¿Qué sueños tienes para el nuevo año? ¿Qué deseas que sea diferente en ti, en tu matrimonio, en tu familia, en tu trabajo o en tu ministerio?
Algunos de nosotros hemos pensado sobre esto desde el pasado enero cuando nuestras nuevas y brillantes decisiones ya se opacaron y comenzaron a llenarse de moho. ¿Por qué nuestras buenas decisiones parecen pudrirse más rápido que un litro de leche o una caja de huevos?
Muchísimas de ellas fallan porque nosotros fallamos en orar. Comenzamos con valentía, ambición e incluso algo de euforia. Podríamos orar por nuestra(s) decisión(es) el primer día de enero, como cuando oramos en el estacionamiento del automóvil antes de un viaje largo. Sin embargo, incluso antes de llegar a la autopista del otro año, ya hemos dejado de lado la oración, y con eso, el poder que se necesita para perseverar en cualquier nuevo hábito y patrón.
Sin la oración para tener la ayuda de Dios, nuestras decisiones más significativas se desvanecerán y fallarán todas al mismo tiempo, o incluso peor, parecerán ser exitosas, pero fracasarán en decir cualquier cosa importante sobre Dios. Antes de que tomes cualquier nueva decisión, decide orar. Si no decides hacer nada más este año, decide buscar cambiar y crecer por medio de la oración y no por medio de tu propia decisión.
Con solo un par de horas para que se acabe este año y para que uno nuevo comience rápidamente, pienso menos sobre lo que haré diferente y más sobre todo lo que Dios podría hacer en mí y por medio de mí. Los cambios que más necesito en mi vida (mi vida devocional, mi matrimonio, mi alimentación, mi ejercitación, mi ministerio) no pueden comenzar ni terminar en mí, por lo que tengo que orar.
Mi nueva oración, sobre cualquier otra oración para el próximo año, es esta:
Señor, enséñame más sobre ti de lo que ya sé, humíllame nuevamente con todo lo que no sé y haz que lo que ya conozco esté más vivo y sea más real en mi corazón y en mi vida.
Señor, ayúdame a ver más de ti como nunca antes
Cada nuevo día, y cada nuevo año, comienza con la misma oración, «abre mis ojos, para que vea las maravillas de tu ley» (Sal 119:8). Con el Espíritu en nosotros, y las infinitas maravillas de las mismísimas palabras de Dios mismo ante nosotros, no tenemos ninguna razón para estar contentos con lo que ya tenemos. Sin duda, este año debemos esperar ver y entender cosas sobre Dios que no habíamos nunca visto antes.
Jamás debemos dejar de orar para que Dios nos «dé el Espíritu de sabiduría y de revelación, para que lo conozcan mejor [y para que] sean iluminados los ojos del corazón», para que así podamos conocerlo más a él: su esperanza, su riqueza, su poder (Ef 1:17-18).
Satanás pasa cada segundo de cada día mintiéndonos sobre Dios (Ap 12:9). Debemos exponerlo y vencerlo con «la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios. Oren en el Espíritu en todo momento, con peticiones y ruegos» (Ef 6:17-18). Pidámosle a Dios que nos muestre más de sí mismo en su Palabra este año de lo que jamás hayamos visto antes.
Señor, revélame cuán poco sé de ti
Satanás es tan astuto que convierte incluso nuestro conocimiento de Dios en una tentación para pecar. La ignorancia sobre Dios siempre va a llevarnos al mal, pero incluso nuestro conocimiento sobre Dios puede convertirse en impío. Podemos saber lo suficiente sobre Dios para ser salvos, pero la mayoría de nosotros también sabe suficiente como para enorgullecerse.
Como nos advierte el apóstol Pablo, «el conocimiento envanece, mientras que el amor edifica. El que cree que sabe algo, todavía no sabe como debiera saber. Pero el que ama a Dios es conocido por él» (1Co 8:1-3). Es una tragedia cuando la teología que debería humillarnos por completo extrañamente provoca que pensemos más de nosotros mismos de lo que deberíamos pensar (Ro 12:3).
La verdadera teología (sin importar lo pulida, lo desarrollada ni lo estructurada que esté) suena como adoración: «Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que allí fijaste, me pregunto: “¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?”» (Sal 8:3-4). A medida que Dios te muestra más de sí mismo, pídele que te ayude a ver cuán poco sabes y cuán poco mereces saber lo que ya sabes. Pídele que te humille.
Señor, haz que lo que ya conozco de ti sea más real en mi corazón
Desde el principio del tiempo, el mundo nos enseñó a medir el progreso de formas diferentes en todo sentido. Pasamos veinte años o más aprendiendo un poco más de matemáticas, de historia o de ciencias y nos medimos a nosotros mismos año tras año por medio de puntajes en los exámenes y calificaciones finales. Sin embargo, la vida cristiana no es un simple curso de teología sistemática. La madurez se mide por medio de un monitor cardiaco espiritual, no un examen teológico. Por carácter, no conocimiento intelectual.
¿Cómo transformamos lo que sabemos en crecimiento cristiano verdadero? Por medio de la oración. La oración es el fósforo que enciende las astillas del conocimiento que hemos recolectado a lo largo del tiempo. Tim Keller escribe,
La oración convierte la teología en experiencia. Mediante la oración sentimos su presencia y recibimos su gozo, su amor, su paz y confianza, y de este modo nosotros cambiamos nuestra conducta, actitud y carácter. …La oración es la manera en que todas las cosas en que creemos y que Cristo ha ganado para nosotros se convierten en nuestra fortaleza. La oración es la manera en que la verdad obra en tu corazón para construir nuevos instintos, reflejos y actitudes (La oración, 89, 143)
Demasiadas veces amamos más lo que hemos aprendido sobre Dios que a Dios mismo, y cuando lo hacemos, nuestra vida permanece esencialmente igual. Aprendemos más y más, pero nunca cambiamos. Pero, si realmente nunca cambiamos, ¿hemos conocido verdaderamente a Dios? Keller continúa en su libro, basándose en Juan Calvino, y nos dice, «tú puedes conocer un montón sobre Dios, pero no conoces de verdad a Dios hasta que el conocimiento de lo que él ha hecho por ti en Jesucristo haya cambiado la estructura fundamental de tu corazón» (87).
Más de Dios, menos de orgullo y más como Cristo. Mientras el sol se pone en otro año, que el Hijo se levante como nunca antes en el horizonte de nuestros corazones.