Cuando se trata de tomar decisiones importantes o lidiar con problemas difíciles, complejos y dolorosos, la experiencia me ha enseñado dos lecciones sobre mí mismo. La primera, si busco consejo sabiamente (en el sentido de realmente intentar impregnarme con toda la información y las perspectivas necesarias), el resultado siempre es mejor que si no lo hago. La segunda es que, con frecuencia, esto no es algo que quiero hacer.
Ahora, a la luz de la primera, ¿por qué lucho con la segunda? Parece insensato, y lo es, porque la Escritura dice:
El camino del necio es recto a sus propios ojos,
Pero el que escucha consejos es sabio (Pr 12:15).
La verdad es que, gracias a la naturaleza humana que aún permanece en mí, tengo una parte insensata en mi interior que cree que no necesito consejo o que buscarlo me expondrá en maneras que no quiero que otros vean. Esto significa que el orgullo, el miedo y la vergüenza pueden jugar un papel en el motivo por el que me siento tentado a evitar buscar consejo.
Mi experiencia también me ha enseñado que esto es más o menos cierto para todos. Todos necesitamos ayuda para reconocer cuándo nuestro necio interior nos está influenciando en tomar un curso de acción destructivo. Dado el limitado espacio que tengo aquí, guardaré los temas del miedo y la vergüenza para el futuro y me enfocaré en cómo el orgullo puede distorsionar la manera en que escuchamos el consejo. Consideremos cómo el tipo de necedad al que todos tendemos llevó a un hombre al desastre.
Aprendamos de un mal ejemplo
En 2 Crónicas 10, el rey Salomón recién había muerto y su hijo, Roboam, se preparaba para asumir el trono de Israel. Todo el pueblo de Israel se había reunido para su coronación. No obstante, antes de prometerle lealtad, el pueblo le presentó esta petición: que Roboam aligerara la pesada carga de trabajo forzado que habían soportado bajo el reinado de Salomón. Si él concedía esto, prometieron: «le serviremos» (2Cr 10:4). Antes de que Roboam le diera su respuesta al pueblo, primero él busca consejo. Aparentemente, esto parece sabio.
Este es un momento definitivo para el heredero al trono. Roboam está apunto de ilustrar la verdad de Proverbios 12:15, pero no de una manera muy halagadora.
Primero, él se reúne con los ancianos que aconsejaban a su padre, hombres cuyo conocimiento indudablemente estaba sazonado con años de una experiencia bien ganada, y buscó su consejo. Ellos ofrecieron esta recomendación: «Si usted es bueno con este pueblo, les complace y les dice buenas palabras, entonces ellos serán sus siervos para siempre» (2Cr 10:7).
Lo siguiente que se nos dice, sin embargo, debería encender nuestras luces de advertencia de «nivel bajo de sabiduría»: Roboam «abandonó el consejo que le habían dado los ancianos, y pidió consejo a los jóvenes que se habían criado con él y le servían» (2Cr 10:8). ¿Abandonó? ¿Tan pronto?
Los consejeros más jóvenes le dieron a Roboam un consejo diferente: lo que necesita hacer realmente es flexionar su majestuoso músculo y someter al pueblo con una fuerza brutal (2Cr 10:11). Esto es precisamente lo que él hace y resulta en un desastre real. Cuando anuncia al pueblo su intención de ser más duro con ellos de lo que fue su padre, la mayoría de las tribus de Israel renunciaron a toda lealtad a Roboam y escogieron su propio rey, dividiendo la nación en dos.
Ahora, debemos querer aprender del desastroso ejemplo de Roboam, puesto que nosotros tenemos el mismo orgullo pecaminoso en nuestro interior. Siempre hemos hecho payasadas, creyendo que estamos en lo correcto a nuestros propios ojos. Creo que esta historia nos muestra tres maneras muy comunes en las que nuestro orgullo pecaminoso puede tentarnos a desviar neciamente nuestros oídos de escuchar buenos consejos (Pr 12:15) y destruir la gozosa liberación y los beneficios que Dios promete a aquellos que andan en sabiduría (Pr 28:26).
1. Subestimamos nuestra ignorancia
En primer lugar, el orgullo puede tentarnos a subestimar nuestra ignorancia. Es asombroso cuánta confianza sin fundamento podemos poner en lo poco que sabemos. Vemos esto en Roboam: a pesar de la cantidad de décadas de verdadera experiencia de gobierno que tenían los ancianos y de su sentido urgente del deterioro de la confianza del pueblo en la administración de su padre, el nuevo rey y sus pares creyeron saber mejor.
Su necedad es clara cuando leemos esta historia, pero ¿acaso nosotros no hemos tomado malas decisiones y planificado erróneamente, habiendo ignorado y omitido incluso buscar consejo, todo porque nuestra perspectiva ignorante pareció correcta a nuestros propios ojos en ese momento? Eso es lo que hace que esta manifestación de orgullo sea tan peligrosa: a menudo no percibimos nuestro error hasta que es demasiado tarde. Por lo tanto, los hombres sabios escuchan los consejos, incluso (y especialmente) cuando piensan que saben lo que es mejor.
