Título original en inglés: “An Open Letter to a Discouraged Saint”
Queridísimo hermano:
Sé que estás desanimado y agotado esta mañana. Las pruebas y las tentaciones que enfrentaste la semana pasada te han abatido. El sufrimiento nubla tu visión. El vestigio del pecado (la culpa, la vergüenza y la duda) todavía golpea en tu alma. Las dificultades que enfrentas y los fracasos que me relataste penden amenazadoramente en tu vida. Parecen ser aquello que es más cierto, más real y más convincente sobre tu experiencia como cristiano en este momento. Sé que has orado por estas cosas. Estás buscando honrar a Cristo en medio de tus dificultades y has intentado, lo mejor que puedes, dar pasos amorosos y constructivos en tus relaciones conflictivas. Sé que has pedido perdón por escoger dar paso a tus deseos que te alejaron del buen y antiguo camino (Jer 6:16). A pesar de esto, sigues acongojado y abatido. ¿Puedo ayudarte a llevar tu mirada hacia arriba?
Verás, aquello que es más cierto, más real y más convincente (y más perdurable) sobre tu vida no son los múltiples lugares de sufrimiento ni tampoco tu batalla contra pecados específicos donde avanzas dos pasos pero retrocedes uno. Lo que es fundamentalmente cierto es que eres un hijo amado del padre, un coheredero con Jesucristo. ¡Eres un santo! ¡Sí, es cierto! El apóstol Pablo usó esta designación del pueblo de Dios repetidamente (1Co 1:2; Ef 1:1; Fil 1:1; Col 1:2) y caracteriza a los miembros del cuerpo de Cristo a través de los tiempos. Eres un santo que sufre y un santo que peca, pero aun así un santo. Esta es la zona cero de la vida cristiana. Es tu identidad más básica y principal. Tú y yo estamos «en Cristo» (término que Pablo usa repetidamente para resaltar el cambio radical de identidad que ocurre cuando nos convertimos en cristianos). ¿Ves cuán íntimamente conectado estás con Jesucristo aun en una semana llena de profunda desilusión y desánimo?
Solo considera algunas de las cosas verdaderamente asombrosas que Dios dice sobre su pueblo (que nos incluye a ti y a mí) en la Escritura, descripciones que dan cuerpo a esta designación de santo conferida por Dios:
- Somos portadores de la imagen del único y verdadero Dios con la noble tarea de administrar la tierra para nuestro gran Creador y Rey (Gn 1:26-28). No somos individualistas rudos que conspiran para abrirse camino en un mundo hostil.
- Somos los que estamos marcados por la misma presencia de Dios (Éx 33:16; Ro 8:15). No estamos aislados ni completamente solos.
- Somos como la niña de sus ojos (Sal 17:8). No somos pasados por alto ni despreciados.
- Somos santificados y justificados en Cristo Jesús (1Co 1:2; 6:11). No somos condenados ni estamos en una fila esperando ser ejecutados.
- Somos hijos de Dios escogidos, redimidos, perdonados en Cristo, a quienes nos ha sido dado el Espíritu Santo (Ef 1:3-14). No nos quedamos en el patio del recreo de la vida sin ser escogidos ni amados.
- Somos adoptados como hijos de Dios y llamados coherederos con Jesús y, como Él, tenemos el privilegio de clamar a nuestro Abba (Ro 8:15-17; Gá 4:4-7). No somos huérfanos abandonados que deben arreglárselas solos.
- Somos hermanos y hermanas de Jesús (Heb 2:11-12). No somos extraños ni meros conocidos.
- Somos «linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para su posesión» (1P 2:9). No somos personas descalificadas ni inútiles para los propósitos de su Reino.
¡Deja que el rocío de estas palabras empape tu alma seca y agrietada! Sé que es tentador asentir con desaliento y decir: «sí, sí, ya lo sé». Pero pídele a Dios que batalle estas realidades en tu vida. He descubierto que regularmente tengo que rogarle a Dios que lave mi alma de nuevo con estas verdades, puesto que soy propenso a la amnesia de identidad.
Un sabio pastor una vez me dijo en mi propio sufrimiento y desaliento cargado de pecado: «Mike, tú desconfías de la bondad y del amor de Dios por ti». Y él tenía tanta razón. He estado experimentando la mano de Dios en mi vida como un puño de hierro en un guante de terciopelo. Necesito inclinarme a la realidad de la bendición para mí de mi Padre en Cristo. Su bandera sobre mí (su proclamación de mi estatus gracias a la obra expiatoria de Jesús) fue —y es— ¡amor! (Cnt 2:4). Para mí, eso significó identificar el cinismo, la incredulidad y la autocondenación progresivos, y pedirle a Dios (por medio de la adoración comunitaria, la oración privada y las conversaciones honestas con amigos sabios) que redirigiera mi mirada errante una y otra vez a sus ojos de amor.
Verte a ti mismo como un santo no niega las dificultades y los dolores de esta vida, tampoco hace que la obediencia sea fácil. No obstante, enfrentas aflicción con y en Jesús. Batallas contra el pecado con y en Jesús. Deja que tu estatus en Cristo sean los lentes principales por medio de los cuales miras tu vida.
Por tanto, en tu desánimo hoy, levanta tus ojos y mira el rostro inmutable de amor hacia ti de tu misericordioso Rey. Disfruta de su misericordia. Él se aferra a ti con lazos de gracia de acero y templados de pacto. Él nunca te dejará ir. Cuando estés tentado a experimentar tu identidad principal como un sufriente o un pecador, recuerda que tu relación con Jesús es lo que más te define y no lo inherente en ti o en tu mundo, ya sea bueno o malo. ¡En Él, comienzas y terminas cada día como un santo amado!
Tu amigo y hermano santo,
Mike.
Este artículo fue traducido íntegramente con el permiso de The Christian Counseling & Educational Foundation (CCEF) por María José Ojeda, Acceso Directo, Santiago, Chile. La traducción es responsabilidad exclusiva del traductor.
Esta traducción tiene concedido el Copyright © (18 de enero, 2022) de The Christian Counseling & Educational Foundation (CCEF). El artículo original titulado “An Open Letter to a Discouraged Saint” Copyright © 2021 fue traducido por María José Ojeda, Traductora General, Acceso Directo. El contenido completo está protegido por los derechos de autor y no puede ser reproducido sin el permiso escrito otorgado por CCEF. Para más información sobre clases, materiales, conferencias, educación a distancia y otros servicios, por favor, visite www.ccef.org.