Fiel a su nombre, la emoción por Zoom se agotó casi tan rápido como empezó a tener éxito, dejándonos a la mayoría de nosotros cansados, exasperados y sintiéndonos más desconectados.
El anhelo que sentimos de reunirnos en persona no es nuevo (es tan antiguo como el género humano), pero el coronavirus ha refrescado y profundizado ese anhelo en muchos de nosotros. Sin duda, estamos más conscientes de las necesidades arraigadas en la humanidad. Sin embargo, los últimos meses no crearon esa necesidad; solo han expuesto lo que los humanos, y en especial los cristianos, siempre hemos necesitado.
A medida que las primeras iglesias nacían y comenzaban a dispersarse y a multiplicarse, habían difíciles despedidas (Hch 20:37-38; 2Ti 1:4). No solo no tenían el tipo de tecnología que nosotros disfrutamos ahora, sino que los peligros de seguir y predicar a Cristo eran reales y graves. Las personas morían por creer lo que creían (Hch 7:58; 12:1-3), por lo que decir adiós era una palabra fuerte y dolorosa. El distanciamiento social que experimentaron era tanto más tangible, difícil y a veces permanente; al menos hasta que la muerte los volviera a reunir.
Por lo tanto, cuando los apóstoles dicen una y otra vez: «Anhelo verlos», sabemos que su anhelo era profundo e intenso. Ahora, después de dos meses en cuarentena debido al coronavirus, sentimos más de lo que ellos podrían haber sentido los unos por los otros.
«Preferiría no usar Zoom»
El apóstol Juan le escribió a la iglesia que amaba y conocía bien: «Aunque tengo muchas cosas que escribirles, no quiero hacerlo con papel y tinta, sino que espero ir a verlos y hablar con ustedes cara a cara, para que su gozo sea completo» (2Jn 12). Lo escrito puede decir demasiado (quien habla es un apóstol, en la misma Palabra de Dios). Sin embargo, incluso en los escritos inspirados, infalibles y suficientes de la Escritura hay un anhelo por más que escritos, por más que palabras.
Juan y los otros apóstoles probablemente aprendieron esta dinámica directamente de Jesús. Al comienzo de su ministerio, «Subió Jesús a una montaña y llamó a los que quiso, los cuales se reunieron con él. Designó a doce, a quienes nombró apóstoles, para que lo acompañaran y para enviarlos a predicar y ejercer autoridad para expulsar demonios» (Mr 3:13-15, NVI). Incluso el Dios-Hombre anhela estar cerca o conectado con alguien, no solo compartir teología o incluso compartir la misión, sino que compartir espacio y compartir la vida.
Dios les ha dado a las personas de carne y hueso un poder y un potencial irremplazables en las relaciones. Él ha incrustado una necesidad por ese tipo de experiencia en cada ser humano y en cada iglesia. Algunas cosas tuvieron el propósito de ser dichas en la misma habitación. La cercanía importa. El amor tuvo el propósito de reunir. Cuando nos juntamos en un lugar, ni retrasos en el audio ni videos congelados, ni botones de silenciar ni notificaciones push, ni la conexión a Internet ni las barreras o las dificultades tecnológicas nos pueden separar más.
Los teléfonos inteligentes y las llamadas de Zoom son regalos extraordinarios, regalos que la iglesia primitiva sin duda habría atesorado y aprovechado, pero aun así son regalos que no satisfacen lo que nosotros (y ellos) hemos anhelado. Juan podría estar expresando esto cuando escribió: «Espero ir a verlos y hablar con ustedes cara a cara». Por tanto, no es solo cara a cara (casi podemos reproducir eso hoy), sino que en realidad estar con ustedes.
El gozo de la comunidad no puede ser pleno desde la lejanía. Nota por qué Juan quiere estar cara a cara: «Para que su gozo sea completo». El distanciamiento social significa menos gozo. Sacrificamos un deleite más completo y más profundo (en Dios y en los unos y los otros) cuando no podemos estar juntos. Muchos de nosotros sentimos la falta de alegría ahora más de lo que lo hemos sentido antes.
El anhelo de fortaleza y valentía
El apóstol Pablo expresa el mismo estribillo de anhelo a lo largo de sus cartas. Él les dice a los romanos, a los filipenses, a los tesalonicenses y a Timoteo: «anhelo verlos» (o algo así). Él les escribe a los corintios: «Por esta razón les he enviado a Timoteo, que es mi hijo amado y fiel en el Señor. Él les recordará mis caminos, los caminos en Cristo, tal como yo enseño en todas partes, en cada iglesia» (1Co 4:17). Pablo sabía que la presencia diaria, de carne y hueso de Timoteo comunicaría los caminos de Pablo en Cristo aún más de lo que las propias palabras de Pablo lo harían.
