Título original en inglés: “COVID-19: Living by Probabilities or Providence?”
La pandemia de la COVID-19 nos está convirtiendo a todos en estadistas. Quizás tú, al igual que yo, has investigado dónde encajas en los gráficos de mortalidad según edad (si no lo has hecho, no lo hagas). Tengo 58 años y, al menos en los gráficos presentados la semana pasada, si contrajera el virus, mi probabilidad de morir se encuentra en algún punto cerca del 1,3 % (probablemente, es más alta, puesto que el grupo etario entre los 60 y los 69 años se encuentra en el 4,6 %). Lamentablemente, es posible que ese número aumente incluso un poco más debido a la enfermedad de base que padezco asociada a un peor pronóstico. De todas formas, mi madre de 86 años tiene peores posibilidades según los gráficos. ¿Y tú?
¿Te ves tentado, si eres joven y saludable, a dar un suspiro de alivio? ¿A pensar, con un sentido de optimismo, que «incluso si contraigo el virus, estaré bien»? Quizás encuentras que las políticas actuales del distanciamiento social son un tanto rigurosas y deseas que la vida vuelva a la normalidad.
¿Te ves tentado, si es que eres mayor y menos saludable, a vivir cada día con temor, preguntándote qué objeto o qué persona podría traer la enfermedad a la puerta de tu casa? ¿Estás resignado a creer que «si contraigo el virus, no sobreviviré»? Tal vez encuentras que las políticas de distanciamiento social son tranquilizadoras, pero insuficientes, y estás intentando llevar una autocuarentena, aún preguntándote si será suficiente.
Déjenme decirles, queridos hermanos y hermanas, que no debemos encontrar nuestra seguridad (o nuestra muerte) en números, en estadísticas o en perfiles de riesgo. (¡Me estoy predicando esto a mí mismo también!). La Escritura lleva nuestra mirada a otro lado:
- El Señor es mi pastor, nada me faltará (Sal 23:1).
- Nuestro socorro está en el nombre del Señor que hizo los cielos y la tierra (Sal 124:8).
- Tus ojos vieron mi embrión, y en tu libro se escribieron todos los días que me fueron dados, cuando no existía ni uno solo de ellos (Sal 139:16)
- La suerte se echa en el regazo, pero del Señor viene toda decisión (Pr 16:33).
- ¿No se venden dos pajarillos por una monedita? Y sin embargo, ni uno de ellos caerá a tierra sin permitirlo el Padre (Mat 10:29).
- Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a su propósito (Ro 8:28).
- Y Él [Cristo] es antes de todas las cosas, y en Él todas las cosas permanecen (Col 1:17)
- Él [Jesús el Hijo] es el resplandor de su gloria y la expresión exacta de su naturaleza, y sostiene todas las cosas por la palabra de su poder (Heb 1:3).
Siéntate con estas gloriosas realidades por un minuto. Léelas de cabo a cabo lentamente. Deja que penetren en tu alma. No vivimos por probabilidades ni azar; vivimos bajo el gobierno amoroso, sabio y soberano de nuestro Creador y Dios Redentor. El resultado de eso es verdadera esperanza, que evita tanto el optimismo ingenuo como el pesimismo resignado.
Hace muchos años, uno de mis profesores del seminario fue diagnosticado con cáncer. Le presupuestaron uno cinco años con un 85 % de índice de supervivencia con tratamiento, al cual se sometió. Lo recuerdo comentar: «bien, no sé sobre esos números. Yo diría que mis posibilidades son del 100 % o del 0 %. Si es la voluntad de Dios, estaré aquí en cinco años más; si no, en cinco años estaré con Él». En lugar de poner su confianza en un relativamente alentador 85 % o centrarse en ese 15 % de riesgo aún sustancial, se confió a Aquel que lo mantendría a salvo, en cuerpo y alma, sin importar lo que vendría.
Terminaré con el Catecismo de Heidelberg, pregunta y respuesta 27, que siempre he encontrado consoladora y reorientadora. Aún más en este tiempo:
Pregunta: ¿qué es la providencia de Dios?
Respuesta: Es el poder de Dios omnipotente y presente en todo lugar
por el cual sustenta y gobierna
el cielo,
la tierra
y todas las criaturas de tal manera,
que todo lo que la tierra produce,
la lluvia y la sequía,
la fertilidad y la esterilidad,
la comida y la bebida,
la salud y la enfermedad,
riquezas y pobrezas,
y finalmente todas las cosas no acontecen
sin razón alguna como por azar,
sino por su consejo y voluntad paternal.
Nada ocurre por azar. Todo llega a nosotros por la mano amorosa y sabia de nuestro Padre. No vivas en este duro tiempo demasiado centrado en las probabilidades impersonales, en las estadísticas y en las evaluaciones de riesgo. Demostrarán ser un fundamento inestable para la verdadera esperanza y consuelo. Por supuesto, sigue la guía de las autoridades de salud locales, pero antes que todo, mira a tu fiel y amoroso Dios; Padre, Hijo y Espíritu Santo, que te sostiene en la palma de su mano.