Nuestro primer hijo era un niño increíblemente activo. Pasó los primeros días de su infancia agarrándose, aferrándose y trepando a personas y objetos como si la vida fuera el mejor juego de trepar que ha existido. Entre los ocho y los nueve meses, dio sus primeros pasos y no pasó mucho tiempo antes de que recorriera la casa de un lado para otro a una peligrosa e increíble velocidad.
Si eres padre, sabrás que cuando tu hijo comienza a caminar, él o ella necesita ser protegido de todo un nuevo conjunto de peligros domésticos, por lo que mi esposa Luella y yo comenzamos a adaptar la casa lo mejor que pudimos para proteger a nuestro hijo. También intenté advertirle a Justin, nuestro hijo, sobre las cosas que eran potencialmente peligrosas para él. Le di un “tour de seguridad” por la casa, mostrándole lo que debía evitar y lo que no debía tocar. Pensé que estaba desperdiciando mi tiempo, porque con cada advertencia que le hacía, me miraba como si no entendiera nada y asentía sin convicción.
Los enchufes prohibidos
Unos pocos días después, estaba leyendo en el living y, de reojo, vi a mi hijo mirándome misteriosa y maquiavélicamente. Miraba la muralla, luego a mí, después a la muralla y repetía este ciclo muchas veces. Cuando pensó que yo estaba lo suficientemente distraído, Justin se acercó directamente a un enchufe del cual ya le había advertido. Justo antes del emocionante primer toque, él hizo algo que me sorprendió: se detuvo, miró hacia atrás para ver si yo estaba mirando y después quiso tocar el enchufe mientras yo saltaba de mi silla para rescatarlo.
Esa mirada final demostraba que Justin sí entendió mis advertencias, que sabía que estaba actuando contra mi voluntad, que estaba tratando de esconder su rebelión, y que inexplicablemente lo que le era prohibido lo estaba atrayendo. ¿Por qué estoy compartiendo esta anécdota familiar contigo? Porque, en muchas formas, tú y yo somos iguales a los niños pequeños. ¿Cuán seguido hacemos lo mismo que Justin, pero con Dios y con algo diferente a un enchufe?
En el artículo de hoy, quisiera ver tres tipos de comportamientos que produce el pecado, cuáles y cómo nos reducen a una inmadurez infantil:
1. El pecado produce rebelión
Luella y yo nunca le enseñamos a Justin cómo ser rebelde. Nunca le dimos ningún tipo de incentivo para desear lo que estaba prohibido, para buscar una oportunidad de evitar nuestra autoridad o para alcanzar el “fruto prohibido”, que en este caso era el enchufe. Esto es algo con lo que él nació y no se demoró mucho en expresarlo.
Lamentablemente, tú y yo no dejamos esa etapa. Ya sea que un par de años después nos arranquemos de mamá en la tienda de juguetes, copiemos en un examen en la secundaria o en la universidad, arreglemos nuestro curriculum o el formulario del impuesto a la renta con datos falsos, nos rehusemos a someternos al consejo de un anciano, nos permitamos la lujuria en secreto o incluso estacionarnos en un área no permitida “sólo unos pocos segundos mientras voy a la tienda”, la rebelión es natural para cada uno de nosotros. Nuestro espíritu rebelde nos lleva a pensar primero en nosotros mismos y a saltar las barreras que existen entre nosotros y nuestros deseos.
Fuimos diseñados para vivir en sumisión diaria, pero debido a nuestro pecado, ahora odiamos ser sometidos. Queremos crear las reglas y cambiarlas cuando nos convenga. En esencia, queremos ser Dios, controlar nuestros mundos según nuestra propia voluntad. No importa contra qué autoridad horizontal nos estemos rebelando, nuestra rebelión está verticalmente dirigida a Dios. Nos rehusamos a reconocer su autoridad, robándole su gloria y usurpando su derecho a gobernar.
¿Cómo te rebelaste contra la autoridad de Dios la semana pasada?