No obstante, su anhelo por la iglesia en Roma se siente especialmente relevante e instructivo. Pablo cree que algo sucederá cuando los vea que no ocurrirá de la misma manera o al mismo nivel que por medio de sus cartas (en este caso, probablemente la mayor carta escrita en la historia). Él escribe:
[…]Hago mención de ustedes siempre en mis oraciones, implorando que ahora, al fin, por la voluntad de Dios, logre ir a ustedes. Porque anhelo verlos para impartirles algún don espiritual, a fin de que sean confirmados; es decir, para que cuando esté entre ustedes nos confortemos mutuamente, cada uno por la fe del otro, tanto la de ustedes como la mía (Ro 1:9-12).
Pablo dice: «Anhelo verlos para impartirles algún don espiritual». No sabemos qué don espiritual tenía en mente, pero sí sabemos que su presencia «fortalecería» a los creyentes en Roma y que tanto Pablo como sus lectores serían «animados» en una manera que no se lograría de otra forma.
Pablo usa las mismas dos palabras griegas juntas cuando le escribe a los tesalonicenses: «Enviamos a Timoteo, nuestro hermano y colaborador de Dios en el evangelio de Cristo, para fortalecerlos [afianzarlos] y alentarlos [animarlos] respecto a la fe de ustedes» (1Ts 3:2). La presencia física le permite a Pablo y a Timoteo, a ti y a mí, fortalecernos y afianzarnos, alentarnos y animarnos en maneras que no podríamos a través de los medios de comunicación, no importa cuán avanzados sean estos medios. Pablo hizo el esfuerzo extraordinario de estar con sus compañeros creyentes porque él sabía el potencial extraordinario de estar cara a cara. Él conocía el potencial gozo de estar verdaderamente juntos (2Ti 1:4; Fil 2:28).
Por lo tanto, estamos en lo correcto al anhelar vernos unos a otros y fortalecernos, animarnos y disfrutarnos unos a otros como iglesia. Zoom por sí solo no es suficiente. Por ahora, como Juan y Pablo, usamos la tecnología que tenemos y continuamos amándonos mutuamente lo más creativa, intencional y persistentemente que podemos. Sin embargo, Dios quiere que anhelemos más, que esperemos ansiosamente esa gran reunión ese domingo, cuando estemos realmente juntos otra vez.
Camina con nosotros
Dios también quiere que esperemos, tanto más, la reunión aún más grande y más dulce que vendrá, cuando Cristo regrese para reunir a todos los santos desde todas las casas para llevarnos a nuestro hogar final.
Una manera en que Dios podría permitir que pasemos la soledad y las pruebas del aislamiento no es solo anhelando estar juntos otra vez (¡debemos hacerlo!), sino que también anhelando los meses, los años y los siglos en los que caminaremos con Él. Cuando haga todas las cosas nuevas, elimine todos los virus y la corrupción, quite para siempre todos los mandatos de quedarse en casa y nos suelte, sin tentación ni pecado, en todo lo que Él ha hecho, Él ya no nos llamará desde lejos, sino que habitará y caminará con nosotros.
El mismo Juan, que prefería la presencia física al papel y la tinta, vio la maravilla de lo que experimentaremos:
Entonces oí una gran voz que decía desde el trono: «El tabernáculo de Dios está entre los hombres, y Él habitará entre ellos y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos. Él enjugará toda lágrima de sus ojos» (Ap 21:3).
¿Podría haber sido más claro? La morada de Dios estará con nosotros; Él habitará con nosotros. Dios mismo estará con nosotros como nuestro Dios. Los días de distanciamiento social son especialmente buenos para saborear promesas como estas, para soñar con todos los días que pasaremos con Dios.
Juan escribió sobre esa gran esperanza y futuro desde el exilio, mientras estaba aislado en una isla (Ap 1:9). Y sin embargo, solitario como estaba (mucho más de lo que estamos nosotros hoy), él no solo cobró ánimo en la esperanza del cielo, sino que encontró maneras para fortalecer la esperanza de otros sobre lo que vendrá. Su aislamiento se transformó en la razón para la perseverancia de alguien más; para nuestra perseverancia. ¿Cómo podría usarnos Dios —con una carta, una llamada telefónica un mensaje de texto— para hacer lo mismo con alguien que está luchando con creer?