En nuestra cultura, parece ser «sano» o «normal» que las mujeres deseen tener sexo como un medio para obtener intimidad emocional. Sin embargo, nadie cree que una mujer pueda luchar meramente con lo físico, así que seguiré y publicaré este artículo en caso de que pueda ser de ánimo para alguien. Esta lucha me ha entregado el desafío más grande y el «sufrimiento» más profundo en la soltería.
Creo que, un día, miraré mi vida y diré con confianza que la única más grande bendición que he experimentado en la soltería ha sido el dolor de aprender a vivir sin intimidad física.
Parte de la razón por la que ha sido tan doloroso es probablemente porque ha sido la lucha que más me ha confundido. Ha sido (y es) bastante difícil hacer que mi cuerpo se comprometa con la idea de que no me estoy perdiendo de algo para lo que fui creada. Es un desafío no sentirme con el derecho a tenerla. Y en un momento de absoluta vulnerabilidad, es una de las cosas que ha hecho que confiar en mi dulce y fiel Dios sea lo más difícil. Y en cierta forma (en lugares oscuros y aterradores) me siento olvidada, traicionada y confundida.
Puesto que sé que Dios me conoce, sé que conoce mi cuerpo y mi corazón y sé que Él diseñó y dispuso este deseo dentro de mí de la misma manera en la que Él dispuso que mi estómago hiciera un poco de ruido a eso de las 11:02 a.m. Mi hambre fue diseñada para provocar que coma, y lo hago. Sin embargo, mi Padre me ha dicho que cuando tenga hambre en este sentido debo confiar en Él y no buscar comida por mis propios medios. Y Él ha considerado adecuado no darme ninguna garantía de que esa hambre será satisfecha algún día.
Duele. Duele ver que, una tras otra, mis amigas son alimentadas con aquello que siento que necesito más. Duele enfrentar cada mañana sabiendo que hoy no habrá pan diario para saciar esta hambre. Duele mientras estoy sentada, sintiéndome como si muriera de hambre y escucho a mis amigas casadas intentar explicarme que comer está sobrevalorado.
Esta es la verdad: es la mayor bendición de mi vida.
¿Sabes en qué me hace pensar? En el ayuno. El ayuno es extraño. Me parece raro que Dios se trate del ayuno físico. Involucra una necesidad que aparentemente es meramente física.
Cuando estoy sola, en el fondo quiero a Dios. Cuando estoy triste, solo Dios puede darme verdadero gozo. Cuando tengo miedo, ese miedo me señala las promesas de Dios. Cuando me siento rechazada, no deseada, no amada, sola, en todas esas necesidades, solo Dios puede darme paz verdadera y perdurable.
No obstante, cuando tengo hambre, quiero una hamburguesa con queso y papas fritas.
Los deseos físicos aparentemente terminan en cosas físicas. Y esa es la belleza del ayuno. Dios nos ordena que ayunemos no para que Él pueda demostrar que Él es tan bueno como una hamburguesa con queso al hacer que tu hambre se vaya. Dios nos ordena que ayunemos para que podamos aprender a sentir hambre y para confiar en Él en medio de esa sensación persistente de necesidad.
El objetivo del ayuno no es que Dios te quite el hambre, sino que aprendamos que en medio del hambre Él es digno de confianza. La sensación de hambre es el punto del ayuno. Dios quiere que sintamos hambre para que recordemos que nuestra insatisfacción existe para anhelarlo a Él. Ayunamos para reflejar que confiamos en Dios independientemente de lo que nuestros cuerpos nos digan. Él es nuestra autoridad, no nuestros cuerpos.
Hoy, mi cuerpo quiere algo tangible y físico. Mi cuerpo no sabe que Dios satisfará todas mis necesidades. Solo quiere obtener aquello para lo que fue hecho. Y hoy, no puedo tenerlo. De esa manera se establecen los límites y se hace el desafío. Hoy, ¿cuál será mi fuente de verdad? ¿Quién determinará lo que necesito? ¿Mi cuerpo? ¿O mi Dios? ¿Quién conoce mejor mis necesidades? ¿Yo o Jesús? Cuando sienta con tanta claridad lo que «necesito», ¿confiaré en Él cuando me diga que existe una mayor necesidad? ¿Aprenderé a tener hambre para confiar en Él cuando tenga hambre y no solo cuando esté satisfecha?
No existe área en mi vida que me haga dudar más de las promesas de Dios que esta área. Le he contado a mis amigas con lágrimas en los ojos que muchos días no siento que tengo todo lo que necesito para la vida y la piedad debido a esto. No sé cómo perseveraré a la luz de mi hambre y a la luz del misericordioso llamado de mi Padre a la pureza.
