Existe una diferencia importante entre mi nieta de dos años y yo. Sí, soy más alto, mayor y capaz de ganarme la vida solo, pero estoy hablando de algo más profundo. Ella demuestra esta diferencia cada vez que estamos juntos.
Mi nieta me pide que me siente en una silla para que ella pueda servirme un té y un sándwich. Cuando trae mi orden, la taza está vacía y el plato no tiene comida. Pero esto es lo asombroso: mi nieta tiene la capacidad de ver tanto el té en la taza como el sándwich en el plato. Por supuesto, le sigo el juego, ¡y le encanta cuando le digo lo excelente cocinera que es!
Todos los niños tienen esta poderosa capacidad de imaginar. Es lo que hace sus primeros años tan interesantes, sorprendentes, encantadores, cautivantes, inocentes y maravillosos. Tristemente, a medida que nos convertimos en adultos y vemos las verdaderas preocupaciones de la vida (como las relaciones, el trabajo, las finanzas, la dieta, etc.), estas llenan nuestras mentes y controlan nuestros corazones, y nuestra capacidad de imaginar se debilita.
Imaginación y fe
Cuando se trata de la fe cristiana, un sistema religioso centrado en rendir tu vida a un Dios que no puedes ver, tocar u oír, la imaginación se convierte en un elemento vital.
Déjame darte una breve definición de imaginación que concierne a la fe: la imaginación no es la capacidad de hacer aparecer lo que no es real, sino que la capacidad de ver lo que es real pero invisible.
Para posibilitar que imaginemos, Dios nos ha dado un sistema doble de vista. No solo vemos las cosas físicas con nuestros propios ojos, sino que tenemos otro par de ojos: los ojos del corazón. Dios nos ha dado este par de ojos para que podamos «ver» el mundo invisible de la realidad espiritual.
Sin embargo, el problema es que el pecado que infecta nuestro corazón también nos hace espiritualmente ciegos. Lo que los ojos de nuestros corazones necesitan ver no lo pueden ver, por tanto Dios nos bendice con el ministerio iluminador del Espíritu Santo que da vista y abre los ojos para que podamos «ver» lo que no puede verse con ojos físicos, pero es tan real en todo aspecto.
Es apremiante que entendamos todo esto antes de que comience a develar la doctrina de la santidad de Dios. ¿Por qué? Porque estoy muy consciente de que lo que estamos por estudiar depende del ministerio iluminador del Espíritu de Dios para abrir los ojos de nuestro corazón y así poder ver.
La doctrina de la santidad de Dios se encuentra mucho más allá que cualquier cosa en nuestra experiencia común y corriente, por lo que no tenemos comparación o categorías que nos ayuden a entenderla.
Santo, Santo, Santo
Si eres un cristiano y bíblicamente culto, sabrás que la Biblia, sin equivocación, afirma que Dios es santo. Isaías 6:3 nos entrega la declaración más potente. El profeta Isaías, al momento de su llamado, recibió una visión del Señor sentado en su trono con un serafín en cada lado. Un serafín llamó al otro serafín y dijo: «Santo, Santo, Santo, es el SEÑOR de los ejércitos, llena está toda la tierra de su gloria».
No pases por el alto el énfasis repetitivo hecho en esta declaración. No fue suficiente para el serafín decir, «Dios es santo». No, el serafín tuvo que usar la palabra «santo» tres veces para capturar la profundidad y anchura de la santidad de Dios.
Es como si tuviera que decirte: «¡vi a un tipo en el partido de béisbol que era enorme, enorme, enorme!». Sabrías de inmediato que este tipo no era un hombre grande promedio. Debido a mi énfasis repetitivo en la palabra «enorme» te verías forzado a imaginarte que este tipo ¡era el más grande que había visto en mi vida!
De la misma manera, «Santo, Santo, Santo» tiene el propósito de ampliar los límites de nuestra imaginación. Cualquier cosa que pienses cuando escuchas que Dios es santo, necesitas saber que Dios está en una categoría de santidad completamente diferente; él es mucho más santo de lo que jamás pensaste que podría ser la santidad.
No obstante, incluso «Santo, Santo, Santo» no fue suficiente para el serafín mientras intentaba capturar la santidad de Dios. Él debió agregar: «Llena está toda la tierra de su gloria».
¿Cuán inmensa es la santidad de este Señor de los ejércitos? ¡Lo suficientemente inmensa para llenar toda la tierra! Nuevamente, estas palabras son creadas bajo la inspiración del Espíritu Santo para llevar a tu imaginación a donde jamás ha ido. Tienen el propósito de pasmarte con la idea de que Dios no se parece a nada que hayas visto. Tienen el propósito de humillarte con la comprensión de que Dios es fundamentalmente diferente a ti. Tienen el propósito de ayudarte a entender que con quien estás lidiando es Alguien más inmenso que cualquier otra cosa u otra persona con la que hayas tenido que lidiar antes.
El Señor de los ejércitos es Santo, Santo, Santo, una santidad gloriosa y que llena la tierra. Él es Santo, Santo, Santo.
