Hice muchas cosas mal en mis relaciones amorosas, pero mientras recuerdo mis errores y mis fracasos (tener relaciones amorosas demasiado joven, ir de relación en relación, ser deshonesto conmigo mismo o con otros, fallar en establecer y mantener límites, no escuchar a amigos ni a familiares, no valorar ni buscar la pureza) un error resalta por sobre los otros, y explica los demás de muchas formas:
Mis relaciones amorosas fueron principalmente una búsqueda de intimidad con una novia, no una búsqueda de claridad para saber si me casaría con ella.
En mis mejores momentos, busqué claridad por medio de la intimidad, pero en muchas otras ocasiones, si es que soy honesto, solo quería intimidad al precio que fuera. «La búsqueda del matrimonio» era un suéter abrigador y justificador que ponía sobre mi consciencia cuando las cosas comenzaban a ir demasiado lejos física y emocionalmente. Sin embargo, aún la claridad por medio de la intimidad perdía el sentido y lo entendía al revés. Debí haber buscado la claridad en las relaciones amorosas, y luego la intimidad en el matrimonio. Esa simple ecuación nos habría salvado a mí y a las chicas con las que salí de todo tipo de dolor, angustia y remordimiento.
Tu último primer beso
La mayoría de nosotros tiene relaciones amorosas porque quiere intimidad. Queremos sentirnos cerca de alguien. Queremos ser conocidos y amados profundamente. Queremos tener sexo. Queremos compartir la vida con alguien del sexo opuesto que se va a involucrar y va a invertir en lo que haremos y en lo que nos importa. Con la motivación correcta, en la medida correcta y en el tiempo correcto, todos estos son buenos deseos. Dios nos creó a muchos para querer estas cosas, y por lo tanto, quiere que deseemos estas cosas: con la motivación correcta, en la medida correcta y en el tiempo correcto.
Piensa sobre el último primer beso que diste en una relación (si es que ya besaste a alguien). ¿Por qué lo hiciste? Sabías que estabas arriesgando algo, que esa no era la manera más segura de entregarte a alguien. ¿Qué era lo que te estaba guiando más en esos breves momentos antes de que dejaras que te tocaran los labios?
Para mí, cada primer beso estaba más motivado por mis propios deseos que por los deseos de Dios para mí. Así fue con cada primer beso hasta que besé a mi esposa por primera vez, segundos después de pedirle que fuera mi esposa. Antes de Faye, había permitido que lo que yo quería tuviera mayor peso que lo que yo sabía que Dios quería, y lo que sabía que era mejor para la chica con la que estaba saliendo. Anhelaba intimidad y sabía que la encontraría en el matrimonio. Así que busqué «matrimonio» en Google Maps, me lancé a la autopista e ignoré todos los límites de velocidad. En lugar de esperar para llegar a mi destino y disfrutar la intimidad física y emocional, me hice a un lado y compré algo más rápido y más barato al lado de la calle.
La intimidad (romántica o de otro tipo) es un don hermoso y preciado que Dios le ha dado a sus hijos. Sin embargo, como muchos de los buenos regalos de Dios, debido a nuestro pecado, la intimidad puede ser peligrosa. El corazón humano está diseñado para querer intimidad, pero también está diseñado para corromperla (exigir intimidad de maneras equivocadas o en el momento incorrecto y a tener expectativas erróneas de ella). Esto significa que la intimidad entre pecadores es peligrosa, puesto que tendemos, por naturaleza, a herirnos los unos a los otros: hacer lo que se siente bien, en vez de preocuparnos por la otra persona; prometer demasiado muy pronto, en vez de ser paciente y lento para hablar; poner nuestra esperanza, identidad y valor el uno en el otro en vez de en Dios.
La intimidad nos hace vulnerables y el pecado nos hace peligrosos. La combinación de ambos, sin las promesas del pacto, pueden ser la fórmula para el desastre en las relaciones amorosas.
Distintas recompensas en el matrimonio y en las relaciones amorosas
Dios es la mayor recompensa en la vida para cualquier creyente (a cualquier edad, en cualquier estado de la vida y cualquiera sea nuestro estado civil). No obstante, ¿existe una recompensa única para cada creyente en el matrimonio? Sí, es la intimidad sexual y emocional centrada en Cristo con otro creyente.
Ante Dios, dentro del pacto del matrimonio, dos vidas, dos corazones, dos cuerpos se hacen uno. Un esposo y una esposa experimentan todo en la vida como una nueva persona. El concepto de «pareja» ya no los describe lo suficientemente bien. Sí, aún son ellos mismos, pero están demasiado cerca ahora para separarse de nuevo (Mr 10:9). Dios los ha hecho uno. Sus cosas ya no son propias. Su tiempo no es de cada uno. Incluso sus cuerpos no les pertenecen a ellos mismos (1Co 7:4). Ahora ellos comparten y disfrutan todo juntos.
El sexo es la experiencia intensa y la imagen de su nueva unión, pero es solo una pequeña porción de toda la intimidad que ahora disfrutarán juntos.
Seguridad para la intimidad
La razón por la que ese tipo de intimidad es la recompensa del matrimonio y no de nuestras relaciones de aún no casados es porque ese tipo de intimidad nunca está a salvo en ninguna parte fuera del pacto de por vida llamado matrimonio. Nunca. Existen muchos contextos en los que la intimidad romántica se siente segura fuera del matrimonio, pero nunca lo es. Hay mucho en juego en nuestros corazones y demasiados riesgos involucrados sin un anillo ni promesas públicas. Sin las promesas hechas ante Dios, mientras más nos adentramos en la intimidad con otra persona, más nos exponemos a nosotros mismos a la posibilidad de ser abandonados, traicionados y defraudados.
