Estoy meditando en los Salmos estos días. Me están enseñando cómo orar en este mundo roto.
En realidad, detesto escribir eso, pues los Salmos no tienen el propósito de ser una lección sobre la oración. No se escribieron como un plan de estudios para enseñarnos a sobrevivir a la tensión. Solo somos nosotros escuchando a personas reales que derramaron sus corazones por medio de la poesía. Las canciones no siempre tienen el propósito de ser sermones.
Sin embargo, por un tiempo, he estado observando cómo el salmista canta sus canciones y he notado que este ritmo llena muchas de sus oraciones:
- Dios, este es quien Tú eres (p. ej. tu misericordia nunca falla).
- Dios, ¿por qué no estás actuando de acuerdo a quien eres? (p. ej. ¿por qué me has abandonado?). [NOTA: no dicen cosas como: «sé que no me has abandonado, pero siento que lo has hecho». Dicen cosas como: «nos has abandonado»].
- Dios, sé quien eres (p. ej. ven y sálvame de acuerdo a tu misericordia).
Tú y yo fuimos hechos para poder entender quién es Dios a partir del mundo que nos rodea, por medio de nuestras experiencias. Toda la creación fue creada para dar testimonio de la verdad sobre Dios. Así fue como funcionaba en el Edén, pero ahora el mundo está fracturado. Como un espejo que alguna vez mostró un reflejo claro, se ha hecho añicos y cuando ahora miramos en él, las cosas se ven distorsionadas. Los padres no siempre dan testimonio de lo que significa que Dios sea un padre. Los cónyuges rara vez reflejan cómo es Dios como amante y compañero. La iglesia falla en modelarnos consistentemente cómo es Dios como líder o pastor; la comunidad que se ofrece dentro sus paredes no siempre declara cómo es la comunidad de la Trinidad.
Quizás en el Edén, nuestras oraciones habrían sido canciones más parecidas a estas: «Dios tu misericordia nunca falla. Todo lo que nos rodea nos muestra constantemente que tu misericordia nunca falla. Gracias porque tu misericordia nunca falla».
Incluso ahora, aún tenemos momentos —fragmentos— donde su Reino viene a la tierra así como en el cielo. Tenemos momentos en los que cantamos canciones como las que declararíamos en el Edén. Los salmistas también tuvieron esos momentos.
No obstante, las cosas han cambiado en este extraño nuevo mundo y esos momentos ya no son realidades constantes. Los salmistas reconocen la verdad que a nosotros nos es difícil admitir: este mundo no siempre muestra quien Dios dice ser. Es más, este mundo a menudo no muestra quien Dios dice ser.
«Dios, sabemos que estás en tu trono, entonces, ¿por qué esta tierra no está llena de justicia y misericordia? ¿Por qué los malhechores no reciben castigo y por qué hay personas oprimidas?».
«Dios, conocemos el bien y el amor que tienes por nosotros, entonces ¿por qué el dolor llega a nuestra vida? ¿Por qué quienes nos rodean nos dañan y nos tratan mal? ¿Por qué enfrentamos pérdida y soledad?».
¿Qué hacemos con esta brecha? ¿Qué hacen los creyentes, que conocen a Dios, con la desconexión entre quién es Dios y cómo se ve el mundo que nos rodea? Si Dios es quien dice ser, ¿por qué no siempre se ve así?
Los Salmos no responden estas preguntas; te dan permiso para hacerlas. Te permiten saber que no estás loco por notar esta disonancia. Te hacen saber que la fe en Dios no significa que tienes que fingir que este mundo es como debe ser. Es más, la fe en Dios significa que tenemos un descontento santo con esta tierra. A veces, la fe es negarse a aceptar que este mundo es aceptable.
La fe ve la distancia entre quien es Dios y lo que está ocurriendo a nuestro alrededor. La fe nos llama a llenarla con nuestros llantos. A aferrarnos a Dios como Jacob y pedir más. A derramar nuestra queja sobre Él, a protestar ante Él que las cosas no son como deben ser, sabiendo que a nadie más le importa tanto esto como Él.
Únete a la creación mientras gime. Espera a Dios, lo que por definición significa que reconoces que Él aún no se ha manifestado de la manera en que un día lo hará. Espéralo como el centinela espera la mañana.