2. El pecado produce necedad
Luella y yo tuvimos años de experiencias con Justin. Fuimos capaces de hacer cosas que para su pequeño cuerpo de niño eran imposibles. Fuimos buenos con él, sacrificamos nuestras vidas para ser sus protectores y proveedores. Justin habría sido sabio al escuchar nuestro consejo, al seguir nuestro liderazgo y al evitar los enchufes.
Probablemente estés pensando, “pero Paul, ¡él sólo era un niño!”. ¡Completamente de acuerdo, pero también lo somos tú y yo! Aunque Dios tiene años eternos de experiencia con nosotros; aunque es capaz de hacer cosas que son imposibles para nosotros; y aunque él sacrificó su vida para ser nuestro protector y proveedor, a menudo no encontramos ninguna perspectiva, conocimiento, teoría o verdad más confiable que la que inventamos nosotros. Igual que los niños pequeños, se nos ha advertido del peligro, pero en nuestra necedad creemos la mentira de que sabemos más que Dios.
Cuando David dice en el Salmo 14:1, “dice el necio en su corazón: ‘No hay Dios.’…” no está hablando solamente de los ateos; está llegando al centro de toda necedad humana. El pecado produce un rechazo innato de la sabiduría de Dios para cada persona. Nos cierra al consejo provisto por la familia de Dios, nos convence de que no necesitamos estudiar la Palabra de Dios y nos engaña de tal manera que vemos nuestras elecciones rebeldes e irracionales como sabias y correctas.
¿De qué forma ignoraste la sabiduría de Dios la semana que recién pasó?
3. El pecado produce parálisis
El tercer y último elemento no se muestra claramente en nuestra anécdota familiar, pero la Biblia nos dice que existe: aun cuando queramos obedecer los mandamientos de Dios y seguir su sabiduría, que se encuentra en la Escritura, el pecado nos vuelve incapaces de hacerlo sistemáticamente. El apóstol Pablo captura poderosamente esta situación en Romanos 7, cuando escribe, “Yo sé que en mí, es decir, en mi naturaleza pecaminosa, nada bueno habita. Aunque deseo hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo. De hecho, no hago el bien que quiero sino que el mal que no quiero.” (vv. 18-19).
El pecado nos transforma en unos paralíticos morales, fundamentalmente incapaces de hacer lo que es correcto. ¿Quién de nosotros podría decir que nuestro enojo siempre ha sido recto? ¿Qué esposo puede decir que siempre ha amado a su esposa como Cristo ama a la iglesia? ¿Quién ama consecuentemente a su prójimo como a sí mismo? Fallamos en estas cosas, incluso cuando anhelamos hacer el bien, porque el pecado se ha apropiado de nuestros músculos morales. Simplemente, no podemos hacer el bien para el cual fuimos creados.
¿De qué formas, a pesar de tus buenas intenciones, no cumpliste con el estándar de Dios la semana pasada?
Las buenas noticias
Ya sea que te permitas verlo o no, hay mucha evidencia: tú y yo somos como niños pequeños. Deseamos lo que se nos prohíbe, echando el último vistazo a Dios antes de actuar con rebeldía. Sabemos sobre la seguridad que podemos encontrar dentro de los límites de la sabiduría de Dios, pero escuchamos neciamente a nuestra lógica torcida y corrompida. Incluso en nuestro mejor día, cuando deseamos buscar al Señor, somos esencialmente incapaces de lograrlo sistemáticamente.
¿Estás desanimado? Deberías estar humillado, pero no desanimado. La Buena Nueva del evangelio es que Jesús perdona a los rebeldes. Él transforma a quienes hablan mucho en personas que escuchan; hace que quienes estaban paralizados puedan caminar nuevamente. Su Espíritu que mora en nosotros reemplaza la autonomía con dependencia, la necedad con sabiduría y el fracaso con fruto.
Sin embargo, debes admitir que necesitas ayuda. Necesitas humillarte y verte como un niño espiritualmente. Hoy, pídele a tu Padre celestial que tome tu mano y te muestre el camino.
De la misma forma que a un niño pequeño.
Este recurso proviene de Paul Tripp Ministries. Si deseas recursos adicionales, visita www.paultripp.com. Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda

