El lunes es probablemente el día menos deseado de la semana; y todos sabemos por qué. Es el día que destroza la expectación del viernes, la alegría del sábado y el descanso del domingo. Es el lunes cuando la mayoría de nosotros vuelve al trabajo, o, al menos, vuelve a la normalidad del ajetreo agendado. La mayoría considera al lunes indeseado porque la mayoría parece no desear su trabajo. Sin embargo, ¿esto tiene que ser así? ¿Hay otra manera de encontrar verdadera y perdurable alegría en nuestros esfuerzos, particularmente en las vocaciones que a menudo incluyen exigencias comunes y trabajo repetitivo? Sin duda, la maternidad encaja con esa descripción, y aunque la maternidad no es un trabajo como usualmente lo definimos (porque no es remunerado con dinero), es trabajo.
Cuando mis hijos eran bebés y niños, mi trabajo diario se veía igual cada día, pero en el estado de maternidad en el que me encuentro actualmente, mi trabajo diario se ve bastante diferente cada día. No obstante, la tarea básica de mantener la casa no ha cambiado desde que mis hijos eran más pequeños. Aún es necesario lavar la ropa sucia, aún es necesario lavar la loza, aún es necesario servir comida. Día tras día, todo es igual. Si no estás alerta, es fácil comenzar a anhelar algo diferente, y quizás nuevo y emocionante. El trabajo, en especial el repetitivo y común, puede ser bastante difícil. Esas tareas repetitivas y comunes pueden reforzar el sentimiento de amedrentamiento que a menudo tenemos por el trabajo.
La Biblia tiene mucho que decir sobre el trabajo, pero quiero centrarme en dos áreas que pueden ayudar a motivarnos específicamente en las labores comunes y cotidianas de amar que realizamos las madres.
El trabajo es para el Señor
Una de las primeras maneras de luchar contra nuestra tentación a no desear el trabajo es saber que este es para nuestro Dios Creador y se trata de Él. El mundo nos dice que debemos buscar un trabajo que sea gratificante y satisfactorio. No creo que exista algo inherentemente incorrecto con amar tu trabajo o buscar algo que te apasione, pero si eso es todo en lo que centramos nuestra atención, fácilmente nos desilusionaremos porque el trabajo es difícil y está afectado por la caída. Al contrario, si sabemos que cada plato lavado; cada montón de ropa sucia lavada; cada pañal cambiado es para el Señor, ¿acaso no es eso un enfoque mayor y más significativo?
Si tenemos hijos y un hogar, Dios nos ha llamado a pastorear a nuestros hijos y a cuidar de nuestros hogares. Cuando me centro en este trabajo, es fácil pensar que estoy sirviendo principalmente a mis hijos y a mi esposo, pero como Pablo nos recuerda en Colosenses: «Todo lo que hagan, háganlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres, sabiendo que del Señor recibirán la recompensa de la herencia. Es a Cristo el Señor a quien sirven» (Col 3:23-24). Este trabajo de cuidar a los hijos y a la casa no está aparte de otro trabajo. Todo lo que hagamos, debemos hacerlo enérgicamente, no primordialmente para nuestros hijos, no primordialmente para nuestros maridos, sino que para el Señor. Y Dios nos recompensa misericordiosamente por nuestros esfuerzos. Podríamos no ser remuneradas en dinero, pero imagino que eso no nos preocupa pues adoraremos a nuestro Salvador por la eternidad. ¡Qué alegría habrá ese día! Que esta verdad te motive a encontrar alegría en tu trabajo diario, sabiendo que Dios lo ve y es complacido mientras trabajas para su gloria. Vale la pena: se encuentra gran valor y alegría en el trabajo.
Aprende a contentarte
Si estamos luchando con encontrar alegría o si estamos desilusionadas en el trabajo, es probable que el descontento esté al acecho.
Pablo nos dice en Filipenses 4:11: «No que hable porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme cualquiera que sea mi situación». Estoy agradecida por todos los versículos que rodean a este. Pablo conocía la escasez y también la abundancia. En todas las circunstancias de Pablo, el consuelo y la fuerza venían del Señor (v.13). Así debe ser con nosotras. Pablo nunca dijo que pasó por varias pruebas y tentaciones y estaba siempre contento naturalmente. No, Pablo aprendió a contentarse. Dios nos da un destello de la santificación progresiva en la vida de Pablo. Podemos ser animadas en que si luchamos con el descontento en lo común y corriente, podemos arrepentirnos de esto y comenzar a dar gracias a Dios por el trabajo que nos ha dado. El contentamiento en lo que hacemos se debe aprender; nadie fue naturalmente dotado para estar contento.
El trabajo es duro. No hay duda de ello. Así que pidámosle al Señor que nos dé ojos para ver nuestro trabajo como un trabajo que se hace para Él. Como cristianas, nuestras vidas deben ser entregadas siguiendo el ejemplo de Cristo. Pidámosle a nuestro Dios que nos ayude a servir, a trabajar y a esforzarnos, sabiendo que Jesús, nuestro modelo perfecto, vino a servir y no a ser servido (Mt 20:28). A medida que reflexionamos en lo que Cristo ha hecho, encontramos profundo gozo, propósito y valor al moldear nuestras vidas en Él. El trabajo, incluso el más común, tiene un propósito: glorificar a Dios. Eso es algo por lo cual trabajar.