus hijos no existen para tu realización personal, tus hijos han sido delegados por Dios para estar bajo tu cuidado, para que los guíes en su camino. La razón por la que deberías disciplinar e instruir a tus hijos es para que ellos sean expuestos al Evangelio a fin de que sean más parecidos a Cristo.
Educar demanda tiempo
Un domingo, apenas llegamos a la iglesia, mi hija vio mi teléfono inteligente y comenzó a pedirlo. En nuestra casa, tratamos de evitar el uso de pantallas todo lo que podamos —no quiero entrar en ese tema ahora—; sin embargo, sabemos que termina siendo un recurso muy útil para mantenerla en silencio y distraída, por esa razón lo utilizamos solo en casos muy específicos. No obstante, durante ese domingo en particular, traté de distraerla con otras cosas. Funcionó por un par de minutos hasta que se acordó nuevamente del teléfono y lo volvió a solicitar. El servicio dominical ya había iniciado cuando mi hija comenzó a llorar y a gritar. Yo le decía que no e intentaba distraerla, pero nada funcionaba. La gente empezó a mirar y me angustié por no lograr controlarla como quería. Finalmente, me cansé y cedí a su deseo de ver videos para niños. No pude sostener aquel no y me sentí avergonzada, culpable y una pésima madre. Pero me hizo percibir algo, aunque tuviera toda la intención de enseñar a mi hija a participar de la reunión del domingo desde pequeña, yo necesitaba prepararme mejor para ese momento. Estaba improvisando y, obviamente, fallé en cumplir lo que quería. Enseñar a nuestros hijos va a demandar tiempo, paciencia y herramientas específicas para su edad.
Educar, además, no es solo disciplinar e instruir a nuestros hijos en los momentos en que desobedecen, sino en todo tiempo: cuando estás en casa o cuando vayas por el camino, cuando te acuestes o cuando te levantes. Debes ser intencional en buscar que tus hijos sean verdaderos discípulos de Jesús que aman a Dios sobre todas las cosas.
Sin embargo, la realidad es que fallamos por no querer dedicar el tiempo necesario que eso demanda. Estamos más ocupados con nuestra comodidad y conveniencia, y perdemos de vista lo importante. Si queremos que nuestros hijos sean expuestos al Evangelio y que sus caminos florezcan en obediencia a Dios, necesitamos parar, separar un tiempo, conversar, explicar las medidas que serán tomadas, enseñar la Palabra de Dios y ejecutar las medidas. Lo que nos debe mover no es recuperar lo que nuestros hijos nos quitan cuando hacen cosas que no nos gustan, sino que crezcan en piedad y temor del Señor. Recuerda, puedes disfrutar de hijos que te honren y valoren, que sean motivo de orgullo, que alivien tus necesidades; no obstante, en última instancia, ellos no existen para eso, ellos existen para Dios.
Decidí, entonces, comenzar a prepararme bien antes de cada domingo, a organizar con anticipación el culto en el hogar, por ejemplo: practiqué con mi hija cómo sentarnos en la iglesia, oramos, cantamos y dibujamos. Puse en la semana las alabanzas que cantamos en nuestra iglesia para que poco a poco las aprendiera. Intenté reproducir la dinámica de un servicio dominical en nuestra casa a fin de que no fuera algo desconocido para ella y entendiera lo que puede o no puede hacer en aquel momento. Obviamente, utilicé objetos y recursos para una niña de dos años y bajo la premisa de que es imposible que una niña de esa edad se quede todo el tiempo sentada y en silencio. ¿Ha funcionado? Confieso que todavía no he podido ver los frutos que espero, no por ella, sino por mi propia falta de organización y constancia. Hay domingos mejores que otros, es difícil, pero pido al Señor, junto con mi esposo, que nos permita perseverar y tener sabiduría para seguir criándola en sus caminos.
No tengan miedo a decir «no»
Como padres, deseamos hacer las cosas bien; sin embargo, es muy probable que nos encontremos con algunas dificultades al sustentar alguna decisión. Cuando a un niño, por ejemplo, le dices no, este puede reaccionar con pataletas, gritos y llanto, y en el ánimo de querer tranquilizarlos, terminamos cediendo a su voluntad para que podamos estar tranquilos y para no experimentar vergüenza frente a los demás que nos observan. La verdad es que a nadie le gusta escuchar un fuerte ¡no! sin que haya una explicación razonable para ello.