En un matrimonio centrado en Cristo, esos mismos riesgos no existen. Estamos juntos (en salud y enfermedad, en paz y en conflicto, en desilusión, en tragedia e incluso en fracaso) hasta que la muerte nos separe. Eso significa que la intimidad es una experiencia segura y apropiada en el matrimonio.
Sin duda, el matrimonio no es perfectamente seguro. Las personas casadas siguen siendo pecadoras, capaces de herirse mutuamente, incluso hasta llegar al punto del abuso y del divorcio. Sin embargo, las personas casadas fieles no son personas que abandonan a otras, así como Dios no es un Dios que abandona.
La gran recompensa de las relaciones amorosas
Mientras que la gran recompensa en el matrimonio es la intimidad centrada en Cristo, la gran recompensa en las relaciones amorosas es la claridad centrada en Cristo. La intimidad es más segura dentro del contexto del matrimonio, y el matrimonio es más seguro dentro del contexto de la claridad. Si queremos tener y disfrutar una intimidad centrada en Cristo, necesitamos casarnos. Y si queremos casarnos, necesitamos buscar claridad sobre con quién nos vamos a casar.
No buscamos la claridad al sumergirnos en la intimidad. El tipo correcto de claridad es un medio para llegar al tipo correcto de intimidad, no al revés. Una claridad cuidadosa, llena de oración y seriedad producirá intimidad apasionada, perdurable y saludable. Cualquier otro camino a la intimidad la saboteará, haciéndola trivial, frágil y poco fiable.
Mucho del dolor y de la confusión que sentimos en las relaciones amorosas es el resultado de tratar a las relaciones amorosas como una práctica para el matrimonio (claridad por medio de la intimidad), en lugar de que sean el discernimiento hacia el matrimonio (claridad ahora, intimidad después).
En las relaciones amorosas, a menudo experimentamos con la intimidad hasta que básicamente se siente como matrimonio, y luego nos casamos. El riesgo podría parecer valer la pena (e incluso necesario) debido a lo mucho que queremos casarnos (o al menos todo lo que implica estar casados). Sin embargo, en la realidad, los riesgos no valen la pena, y de seguro no son necesarios. Dios no dispuso que arriesgáramos tanto en nuestra búsqueda del matrimonio.
De seguro, en cierto grado, siempre quedamos vulnerables mientras comenzamos a conocer a alguien y desarrollamos una relación, pero Dios quiere que disfrutemos la plenitud de la intimidad dentro de un pacto, no en algún laboratorio científico de amor. En las relaciones amorosas cristianas, no probamos el matrimonio para ver si nos sienta bien; más bien, intentamos encontrar a alguien para casarnos.
Las preguntas que debemos hacer
Busca claridad y pospón la intimidad. ¿Cómo se ve esto en la práctica? Una prueba para saber si estás buscando claridad o intimidad es estudiar las preguntas que formulamos en las relaciones amorosas. Hacemos preguntas diferentes cuando buscamos claridad más que intimidad.
¿Qué tan lejos podemos llegar?
¿Hasta cuán tarde podemos pasar tiempo juntos?
¿Qué tipo de caricias son permitidas?
¿Es lo suficientemente cristiano/cristiana como para salir con él/ella?
Versus:
¿Ama a Jesús más de lo que me ama mí?
¿Cumple sus promesas?
¿Veo que tiene dominio propio o transa para obtener lo que quiere?
¿Está dispuesto/dispuesta a decirme amorosamente que estoy equivocado/equivocada?
Es posible que en las relaciones saludables se hagan las preguntas del primer grupo, pero estarán muy abajo en la lista. Cuando vamos tras la intimidad sin la claridad, nos hacemos el primer grupo de preguntas y a menudo pasamos por alto o minimizamos el segundo grupo. Sin embargo, cuando buscamos la claridad, comenzamos a hacernos nuevas preguntas. A continuación les comparto algunos ejemplos de preguntas que puedes hacer en tu búsqueda por claridad:
- ¿Que han aprendido el uno del otro últimamente (historias, hábitos, rasgos de carácter)?
- ¿Cómo han crecido ambos en su relación con Jesús desde que comenzaron a tener una relación?
- ¿Ambos están comprometidos a abstenerse de cualquier forma de inmoralidad sexual?
- ¿Qué señales de advertencia has visto, si es has visto alguna, en tu relación?
- ¿Qué está impidiendo que se casen?
- ¿Son guiados por sus propios deseos o por los deseos que Dios tiene para ustedes?
- ¿De qué manera tu relación es diferente a una relación no cristiana?
Preguntas como estas (y un sinfín de otras que son similares) deja al descubierto lo que realmente se desea en las relaciones amorosas y dónde somos propensos a dejar de lado a Jesús. Son las barandas que nos mantienen lejos de la zanja, protegiéndonos de la impaciencia y de la impureza. Sin embargo, también son instrumentos de verdadero amor; las partes bien hechas que mantienen nuestro auto en la autopista hacia el matrimonio. Nos mantienen enfocados en el lugar hacia donde nos estamos dirigiendo y en lo que realmente importa. Son los agentes de claridad.
Marshall Segal © 2017 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda

