En los últimos 40 años, el tema de hombres y mujeres y nuestra función en la iglesia local ha sido una de los principales debates en los círculos cristianos. Lamentablemente, el tema a menudo es estropeado por controversia y división, y algunos complementarianistas pueden sentir, para bien o para mal, que deben ponerse a la defensiva. Así que nos apresuramos en explicar y enfatizar las diferencias entre hombres y mujeres, lo que a menudo lleva a más confusión y, en el proceso, olvidamos enfatizar la gloriosa y contracultural verdad de la igualdad entre hombres y mujeres.
Para mis compañeros complementarianistas, entonces, no olvidemos lo mal que las mujeres han sido tratadas a lo largo de la historia y consideremos cómo las verdades bíblicas sobre la igualdad hacen que el cristianismo brille y sobresalga en comparación a otras religiones y a otras partes del mundo donde hoy las mujeres son tratadas como ciudadanos de segunda categoría. Me encantaría poder decir que lo hemos hecho bien a lo largo de la historia también. Sin embargo, no siempre hemos ejercitado nuestra fe con el llamado radical de amar a nuestro prójimo como debemos. No obstante, mientras continuamos descubriendo el alcance y la naturaleza de nuestras diferencias, sigamos celebrando y afirmando nuestra igualdad y unidad, comenzando donde Dios lo hace, en Génesis 1.
Imago Dei
En el principio, Dios creó a toda la humanidad a su imagen, hombre y mujer por igual (Gn 1:26). Y sabemos que antes de la formación del mundo, Dios, en su bondad y amabilidad, tenía a su pueblo en mente (Ef 1:4). No fue sorpresa para nuestro Padre omnisciente que Adán y Eva cayeran y que el pecado entrara al mundo. Él sabía que las personas no siempre lo adorarían ni se deleitarían en él, y sabiendo esto, él no estaba obligado a darnos aspectos de sí mismo. Pero lo hizo. Dios, el único, puro y maravilloso, nos creó para reflejar aspectos de su belleza y carácter.
De todas las criaturas que Dios hizo, los humanos son los únicos creados a su imagen. Dentro de muchas cosas, esto significa que tenemos dominio por sobre el resto (1:28). Este es un misterio profundo. Dios es espíritu, por lo que no portamos una imagen física (Jn 4:24). Aun así es un gran privilegio.
Como portadores de la imagen de Dios, hombres y mujeres podemos reflejar a Dios en nuestra capacidad de crear, de sentir, de compadecernos, de mostrar gracia, de ser justos, de expresar nuestro amor, y más. En este reflejo, hombres y mujeres no son monolíticos (ya sea como personas o como representantes de nuestro género), sino que iguales. Somos iguales en dignidad y valor, y también estamos igualmente caídos (Ro 3:23).
El imago dei no es un concepto nuevo para la mayoría de nosotros. Hemos escuchado sobre él una y otra vez. Sabemos que hombres y mujeres son creados iguales, pero diferentes, y aun así pareciera que la mayoría de nuestro enfoque está en la diferencia. Buscamos conocer lo que es aceptable (lo que hombres y mujeres pueden y no pueden hacer) en lugar de celebrar la igualdad que disfrutamos como portadores de la imagen de Dios. ¿Por qué hacemos esto? ¿Hemos olvidado la realidad de que todos los humanos en su origen son creados iguales, cada uno con un valor incalculable?
Entender nuestra igualdad como portadores de la imagen de Dios cambia todo en las relaciones humanas. Como portadores de la imagen de Dios, debemos ver a otros como Dios los ve. Entonces, quizás debemos preguntarnos a nosotros mismos, ¿honramos la imagen de Dios en nuestros prójimos hombres y mujeres, en nuestros hermanos y hermanas?
Dios puede hacer cualquier cosa que quiera sin nosotros, pero él decidió usarnos. Y Dios escogió tanto a hombres como a mujeres para cumplir sus propósitos en el mundo por el bien de la iglesia y para su gloria. Es por la gracia de Dios que, como cuerpo de Cristo, podemos reunirnos y proclamar a Cristo. Específicamente, cada persona en la iglesia local desempeña un rol importante para que funcione adecuadamente. Cuando Pablo escribió a la iglesia en Corinto sobre los dones utilizados en la iglesia (como discutiremos más adelante), él no distinguió entre hombres y mujeres.
