En Daniel 10, el profeta recibe palabra de parte de Dios (v. 1); la visión de un conflicto cuya grandeza le aturde. Con lágrimas, ayuno y oración, Daniel se pone a buscar el significado de la visión, y por causa de ésta, lucha en oración durante tres semanas buscando conocer la voluntad de Dios.
Después de las tres semanas va a la orilla del río Tigris (v. 4). Allí tiene una visión tan impresionante que apenas puede soportarla. Para empeorar las cosas (v. 10), una mano se extiende y lo toca de modo tal que sus manos y rodillas tiemblan terriblemente. La voz, entonces, dice (vv. 11-12): «Daniel, varón muy amado, está atento a las palabras que te hablaré, y ponte en pie; porque a ti he sido enviado ahora. (…) Daniel, no temas; porque desde el primer día que dispusiste tu corazón a entender y a humillarte en la presencia de tu Dios, fueron oídas tus palabras; y a causa de tus palabras yo he venido».
Esto es tremendamente importante para comprender la oración. Fíjate en lo que dice: «A causa de tus palabras yo he venido». Junta eso con el verso 11: «A ti he sido enviado». Es decir, fue Dios quien lo envió. Así que el punto es que Dios responde la oración de Daniel tan pronto como éste empieza a orar tres semanas antes. «Desde el primer día que dispusiste tu corazón a entender y a humillarte en la presencia de tu Dios, fueron oídas tus palabras [tus oraciones]; y a causa de tus palabras [tus oraciones] yo he venido».
Así que esta criatura celestial viene porque Daniel ora, se humilla delante de Dios y ayuna. Y la demora de tres semanas no se debe a que Dios haya tardado tres semanas en oír. ¿A qué se debe, entonces?
Verso 13: «El príncipe del reino de Persia se me opuso durante veintiún días; pero he aquí Miguel, uno de los principales príncipes, vino para ayudarme». La razón por la cual el mensajero de Dios estuvo retenido fue que un ser espiritual llamado «el príncipe del reino de Persia» se levantó contra él. Y la razón por la cual este mensajero angelical se libró de su opositor fue que el ángel Miguel vino a ayudarlo.
De toda la Biblia, este es el ejemplo más claro de lo que algunas personas llaman un «espíritu territorial». El verso 13 se refiere a él como «el príncipe del reino de Persia». El significado natural de esta frase sería que, entre los seres sobrenaturales que se oponen a Dios, hay por lo menos uno asignado a cada territorio, o más precisamente a un reino, en este caso Persia. Probablemente su trabajo sea cegar al pueblo de Persia —evitar que accedan a la verdad y a la luz de la Palabra de Dios—.
Pero este espíritu no es el único que se menciona. Observa los versos 20 y 21: «Él [el mensajero de Dios] me dijo: ¿Sabes por qué he venido a ti? Pues ahora tengo que volver para pelear contra el príncipe de Persia; y al terminar con él, el príncipe de Grecia vendrá. Pero yo te declararé lo que está escrito en el libro de la verdad; y ninguno me ayuda contra ellos, sino Miguel vuestro príncipe».
Así que, al parecer, había un espíritu sobre Persia y un espíritu sobre Grecia. Pero parece también que Miguel, el ángel bueno, cumple una misión especial en Israel, porque al final del verso 21 dice «Miguel vuestro príncipe». El «vuestro», ahí, es plural. No es una referencia al ángel guardián de Daniel, sino al ángel guardián de Israel.
¿Cómo, entonces, debe moldear nuestro ministerio la realidad de los espíritus territoriales? Primero, debemos tomar lo sobrenatural en serio y darnos cuenta de que estamos en una guerra que no puede ni debería ser domesticada reinterpretando toda la cosmovisión bíblica para ajustarla a las visiones seculares y naturalistas del mundo. Segundo, observa que la oración de Daniel, que tuvo efectos tan poderosos en la esfera espiritual, no se enfocó en ángeles ni espíritus territoriales. En lugar de eso, él estaba luchando por la verdad y por el bien del pueblo de Dios. Se sobresaltó en gran manera cuando el ángel se le apareció. Y no sabía nada del conflicto con el príncipe del reino de Persia.
Pero no es casualidad que el mensajero haya dicho que su lucha contra el príncipe de Persia duró exactamente la misma cantidad de tiempo que el ayuno y la oración de Daniel —veintiún días—. La razón de esto es que la guerra en la esfera espiritual estaba, en un sentido real, siendo peleada por Daniel en la esfera de la oración.
Y esto mismo, en nuestras oraciones, sucede más de lo que lo notamos. Pero el punto es este: La oración de Daniel no hablaba de ángeles. Y probablemente, tampoco debería hacerlo la nuestra. Deberíamos luchar en oración y ayuno por las cosas que sabemos que son la voluntad de Dios para nuestras vidas, nuestras familias, nuestra iglesia, nuestra ciudad y nuestro mundo. Pero, en general, probablemente deberíamos dejarle a Dios la forma en que usará a los ángeles para que lleven a cabo su obra. Si Dios nos muestra más, lo usaremos. Pero la esencia del asunto no es conocer los espíritus sino conocer a Dios y orar en el poder del Espíritu Santo.
Dediquémonos, pues, a la oración con todas nuestras fuerzas. Que el Señor haga de nosotros un pueblo que ore como Daniel.