¿La necesitas?
Las madres tienen un papel estratégico cuando permiten que el Evangelio moldee sus hogares, al demostrarles a los suyos que siempre necesitamos la gracia de Dios. ¿Necesitas la gracia de Dios o tienes todo lo que necesitas para realizar varias tareas a la vez en tu ajetreada rutina? ¿Necesitas la gracia de Dios o ya has «pasado por esto antes» con tu esposo, y tu conflicto se resolverá solo con el tiempo? ¿Necesitas la gracia de Dios o solo necesitas Google? ¿Necesitas la gracia de Dios o ya tienes esto de la maternidad bajo control?
Si queremos dar gracia a nuestros hijos, primero debemos estar dispuestas a recibirla nosotras mismas de Dios.
En medio de las infinitas posibilidades para los «siempre» y «nunca» de nuestros hogares, hay una expectativa con la que sí cumplimos todos los días y con toda seguridad, ya sea que seamos conscientes o no de ello: siempre necesitamos la gracia de Dios. Tal como escribió un autor de himnos: «Lo único que Él requiere es que sientas tu necesidad de Él»[1].
La gracia es lo más importante que debemos tener en cuenta cuando se trata de moldear las expectativas de nuestro hogar. Nuestros hijos necesitan crecer sabiendo que «siempre confiamos en Dios porque Él quiere y puede ayudarnos» y «siempre alabamos a Dios porque Él es nuestro tesoro más valioso». Y debemos levantarnos cada mañana, diciéndonos a nosotras mismas: «siempre confío en Dios porque Él quiere y puede ayudarme».
El Evangelio debe moldear la forma que le damos a nuestro hogar a través de nuestras tradiciones. ¿Significa esto que debemos hacer catecismos con nuestros hijos? ¿Significa esto que debemos ser más intencionales acerca de cómo celebramos las fiestas religiosas? Tal vez. Estas son cuestiones de preferencia personal.
El Evangelio, sin embargo, no es un asunto de preferencia personal; es una noticia que es cuestión de vida o muerte espiritual. El Evangelio moldeará nuestros hogares a medida que nosotras como madres nos demos cuenta de que no siempre alcanzaremos los estándares de excelencia que deseamos. Si queremos mostrar gracia a nuestros hijos, debemos estar nosotras dispuestas a recibirla primero de Dios. Tendemos a revolcarnos en la vergüenza o a ser cínicas en cuanto a nuestra incapacidad de mantener nuestras manos fuera de la proverbial masa de galletas. En algún momento, fallaremos y, a veces, tendremos fuertes caídas. Entonces, debemos gloriarnos en el Evangelio, porque en él Dios misericordiosamente nos da a Cristo para que sea nuestro mayor tesoro. Cosas como la «culpa de mamá» no pueden aplastarnos porque Cristo fue aplastado en la cruz en nuestro lugar. Jesús es nuestra consistencia; cumplió las más altas expectativas de perfección de Dios, y en Él todas las promesas de Dios encuentran su sí (2Co 1:20). En Él encontramos misericordia en nuestro tiempo de necesidad, que es siempre.
Confiesa
Una manera de enseñarles a nuestros hijos sobre nuestra necesidad de la gracia de Dios en Cristo es confesándoles nuestros pecados a ellos de una manera apropiada. Pídele al Señor sabiduría sobre esto, y pide que te dé humildad para pedirles perdón a tus hijos cuando sea necesario. Esto es un desafío para mí, ya que con frecuencia elijo minimizar la ofensa de mi pecado o a justificarla culpando mis circunstancias. Me entristece pensar en las veces que he culpado el pecado de mis hijos por mi respuesta pecaminosa hacia ellos. Todos siempre necesitamos gracia.
A veces mis hijos entran en lo que yo llamo una «estampida de pecado», donde uno de los niños provoca a otro y, luego, de repente, los tres se pelean frenéticamente. En esos momentos, me pregunto: «¿por qué? ¿Qué hace que mis hijos piensen que esta es la manera de proceder cuando uno de ellos arrebata al bebé unicornio de peluche de las manos de su hermano?».
Dios ha tenido la gracia de darme una gran claridad sobre las razones de estas estampidas de pecado: mis hijos son pecadores porque llevan mi sangre. Todos somos pecadores que hemos heredado nuestra naturaleza pecaminosa de nuestros primeros padres, Adán y Eva. Incluso si junto a mis hijos y los ato con un lazo para que me digan quién es realmente el dueño del bebé unicornio peluche, saldrían discutiendo sobre quién es el dueño del lazo.
Yo soy igual que mis hijos. Lidiar con las molestias y con el pecado de los demás es parte de la vida diaria, pero podemos elegir responder a ellos de una manera que honre a Dios. Soy propensa a los arrebatos de frustración extrema. Este es un gran problema para mí y dice algo sobre cómo veo la bondad soberana de Dios. También afecta a mis hijos.
Una vez se fundió el motor de la lavadora. Esto fue un gran problema para nuestra gran familia, ya que justo esos días hospedábamos a gente en casa. Debido a que siento que el mundo gira a mi alrededor, me agitó mucho el inconveniente de un tambor de lavadora que ya no centrifugaba. Eché humo desde el cuarto de lavado, gritando: «¿estás bromeando?». Es posible que haya «tirado» con fuerza las toallas empapadas al suelo, a la vez que apretaba los dientes y gritaba exasperadamente. Mis hijos escucharon mi berrinche y vinieron corriendo. Cuando vi sus ojos agrandarse con miedo, el Espíritu Santo me hizo consciente de mi pecado. Al instante, mi corazón se afligió por mi pecado y, a la vez, se llenó de alegría por mi Salvador, y me arrepentí públicamente. Por la gracia de Dios, aproveché la oportunidad para recordarles a los niños (y a mí misma) la misericordia de Dios para salvar a las personas que piensan que el mundo gira alrededor de ellos, cuando el mundo existe para Él. ¡Qué bueno es nuestro Dios, quien usa momentos ordinarios para santificarnos!
Siempre necesitamos la gracia. Ser perdonados por nuestros pecados al nacer de nuevo en Cristo Jesús, por fe y a través de la gracia, es solo el comienzo. La salvación, en definitiva, significa estar unidos a Cristo. Y aunque seguimos pecando y somos tentadas a pecar todos los días, Jesús, nuestro gran Sumo Sacerdote, está dispuesto y es capaz de venir a ayudarnos. Podemos depositar toda nuestra confianza en Jesús, ¡Él es capaz! Nuestros hijos se darán cuenta cuando atesoremos a Jesús en medio de nuestras tentaciones de pecar. Por la gracia de Dios, nuestro ejemplo de fe testificará que «Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos» (Heb 13:8), siempre.
Este artículo es una adaptación de Atesorando a Cristo cuando tus manos están llenas: meditaciones sobre el Evangelio para madres ocupadas, por Gloria Furman.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés y traducido con el permiso de Crossway.
[1] Joseph Hart, «Come, Ye Sinners, Poor and Needy» [«Venid, pecadores, pobres y necesitados»], 1759.