Ya sea que estés en tu propio hogar, en la casa de tu infancia o en el acogedor hogar de unos amigos, las festividades normalmente se celebran en un hogar. Pueden ser casas hermosas, decoradas al máximo, anunciando la temporada de festividades; pueden estar llenas de grandes alegrías y del espíritu navideño, así como también del olor a asado y a canela en el aire. Sin embargo, sabemos que los hogares también podrían estar llenos de soledad y dolor, penas y conflictos. Y, al final del día, las casas se vacían, las decoraciones se sacan, los regalos se guardan y, como resultado, puede quedar un sentimiento de un leve vacío. Las festividades, ya sea que estén llenas de alegría o de dificultad, tienen un fin y a menudo nos dejan anhelando más.
Creo que parte de ese anhelo y vacío se debe a que sabemos que la maravilla de las festividades es solo un pequeño destello, un anticipo de nuestros hogares eternos y de nuestra celebración eterna. Pienso que podemos quedar con la sensación de vacío porque tenemos la eternidad plantada en nuestros corazones (Ec 3:11). Sabemos que hay algo mejor; algo perdurable. Sin embargo, este reconocimiento de un regalo mayor no debe evitar que celebremos durante las festividades. Al contrario, nuestra comprensión de que este no es nuestro hogar debe motivarnos a celebrar.
A medida que, en este tiempo de festividad, anticipamos la venida de Emmanuel, también recordemos que Jesús vendrá nuevamente. La mañana de Navidad no es el fin de la historia. Sabemos que viene la Pascua y, después de la Pascua, ¡sabemos que nuestro Salvador regresa por su novia! El día después de la Navidad no tiene que ser un día de anhelo desesperanzado, puede ser un día de tranquila espera. Nuestros corazones pueden estar en paz porque sabemos que Dios está haciendo nuevas todas las cosas.
Ese anhelo que puedes sentir es evidencia de una ciudadanía mejor y verdadera; todos estamos esperando ansiosamente el día del retorno de nuestro Salvador. El apóstol Pablo escribió sobre este anhelo cuando animaba a la iglesia filipense a imitar a aquellos que caminan en la fe: «Porque nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también ansiosamente esperamos a un Salvador, el Señor Jesucristo» (Fil 3:20). Cuando nuestros ojos están en la eternidad, podemos correr la carrera con resistencia. Sabemos que Él nos transformará a su imagen. Sabemos que cada rodilla se postrará y que toda lengua confesará que Jesús es Señor. Nuestra esperanza, nuestra única esperanza, es ser encontrados en Él. «Y así como está decretado que los hombres mueran una sola vez, y después de esto, el juicio, así también Cristo, habiendo sido ofrecido una vez para llevar los pecados de muchos, aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvación de los que ansiosamente lo esperan» (Heb 9:27-28). Oh, qué buena noticia. Jesús ha hecho un camino y comenzó en un pesebre. Él murió en nuestro lugar y volverá para salvar a aquellos que están ansiosamente esperándolo.
Sabemos que las festividades no son todo lo que existe. Por lo tanto, mientras celebras este tiempo, regocíjate al saber que cuando la emoción de las festividades desaparece, la celebración eterna te espera. Si estás desanimado este tiempo, debes saber que tu anhelo un día será satisfecho cuando seas consumado en tu Salvador. Para siempre; esto es para siempre.
Otras ideas para tu reflexión:
- ¿Cómo te sientes normalmente a media que te acercas a la Navidad? ¿Cómo te sientes después? ¿Cómo la realidad del regreso de Jesús impacta esos sentimientos?
- Piensa en alguien (un miembro de la familia, amigo, vecino) que sepas que queda con un profundo anhelo debido a este tiempo. Anímalo con palabras o con una nota sobre la verdad de nuestro hogar celestial. Quizás puedes usar esta oportunidad para compartir el Evangelio si es que no conocen a Cristo.
- Jesús vino a la tierra a buscarnos debido a su profundo amor. ¿A quién tienes en tu vida al que puedas buscar por amor? ¿Qué puedes hacer para asegurarte de que ellos sepan que los amas?
- Pasa un tiempo escribiendo lo que significa tener una verdadera ciudadanía en el cielo. Luego, agradece al Padre por este extraordinario regalo a través de Cristo.
Este artículo fue publicado originalmente en Trillia Newbell.