Por lo tanto, este dolor, más que cualquier cosa, me enseñará a confiar. Cada día, mientras el sol se pone y aún esté segura sostenida en los brazos del Padre, mi fe crecerá. Él no me promete entregarme todo lo que necesito para nunca más tener hambre. Él promete darme todo lo que necesito para no morir de hambre en el camino a casa junto a Él. Hoy estoy viva; Él ha demostrado que es fiel. Él no promete darme todo lo que necesito para nunca titubear. Él promete entregarme todo lo que necesito para terminar esta carrera. Hoy lo amo; Él ha demostrado ser fiel. Él terminará la buena obra que comenzó en mí. Existe solo una cosa que realmente necesito y es segura.
He fallado, que no te quepa la menor duda. Me avergüenza decir que más veces de las que quisiera me he comportado como una huérfana. Aunque he sido adoptada, y me han prometido provisión, me he rehusado a confiar y, en lugar de eso, he tomado lo que no se me ha dado. Cuando Dios no me ha entregado lo que quiero, lo he robado y he engañado para obtenerlo. Sin embargo, Él nunca me ha abandonado. El precio que Él pagó para comprar mi libertad es más que suficiente para darme seguridad a pesar de la debilidad humana. Me ha liberado una y otra vez.
Estoy escribiendo esto hoy; y hoy amo a Jesús. Eso es solo por gracia. Lo he cambiado por los placeres momentáneos de este mundo demasiadas veces como para contarlas, pero Él nunca me cambiará. Él me encontró en el chiquero y me ha llevado a casa. Así que hoy confío más en Él de lo que lo hacía ayer.
Así que hoy, por su gracia, diré: «tus mandamientos no son gravosos». Hoy diré: «confío en que Tú sabes lo que es mejor para mí. Confío en que no te negarás. Confío en que Tú, el Creador de mi cuerpo, sabes exactamente lo que necesita hoy para adorarte».
Hoy, para poder adorar a Dios, mi cuerpo necesita tener hambre. Hoy, Él me está dando el bendito dolor del hambre porque es la única manera en la que llegaré a casa y Él no es nada más que fiel a la promesa al darme lo que necesito para llegar a Él.
Desperdiciarás este sufrimiento si no provoca que anheles la muerte. Suena morboso. Sin embargo, quiero pararme junto a Pablo y decir que tengo el «deseo de partir y estar con Cristo, pues eso es mucho mejor». Es posible que el dolor de una vida sin intimidad física haya sido parte de lo que equipó a Pablo a proclamar por medio del Espíritu que morir es ganancia. Morir es ganar un cuerpo glorificado que siente y experimenta la verdad de que todas nuestras necesidades son satisfechas en Jesús. Morir es ganar la realidad celestial de que la intimidad terrenal solo puede reflejarse en las sombras. Morir es ganar completa unidad con Dios; plenitud de gozo y de placeres por siempre jamás. Morir es ganar a Jesús.
Malgastarás este sufrimiento si fallas en usarlo para ser testigo de la grandeza de Dios. Nuestro Dios es un Dios de placer. Él no nos está llamando a pasar hambre porque quiere que seamos miserables. Él nos está llamando a pasar hambre porque quiere que experimentemos el mayor placer disponible para el hombre. No existe nada que suene tan tonto para el mundo que una persona que busque la pureza, no desde un sentido de obligación religiosa, sino que desde una fe en que existe un placer mayor reservado para aquellos que confían en el Creador. No existe nada que haga que Dios sea tan hermoso como cuando nosotras, que hemos probado su bondad, usamos nuestras vidas para dar testimonio de que renunciaremos a un gozo momentáneo para probar más de Él.
Existen partes de mi testimonio que odio, que desearía volver a escribir. No obstante, incluso en mis fracasos, Dios ha escrito mi vida con su gracia divina. Quizás esta lucha más que cualquier otra me ha hecho más como Cristo. Quizás esta lucha más que otra ha demostrado la verdad de Hebreos 4:14-16 en mi vida. Si estás avergonzada, si has fallado, descansa tu corazón en el hecho de que el Evangelio fue hecho para un tiempo como este. No tenemos un sumo sacerdote que no sea capaz de simpatizar con nuestras debilidades. Alabado sea Dios porque tenemos a Jesús, quien anduvo en soltería; tentado en todo aspecto y aun así no cayó. Por lo tanto, acércate a Él, recibe misericordia, acércate a Él y encuentra gracia para recibir ayuda en tiempos de dificultad.
Gracias a Dios.