Hoy en día existen muchas técnicas que nos enseñan cómo decir no de manera positiva. Básicamente, se trata de negar alguna cosa sin decir no, por ejemplo, no reforzando lo que no se debe hacer, sino más bien sugiriendo otra opción. Lo considero un buen consejo, podemos usarlo con el propósito de guardar el «no» para cosas más importantes, pero tenemos que estar atentos al miedo que sentimos cuando decimos la palabra «no», sobre todo cuando lo consideramos como algo ofensivo o grosero. Entiendo que en algunas culturas las personas dicen no con más facilidad, ya que los demás no se sienten ofendidos. Sin embargo, es importante que entendamos y enseñemos a nuestros hijos, cuanto nos sea posible, que el «no» es parte de la vida y que no es necesariamente algo negativo, sino que también es una manera de amarlos.
Sé que hay algunas situaciones que son más obvias que otras, que es más fácil entender cuándo un no está sirviendo para amar y conocer más a Dios, pero hay otras situaciones en las que no lo es, y para esas situaciones quiero dejarte tres consejos que puedes tener en mente al momento de decir «no» a tus hijos:
1. Ten claro el propósito para el que estás criando a tus hijos
Piensa en los «no» que tienes que decir como si fueran señales de tránsito que están para guiarte y dirigirte hacia tu destino final. A veces nos concentramos tanto en ellos, que olvidamos para dónde estamos yendo. Cuando tienes claridad sobre el propósito para el cual estás criando a tus hijos, encontrarás paz en los momentos que debas decir no. Recuerda que no estás criando a tus hijos únicamente para que sean felices o tengan éxito, sino principalmente para que sean discípulos de Cristo.
2. Eres autoridad porque Dios te puso como autoridad
Tedd Tripp, en su libro Cómo pastorear el corazón de tu hijo —el cual te recomiendo fehacientemente—, dice: «Dios le llama a ejercer autoridad, no haciendo que los niños hagan lo que usted quiera, sino siendo verdaderos siervos, autoridades que ofrecen sus vidas. El propósito de su autoridad en la vida de sus niños no es mantenerlos bajo su poder, sino fortalecerlos para que tengan dominio propio viviendo libremente bajo la autoridad de Dios».
No tengas miedo de asumir esa responsabilidad y de ejercer esa autoridad, recuerda que te fue otorgada por Dios mismo. Tus hijos no existen para tu realización personal, tus hijos han sido delegados por Dios para estar bajo tu cuidado, para que lo guíes en su camino.
3. Necesitas exigir madurez espiritual para entender los ídolos del corazón
Entender el propósito para el cual estás criando a tus hijos debe llevarte a evaluar qué cosas realmente necesitan disciplina y qué otras son las que a ti te molestan, debido a que afectan tu comodidad, tu orgullo o sentido de realización.
Cuando estés en una situación en que crees que debas decir no, reflexiona en tu corazón: ¿por qué estoy tomando esta decisión? ¿Es por mi comodidad? ¿Mi orgullo? ¿Por rabia o venganza? ¿Eso podría ser evitado de alguna otra manera? ¿Estoy de verdad educando a mis hijos en el temor del Señor, dedicando el tiempo necesario que eso exige o estoy haciendo lo mínimo por mi comodidad inmediata o por lo que me es más conveniente? Ruega al Señor que examine tu corazón, arrepiéntete, pídele perdón y su gracia para seguir pastoreando a tus hijos con sabiduría.
Finalmente, quiero terminar animándote a vivir en una constante búsqueda de Dios y de su Palabra. Solo podemos instruir a nuestros hijos para que vivan de acuerdo a la Palabra de Dios a medida que nosotros la conocemos más, hasta que nuestra mente esté cautivada por ella. Solo podremos ser los padres que Dios nos ha llamado a ser a medida que entendamos nuestras limitaciones y que seamos dependientes de Él. Solamente Dios, por medio de su Espíritu, puede capacitarnos para ser buenos padres. Si no somos llenos del Espíritu Santo, esto será imposible.
Y te recuerdo que la llenura del Espíritu es posible gracias a la venida de Jesús. Él vino, nos sirvió, se entregó y escuchó un no de su Padre, que seguramente fue el no más doloroso de todos cuando en el Getsemaní oró pidiendo que, si fuera posible, le permitiera no beber la copa. El Padre le dijo que no. Hoy sabemos que todo era parte de un plan mayor. Más allá de lo que Jesús estaba sintiendo en aquel momento, el resultado de su obediencia le proveyó a su iglesia el Espíritu de Dios, quien nos guía y capacita por gracia. Entonces, busca ser lleno del Espíritu Santo, busca su guía para que puedas ser la madre o el padre que Dios te ha llamado a ser y puedas decir no a tus hijos con amor y con la autoridad que Él te ha dado.