Hay un dolor del que me he estado dando cuenta en mi soltería: el dolor que provoca la vergüenza injustificada.
Existen dos tipos de vergüenza. Una es buena: la vergüenza que viene por haber hecho algo que deshonra a Dios. Esta vergüenza es la gracia de Dios en nuestras vidas que nos lleva al arrepentimiento. Sin embargo, existe otra vergüenza que no tiene justificación. Es una vergüenza que viene de algo que sentimos que nos deshonra. La vergüenza que sentimos por cosas como narices que son muy grandes o dientes que no están perfectamente derechos o la soltería.
Cada soltero y soltera en este mundo sabe de lo que estoy hablando. Es la vergüenza que sientes cuando alguien exclama en voz alta «¿¿¿por qué estás soltera???» y la vergüenza viene a tu mente: las personas solo están solteras porque tienen algún defecto. ¿Cuál es el mío?
Es la vergüenza que sientes cuando escuchas otra conversación en la que se especula cómo esa hermosa chica puede estar soltera, y la vergüenza viene a tu mente: no es un misterio para nadie la razón por la que TÚ estás soltera.
Es la vergüenza que sientes cuando tu confesión de pecado recibe el consejo: «me imagino que no quieres casarte hasta que hayas vencido ese pecado» y la vergüenza viene a tu mente: soy demasiado pecadora para ser una buena esposa. ¿El matrimonio es solo para las piadosas?
Por supuesto, esta vergüenza es dolorosa. Cada comentario imprevisto sobre la soltería se convierte en una puñalada. Esta vergüenza provoca que cada sermón sobre el matrimonio te deje con la sensación de un fracaso inseguro.
Toda mujer en el mundo lucha con la inseguridad. Las mujeres casadas no sienten menos vergüenza injustificada que las solteras. Pregúntale a cada mujer que tiene problemas con la infertilidad; pregúntale a cada madre que no está segura a qué escuela enviar a sus hijos. La vergüenza injustificada está en la raíz de cada respuesta defensiva, está en cada murmullo de chisme, en cada clamor de aprobación y en cada endurecido corazón indiferente.
Si bien la dolorosa vergüenza injustificada es una bendición porque nos obliga a confiar en el Evangelio no solo para nuestra futura salvación, sino que también para nuestra identidad aquí y ahora. Si no reconocemos las bendiciones de este dolor, le damos a la vergüenza injustificada un poder espantoso sobre nuestras vidas. Cometeremos el trágico error de permitirle que nos lleve a creer que somos víctimas en lugar de pecadoras. Si no somos cuidadosas nos llevará a buscar aceptación en los demás en lugar de llevarnos al arrepentimiento.
Cada gramo de vergüenza injustificada es una ofensa contra Dios. Es una declaración que dice que Él se equivocó con nosotras. Cada pizca de vergüenza sobre nuestra apariencia es un dictamen que dice que Dios es un creador deficiente. Cada rodaja de temor por pensar que no somos lo suficientemente buenas es un grito de incredulidad sobre la suficiencia de la expiación.
Desperdiciaremos nuestra vergüenza injustificada si intentamos callarla al justificarnos a nosotras mismas o al buscar justificación en otros. Si buscamos justificación en nosotras mismas, estaremos constantemente intentando probarnos ante el mundo. Temeremos trágicamente al fracaso. Nos encontraremos proclamando a la defensiva que la soltería es «lo mejor» a cualquiera que nos escuche porque pensamos que si tan solo hablamos un poco más fuerte silenciaremos la vergüenza que hay dentro de nosotras.
Si buscamos justificación en otros, nos encontraremos buscando amistades y relaciones donde las personas nos consolarán al decirnos cuán maravillosas somos. Trataremos de conquistar nuestra vergüenza al hablar mal de otros o al resaltar sus fracasos. Buscaremos la lástima de aquellos que nos rodean y haremos cualquier cosa para asegurar su aprobación.
Existe solo Uno que justifica. La gloriosa gracia de la vergüenza injustificada que experimentamos en la soltería es que no nos dejará hasta que nos lleve a Él.
Desperdiciaremos nuestra vergüenza injustificada si intentamos callarla al negar nuestras debilidades en lugar de recordar las profundas verdades de Dios.
Esta es la situación: soy lo suficientemente loca como para complicar a alguien. Soy emocionalmente más esquizofrénica que David; soy más terca que Pedro. Puedo decir, con toda certeza, que tengo una alta probabilidad de ganar la categoría de «el peor de los pecadores» contra Pablo. No he visto nada en la Escritura que me asegure que alguna de estas cosas ayudan a que esté soltera. Dios, por la razón que sea, no considera necesario decirme que mi soltería no tiene nada que ver con alguno de mis defectos personales.
Por lo tanto, esto es lo que no necesito: no necesito que los que me rodean me afirmen que seré la mejor esposa en la existencia del universo ni que mi soltería no tiene nada que ver con mis propios defectos. Porque si esas fueran las palabras que necesito para callar mi vergüenza, habrían estado registradas para mí en su Palabra completa y suficiente.
Lo que necesito es que alguien me señale que cada cosa (incluso mis problemas y definitivamente mi soltería) es ordenada por mi amoroso y misericordioso Padre para mi bien. Lo que sí necesito es escuchar que cuando confieso mi pecado, Él es fiel y justo para perdonarme y limpiarme de toda impiedad y que toda vergüenza persistente es mi declaración de que su sacrificio simplemente no fue suficiente para cubrir ese pecado. Lo que sí necesito escuchar es que soy una creación admirable y maravillosa y cualquiera que no esté de acuerdo con eso (incluída yo) no me deshonra a mí, deshonra al Creador que sostiene las galaxias en sus manos.
El Evangelio en el cual estamos son buenas noticias. Nos ofrece una verdad que da valor, paz y valía a nuestras inseguridades más profundas. Nos ofrece una mejor esperanza que la que un buen cuerpo o una dulce disposición o un día con un cabello reluciente ofrece.
Que tu vergüenza injustificada provoque que tu corazón calle y escuche. Que las palabras de tu esposo, de tus pares, de tus empleados, de tus amigos no te apacigüen; que solo las Palabras de Dios lo hagan.
Escucha el Evangelio:
No somos valiosas porque seamos hermosas o porque estemos casadas o porque estemos solteras. No somos amadas por ser inteligentes, dulces, amables o tiernas. No somos valiosas por lo que sea que podamos entregar.
Le pertenecemos a Él.
«Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no negó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también junto con él todas las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica».
«¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?» ¿Nuestra inseguridad? ¿Nuestra soltería?
No, «en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro».