Con cada visita que hacemos a los Estados Unidos, es difícil predecir totalmente con qué nos vamos a encontrar. Durante los últimos siete años, nos hemos encontrado con distintas cosas. Recuerdo que una vez me tenía muy intrigada la misteriosa nueva sección de todos los supermercados: la sección orgánica. En otros viajes, mis hijos estaban muy interesados en las conductoras de bus por ser mujeres, en las máquinas expendedoras, en la presencia de edificios de iglesias, en las personas paseando a sus perros en sus vecindarios y en la ridícula variedad de Oreos que había. Si donde vivimos (Emiratos Árabes) un camello da un paseo por las autopistas que atraviesan las dunas, apenas les llama la atención; sin embargo, si pasamos en automóvil por un campo con vacas, los más pequeños preguntan si podemos bajar los vidrios para poder verlas.
Lo trivial es relativo.
Piensa, por ejemplo, en todas las invitaciones a comprar que has recibido hoy. ¿Las consideraste? En una breve visita a los Estados Unidos este año, perdí la cuenta de cuántas recibí. No eran invitaciones formales en sí mismas, pero eran invitaciones al fin y al cabo. Por ejemplo, la auxiliar de vuelo hizo anuncios sobre unos programas especiales que habían en tierra: había carteles publicitarios en la sala de equipajes; vallas publicitarias alineadas en las calles; anuncios asomados en las esquinas del vestíbulo del hotel; folletos encima del escritorio del cuarto; recibí volantes en la calle; había autoadhesivos pegados en los basureros y logos en todas partes. ¿Y qué hay del Internet? Por supuesto, todo esto es ruido blanco para los que vivimos en ambientes saturados por los medios de comunicación, pero al venir de una cultura que es más bien minimalista en cuanto al mercadeo, es algo abrumador.
¿Cómo discernimos cuál de ellas aceptar? ¿Cuál ignorar? ¿A quién le permitimos que nos diga lo que necesitamos? ¿Aún tomamos esas decisiones nosotros mismos?
El drama mortal del consumismo
Las invitaciones para participar en el drama del consumismo se han extendido a todos nosotros. El consumismo, la búsqueda idólatra del placer por medio de las cosas, puede ser adorada tanto por los que tienen mucho como por los que tienen poco.
Como otros ídolos, el consumismo es sólo una fachada vacía e inútil. El consumismo está hambriento y, debido a que nosotros imitamos las características de lo que adoramos, sus adoradores están insatisfechos y nunca saciados. La búsqueda idólatra del placer por medio de las cosas funciona en contra de la forma en la que Dios nos diseñó. Por lo tanto, sin duda, nos deja miserables.
Dios nos diseñó para satisfacer nuestra sed en su fuente de agua viva, pero en vez de ir a ella, hemos cavado cisternas rotas que no pueden retener el agua (Jr 2:13). En vez de vivir de todo lo que procede de la boca del Señor (Dt 8:3), aun cuando disfrutamos las cosas de la creación, tratamos los regalos de Dios como dioses. Como dicen mis amigos Shai y Blair Linne, nosotros «elegimos comer la mentira» que Satanás instó a creer a Adán y Eva. Satanás les ha ofrecido a todos la misma mentira, desde los patriarcas de Israel hasta Jesús y sus discípulos. Satanás no es innovador; el diablo sabe que el Creador nos diseñó con necesidades, por lo que trabaja para que nos deleitemos en otras cosas que no sean Dios. Satanás es el arquitecto del curso de este mundo, esa fuerza gravitacional diseñada para reforzar la ilusión pagana de que la vida no puede llegar a ser más que comida y vestimenta; de que solo los idiotas renuncian a los tesoros terrenales por los tesoros celestiales; de que el verdadero tonto que debe dar pena es aquel que no se preocupa por el mañana; de que aquellos que buscan el Reino de Dios y su justicia serán dolorosamente decepcionados.
Por lo tanto, siguen llegando invitaciones para que participemos en el drama del consumismo en vez de participar de la redención. Si el consumidor está entrenado para consumir cosas temporales, continuará deseando su próxima dosis. Si el consumidor puede identificar en sí mismo aspectos que le muestren que él encarna lo que las imágenes le prometen, estará satisfecho por el momento. Imitamos al ídolo, desesperado y hambriento. La oscura ironía del consumismo es que somos nosotros los que estamos siendo consumidos.
Cuando el dios de este mundo influye en nuestras necesidades y aparta nuestra esperanza de Dios mismo, indirectamente entorpece nuestra obediencia a la Gran Comisión.
¿Cuántos misioneros han sido retenidos por las cortas ataduras del consumismo?
«No nos alcanza para ir».
¿Cuántos presupuestos de iglesias se han reducido por una miopía consumista?
«No nos alcanza para dar».
¿Cuántas familias han sido limitadas por un cálculo consumista de sus gastos?
«No podemos tener más hijos porque no tenemos cómo sostenerlos».
¡Más grande, mejor, más nuevo y más rápido! La seducción del consumismo ahoga la promesa segura de Jesús: «… y, ¡recuerden! Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28:20).
Jesús terminó con el dominio del consumismo
¿Cómo rechazamos la invitación a participar de la historia del consumismo en nuestras vidas? ¿Es el minimalismo una respuesta? En nuestra lucha contra consumir más cosas, un acercamiento minimalista podría ayudar a quitar la ambición, pero necesitamos que los afectos de nuestro corazón sean redirigidos a Cristo. Incluso un estilo de vida enfocado en el «menos es más» puede convertirse en lo que nuestro corazón más anhela. Nuestro fervor por el minimalismo también puede ser consumista.
En la fuente de agua viva encontraremos la satisfacción que buscamos. Es ahí donde somos invita a ser saciados y a mantenernos bebiendo de esa agua. Ten un banquete con el pan de vida. ¡Consume más y más de Cristo! Jesús tomó nuestro deseo pecaminoso por las cosas y lo venció en la cruz. El consumismo ya no tiene derecho a reclamar nuestros afectos. Nuestra primera defensa contra la búsqueda idólatra del placer está en despertar un hambre más apasionada por Jesús.
También podemos dejar de esperar que nuestro dinero nos rinda tan insignificantes ganancias. Podríamos decir muchas cosas más sobre esto. Cenas, ropa y casas, en realidad, son ministerios estratégicos de la nueva creación dados por Dios para nosotros. En manos de los ministros de reconciliación, los sándwiches de atún pueden dar un fruto que perdura por la eternidad.
El sufrimiento continuo de querer cosas no puede destruirte, porque Cristo derribó a tu ídolo del consumismo en su cruz. Tú y tus hijos no sufrirán escasez cuando confíes en Él. La misión de Cristo de glorificarse a sí mismo también es tu misión. Él se deleita en liberarnos del consumismo idólatra para que podamos mostrarle al mundo que Él es suficiente.