He estado rumiando un texto de la Escritura que me ha hecho repensar cómo he buscado compartir generalmente el Evangelio con otros durante el tiempo de Navidad.
Porque mientras aún éramos débiles, a su tiempo Cristo murió por los impíos. Porque difícilmente habrá alguien que muera por un justo, aunque tal vez alguno se atreva a morir por el bueno. Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros (Romanos 5:6-8).
Esta es la frase que estremeció mi mente: «Dios demuestra su amor para con nosotros». Y la palabra en esa frase que me paralizó particularmente fue «demuestra». Dios «demuestra» su amor por nosotros.
Cuando se trata de amor, es un asunto de demostrar y decir (y a menudo es en ese orden). Conocemos al amor cuando lo vemos y lo escuchamos. Las palabras son una dimensión esencial de cómo demostramos nuestro amor, pero son nuestras acciones las que prueban la verdad de nuestras palabras. El amor, al igual que la sabiduría, «se justifica por sus hechos» (Mt 11:19). El amor, como la fe, «si no tiene obras, está muerta» (Stg 2:17).
Y eso es lo que me hizo volver a pensar en mi acercamiento al evangelismo cristiano. Me pregunto si he buscado amar a otros con demasiada conversación y no suficientes obras.
En esto conocemos el amor
Podrías reconocer en mis palabras el eco a otro pasaje:
En esto conocemos el amor: en que Él puso su vida por nosotros. También nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. Pero el que tiene bienes de este mundo, y ve a su hermano en necesidad y cierra su corazón contra él, ¿cómo puede morar el amor de Dios en él? Hijos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad (1 Juan 3:16-18).
Ahí está otra vez. Conocemos el amor de Dios por nosotros gracias a la manera en que Jesús generosamente demostró su amor hacia nosotros. Y la manera en que Jesús mostró su amor por nosotros nos da un profundo modelo de la manera en que nosotros, como cristianos, debemos mostrar nuestro amor los unos por los otros.
No obstante, conocemos el ejemplo holístico de Jesús de que no sólo debemos mostrar amor a otros cristianos. Puesto que debemos «ha[cer] bien a todos según tengamos oportunidad, y especialmente a los de la familia de la fe» (Gá 6:10, [énfasis del autor]). Y Jesús nos dice que incluso las obras de amor a otros cristianos les hablan a los no creyentes: «en esto conocerán todos que son mis discípulos, si se tienen amor los unos a los otros» —un amor que ellos pueden ver— (Jn 13:35).
Perseguido por las Navidades pasadas
Ahora, la razón por la que estoy reflexionando en todo esto en el contexto de la Navidad es porque es un momento anual donde la atención colectiva de nuestra cultura es atraída de alguna manera hacia Jesús. En el occidente poscristiano cada vez más grande, las personas tienen la noción general de que al centro de la Navidad se encuentra el amor. Tienen esta noción porque es un eco de la antigua historia que aún resuena por medio de la civilización occidental:
Pero cuando vino la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, a fin de que redimiera a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción de hijos (Gálatas 4:4-5)
Aun cuando muchos malinterpreten, ignoren o rechacen este eco, a menudo todavía los deja con la sensación de que la Navidad se trata de un amor redentor.
Podemos escuchar restos del eco en muchas de nuestras historias navideñas más populares de nuestra cultura, desde Cuento de Navidad hasta Cómo el Grinch robó la Navidad, donde almas profundamente egoístas experimentan cierto tipo de redención después de encontrarse con un amor trascendental (a menudo, como Scrooge, un amor misericordioso). Se les muestra amor. Y como resultado de este encuentro, son transformados en almas amorosas que descubren una alegría mucho más grande de la que jamás conocieron al considerar a otros como más importantes que sí mismos. Estas historias son perseguidas por el fantasma de la antigua Navidad pasada, cuando «de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito» (Jn 3:16).
Muestra el amor
Al juntar todo esto, me golpea de una manera fresca el hecho de que la Navidad sea un tiempo particularmente conmovedor para mostrar el amor de Cristo a aquellos que están fuera de la familia de la fe.
Por lo tanto, ¿qué podría significar eso exactamente? Bien, en el momento en que estoy escribiendo esto, que es justo después de Halloween, no estoy exactamente seguro. Porque en lugar de planificar un programa, estoy planeando mantener mis ojos abiertos y, como me guíe el Señor, seguir las necesidades. El amor cristiano, como dice John Piper: «es la abundancia de gozo en Dios que hace frente a las necesidades de los demás». A menudo no podemos prever lo que las personas necesitan, pero podemos planificar reservar algo de tiempo y dinero para que, si surge la necesidad, haya canales prácticos a través de los cuales nuestro amor pueda fluir para satisfacerlas. Y la experiencia me ha enseñado que, si presto atención, rara vez faltan necesidades que cubrir.
A lo largo de los años, he participado, coordinado y liderado incontables eventos navideños: servicios de adoración, musicales, fiestas, reuniones vecinales y familiares, intencionalmente diseñadas para presentar el mensaje del Evangelio a no creyentes. Y no me arrepiento de haberles contado sobre el amor de Dios en Cristo. Es una manera de mostrarles el amor de Dios. Pero sí siento un poco de remordimiento por no haber dado más tiempo y energía para mostrarles a más personas el amor de Dios en Cristo a través de obras tangibles y personales. Y por lo tanto, estoy buscando cambiar eso: demostrar la verdad de mis palabras con acciones de amor al buscar intencionalmente y con mucha oración maneras de mostrar el amor «de hecho y en verdad» este año.