Un cuerpo con muchas partes
Existimos muchos en la iglesia que anhelamos tener manos que puedan dibujar cuando quizás, en su lugar, Dios nos dio pies que pueden marchar. Podemos desear desempeñar un cierto papel en la iglesia el cual Dios ordenó y equipó a otros. Podría ser que este deseo salga verdaderamente de un amor por el servicio o podría ser una indicación de que la ambición egoísta se ha enraizado en nuestros corazones mientras luchamos por alcanzar nuestra propia gloria.
Cualquiera sea el caso, siempre encuentro que los escritos de Pablo en 1 Corintios son útiles cuando pensamos cuidadosamente dónde y cómo Dios nos ha dotado para servir en la iglesia local. Al enfocarnos tanto en este llamado para servir como en el hecho de que Dios ha dotado a hombres y a mujeres, debemos encontrar un terreno común mientras consideramos detenidamente nuestras diferencias y nuestras distintas convicciones.
Pablo le recuerda a los Corintios que la iglesia es una unidad compuesta de muchas partes (1Co 12:12). Aunque esas partes representan varios orígenes étnicos, culturas, géneros y edades, han sido unificados por el mismo Espíritu (12:13). La unidad es el objetivo, pero como vemos al comienzo de Corintios, la iglesia está dividida y algunos miembros parecen valorar ciertos dones por sobre otros (1:10-31).
Pablo usa la ilustración de un cuerpo físico para entregar verdad y corrección. Sin duda, el cuerpo está compuesto por muchas partes y esas partes no son las mismas. Nuestros ojos no son como nuestras bocas. Cada uno tiene funciones diferentes y únicas. Lo mismo es cierto para nuestros oídos y nuestras manos. Un cuerpo saludable es uno en donde todas las partes trabajan juntas. Sin embargo, si una parte está ausente o no funciona correctamente, es difícil para el cuerpo funcionar como debería.
Las diferentes partes del cuerpo no tienen menos importancia o valor: «Y el ojo no puede decirle a la mano: “No te necesito;” ni tampoco la cabeza a los pies: “No los necesito.” Por el contrario, la verdad es que los miembros del cuerpo que parecen ser los más débiles, son los más necesarios; y las partes del cuerpo que estimamos menos honrosas, a estas las vestimos con más honra. Así que las partes que consideramos más íntimas, reciben un trato más honroso» (12:21-23). Aquí la línea de pensamiento de Pablo parece un retroceso en nuestra sociedad dirigida por el reconocimiento y hambrienta de éxito. La debilidad a menudo no se asocia con la grandeza. De hecho, muchas veces es considerada completamente prescindible. No obstante, los pensamientos de Dios no son los nuestros y su sabiduría no es la nuestra.
Demasiado a menudo, podemos buscar un rol en específico y perder una necesidad específica. En otras palabras, no existe una Biblia de hombre y una Biblia de mujer. Aunque existen diferencias entre hombres y mujeres, el llamado a ser activo al usar nuestros dones es para todos. Imagina que estos no sean los temas en los que no estamos de acuerdo. Después de todo, hay pocos que dicen que los hombres y las mujeres no deben comprometerse en el servicio. Y sin embargo, ¿cuán a menudo destacamos cuando el cuerpo está funcionando bien en realidad?
Celebra y disfruta
Imagino que las guerras de género (luchando internamente entre hombres y mujeres de la fe cristiana) están al principio de la lista de placeres de Satanás. Como hombres y mujeres, tenemos un enemigo igualmente ansioso de quien debemos estar conscientes y por el cual debemos hacer guardia. Pablo nos advierte en Efesios: «Porque nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las fuerzas espirituales de maldad en las regiones celestes» (6:12).
Nos corresponde no olvidar a nuestro verdadero enemigo, no olvidar que nuestra verdadera lucha no es contra carne ni sangre. Satanás no quiere que el mundo que observa conozca nuestro amor mutuo y que por lo tanto le señalemos nuestra fuente: Jesús (Jn 13:35). Por lo tanto, mientras recordamos mantenernos firmes en nuestra fe juntos, tenemos una clara motivación para celebrarnos unos a otros y a la misión que juntos compartimos. ¡Qué privilegio es unirnos como hermanos y hermanas en esta misión de proclamar a Cristo!