Tristemente, vivimos en una época en la cual la iglesia es vista más o menos como una mezcla heterogénea. Existe todo tipo de iglesia, cada cual provee múltiples opciones a los consumidores y así ellos pueden tomar y escoger lo que quieren. Así fue también un poco en el tiempo de la Reforma, puesto que habían iglesias católicas romanas, ortodoxas, anabautistas, luteranas y reformadas. En la actualidad, la situación es aún más confusa, ya que demasiadas organizaciones se autodenominan iglesias. Tenemos de todo, desde cultos teológicos, como la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, a las miles de iglesias comunes sin denominación, hasta las denominadas iglesias «históricas» y todo lo que hay entre medio. Las palabras de «La confesión belga» son tan ciertas hoy como lo fueron cuando se escribieron: «todas las sectas existentes hoy día en el mundo se cubren con el nombre de la Iglesia» (Artículo 29).
Los reformadores buscaron la Palabra de Dios para encontrar respuesta a la pregunta: ¿qué iglesias eran realmente iglesias? Aunque hubo un poco de debate entre los teólogos luteranos y reformados, e incluso entre los mismos teólogos reformados, las iglesias reformadas finalmente se aferraron a la creencia de que la Palabra revelaba tres marcas externas esenciales por las cuales cualquier persona podría determinar si es que una congregación en específico era realmente una iglesia: «los signos para conocer la Iglesia verdadera son estos: la predicación pura del Evangelio; la administración recta de los sacramentos, tal como fueron instituidos por Cristo; la aplicación de la disciplina cristiana, para castigar los pecados» (La confesión belga, artículo 29).
Estas tres marcas de una iglesia verdadera (la predicación pura del Evangelio, la administración recta de los sacramentos y la disciplina de la iglesia) se contrastan con las marcas de la falsa iglesia, como continúa «La confesión belga»: «en cuanto a la falsa iglesia, esta atribuye a sí misma y a sus ordenanzas más poder y autoridad que la Palabra de Dios, y rehúsa someterse al yugo de Cristo: no administra los sacramentos como lo ordenó Cristo en su Palabra, sino que quita y agrega a ellos como mejor les parece; se apoya más en los hombres que en Cristo; persigue a aquellos que santamente viven según la Palabra de Dios, y a los que la reprenden por sus defectos, avaricia e idolatría» (La confesión belga, artículo 29).
Las iglesias reformadas no tienen la motivación de hablar sobre las iglesias «verdaderas» o «falsas» por ego o arrogancia, sino que por un deseo sincero de ver a todos los hijos e hijas de Dios en iglesias que van a alimentar sus almas. Sin duda, oramos para que el Espíritu Santo nos conceda una determinación continua para predicar el Evangelio con pureza, para administrar rectamente los sacramentos, para aplicar la correcta disciplina en la iglesia y para que nos proteja de atribuirnos más poder y autoridad a nosotros mismos que a la Palabra, de rehusarnos a someternos al yugo de Cristo, de agregar o quitarle cosas a los sacramentos instituidos por Cristo, de confiar más en el hombre que en Cristo y de perseguir a aquellos que viven piadosamente. Oramos para que estas cosas sean verdad en nosotros debido al propósito de Dios para su iglesia: «a esta iglesia católica visible ha dado Cristo el ministerio, los oráculos y las ordenanzas de Dios, para reunir y perfeccionar a los santos en esta vida presente y hasta el fin del mundo, haciendo a aquellos suficientes para este objeto según su promesa, por su presencia y Espíritu» (La confesión de fe de Westminster 25:3).
En las próximas tres publicaciones, nos dedicaremos a examinar las marcas de una verdadera iglesia.
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección. | Traducción: María José Ojeda
Daniel Hyde
Rev. Daniel R. Hyde es pastor de Oceanside Reformed Church en Oceanside, California. Es autor de God in Our Midst [Dios en nuestro medio] y Welcome to a Reformed Church [Bienvenido a una Iglesia Reformada].