2. Evitamos parecer débiles
En segundo lugar, el orgullo puede tentarnos a evitar parecer débiles. En el antiguo Cercano Oriente, los reyes más respetados y exitosos eran típicamente fuertes y despiadados (y proyectaban una imagen fuerte y clara). Los gobernantes no permitían que los súbditos establecieran los términos. ¿Qué mensaje habría enviado Roboam a nivel nacional e internacional si se hubiera rendido a las exigencias de su pueblo?
El miedo estaba en juego también, puesto que los reyes débiles eran objetivos de golpes de estado. Luego estaba esa larga sombra proyectada por su fuerte y famoso padre de la cual debía escapar. Por lo tanto, la decisión de Roboam no fue tomada con fe en el poder de Dios, tampoco teniendo el bien del pueblo en mente, sino que teniendo en vista ante todo su deseada reputación.
Nosotros, al igual que Roboam, tendemos a ser excesivamente influenciados por cómo nuestros pares y la cultura definen la fuerza y la debilidad. Nuestra orgullosa reticencia a ser vistos como personas débiles fácilmente puede distorsionar nuestras decisiones y planes. Por lo tanto, el hombre sabio busca y escucha los consejos que lo ayudarán a temer al Señor más que temer parecer débil (Pr 1:7) y a amar a las personas más que a su propia reputación.
3. Predeterminamos el consejo que aceptaremos
En tercer lugar, el orgullo puede tentarnos a predeterminar el consejo que aceptaremos. Podemos ver indicadores en la historia de Roboam de que él ya había determinado lo que quería hacer antes de buscar consejo. Es difícil imaginarlo escuchando atentamente a ambos grupos de consejeros, tomando en consideración su relativa experiencia, considerando juiciosamente cada consejo en el contexto de la condición de su pueblo y llegando a la conclusión a la que llegó.
Su necedad ni siquiera puede atribuirse a su ingenuidad juvenil, puesto que Roboam tenía 41 años en ese tiempo (2R 14:21). Él ya conocía la perspectiva de sus jóvenes consejeros, porque «le servían» (2Cr 10:8); eran su equipo de consejeros. Debido a que todos sabemos cómo funciona la dinámica del poder, es probable que esos consejeros estuvieran alimentando a Roboam con aquello que sabían que él quería escuchar. Él no estaba buscando consejo realmente: él estaba buscando una validación oficial de su plan predeterminado.
Este síntoma de orgullo es sutilmente engañoso, tanto para nosotros como para nuestros consejeros. Tendemos no solo a buscar consejeros que ya están de acuerdo con nuestra perspectiva, sino que también podemos formular un asunto a consejeros más objetivos de maneras que invitan a obtener el consejo que deseamos. En otras palabras, podemos parecer sabios, mientras buscamos neciamente lo que es recto a nuestros propios ojos. Por lo tanto, el hombre sabio no forma un jurado con las personas que simpatizan con él ni tuerce la evidencia, sino que escucha el consejo ofrecido por los consejeros honestos a partir de múltiples perspectivas, pues han escuchado toda la información relevante.
Gozosa promesa de sabiduría
Otro proverbio que da un vuelco un poco diferente sobre las lecciones de los fracasos de Roboam es este:
El que confía en su propio corazón es un necio,
Pero el que anda con sabiduría será librado (Pr 28:26).
Este proverbio contiene una preciosa promesa para nosotros si escogemos no subestimar nuestra ignorancia, evitar parecer débiles o predeterminar qué consejo vamos a aceptar: liberación de decisiones desastrosas. El ejemplo de Roboam ilustra el tipo de devastadoras consecuencias que resultan de andar en el necio orgullo; orgullo que todos reconocemos en nosotros y el cual tienta.
El desafío de andar en sabiduría, de buscar consejeros sabios y de escuchar atentamente sus consejos es que al principio, por lo general, se siente desafiante y humillante. Se nos dicen cosas que no queremos escuchar. Y sin embargo, si andamos por este camino de sabiduría, llevará, como «todas las sendas [fieles y amorosas] del Señor» (Sal 25:10), al gozo y a la liberación del desastre autoinfligido. Jesús dice: «angosta [es] la senda que lleva a la vida» (Mt 7:14) y «el que quiera salvar su vida, la perderá» (Mt 16:25). El camino al gozo a menudo se encuentra en la negación a uno mismo, mientras que el camino a la miseria a menudo se encuentra en la autocomplacencia.
Por esta razón, cuando se trate de tomar decisiones y planificar cosas importantes, solo un necio confiará en su propio entendimiento, pero el hombre sabio escuchará los buenos consejos.