Quisiera que dejaras de leer por un momento. Ora en este instante para que los ojos de tu corazón se abran, y para que de alguna forma, de algún modo puedas ver un pequeño destello de la imponencia alucinante de su santidad.
Ver su santidad te cambiará a ti y la manera en la que vives para siempre. Te explicaré cómo en un momento, pero aún tenemos un poco de doctrina que develar.
¿Qué es santidad?
Nuestra traducción de santidad viene de la palabra hebrea qadowsh que significa «cortar». Ser santo significa ser cortado o separado de todo lo demás. Significa estar en una clase propia, distinta de todas las que han existido o existirán. Qadowsh tiene un segundo significado: ser santo significa ser completamente puro moralmente, en todo tiempo y en todo aspecto posible.
Cuando juntas estos dos elementos de santidad, quedas solo con una conclusión: que el Señor de los ejércitos es la suma y la definición de lo que significa ser santo. Ocupa un espacio moral que nadie ha ocupado jamás, y como tal, no tenemos experiencia o marco de referencia para comprender cómo es él porque no existe nada como él.
En Éxodo 15:11 se pregunta: «¿Quién como tú entre los dioses, oh SEÑOR? ¿Quién como tú, majestuoso en santidad, temible en las alabanzas, haciendo maravillas? En 1 Samuel 2:2 se declara: «No hay santo como el SEÑOR; en verdad, no hay otro fuera de ti, ni hay roca como nuestro Dios».
Aún hay más que decir: la santidad de Dios no es un aspecto de quien es él; no, la santidad de Dios es la esencia de quien es él. Si tuvieras que preguntar: «¿cómo se revela la santidad de Dios?», la única respuesta sería: «en todo lo que él hace». Todo lo que Dios piensa, desea, habla y hace es completamente santo en todo aspecto.
Dios es santo en cada atributo y cada acción: él es santo en justicia; él es santo en amor; él es santo en misericordia; él es santo en poder; él es santo en soberanía; él es santo en sabiduría; él es santo en paciencia; él es santo en enojo; él es santo en gracia; él es santo en fidelidad; él es santo en compasión.
¡Incluso es santo en su santidad!
Por qué importan la santidad
En este punto, si en algo te pareces a mí, probablemente estás pensando en algo debido a esas líneas: «bueno, entiendo que Dios es santo. No estoy completamente seguro de cómo definir su santidad, pero la Biblia declara que es verdad. Por tanto, ¿qué sigue? ¿Cómo está gran doctrina impacta mi vida real?».
Primeramente, la doctrina de la santidad de Dios se encuentra al centro de la gran narrativa del Evangelio de Jesucristo. Sin la santidad de Dios, no habría ninguna ley moral ante la cual cada ser humano es responsable. Sin la santidad de Dios, no habría Hijo Perfecto enviado como un sacrificio aceptable por el pecado. Sin la santidad de Dios, no habría vindicación de la resurrección. Sin la santidad de Dios, no habría derrota final de Satanás. Sin la santidad de Dios, no habría esperanza de un nuevo cielo y una nueva tierra donde la santidad reinará sobre nosotros y en nosotros para siempre.
Sí, realmente es verdad que la historia bíblica no sería la historia bíblica si no fuera escrita y controlada en cada punto por Aquel que es santo todo el tiempo y en todo aspecto.
Sin embargo, permíteme hacer esto aún más práctico. La santidad de Dios te impacta en tres maneras que dan forma a la vida:
La santidad entrega consuelo
En un mundo que parece estar fuera de control, que parece tan malvado, donde el mal parece ser recompensado y lo correcto parece ser castigado, es vital recordar la santidad de Dios.
Cada situación, ubicación o relación en la que has estado, ahora está y estará bajo la cuidadosa soberanía de Aquel que es completamente santo. A nuestro nivel, nunca se verá de esta forma, pero tu Señor está gobernando. Lo que él hace siempre es correcto; lo que él dice siempre es verdad; lo que él promete siempre lo cumplirá.
Tienes que predicarte este mensaje a ti mismo una y otra vez: el mal no está en control; la injusticia no está gobernando; la corrupción no es rey; Satanás no tendrá la victoria. Dios es, y siempre será, digno de tu confianza por esta razón: él es santo.
Con poder santo, él vencerá todo mal que haya entristecido y dificultado nuestras vidas y nos librará por siempre para vivir en un mundo libre de todo lo que está mal.
La santidad provoca reprimenda
Para descubrir otro impacto que tiene la santidad de Dios en la vida real, necesitamos volver a Isaías 6. Observa la respuesta del profeta a su llamativa visión en el verso 5: «“¡Ay de mí! porque perdido estoy, pues soy hombre de labios inmundos y en medio de un pueblo de labios inmundos habito, porque mis ojos han visto al Rey, el Señor de los ejércitos”».
Isaías no tiene una respuesta «impresionante» a la santidad de Dios. Sí, está pasmado, pero pasmado en quebrantamiento porque reconoce cuán moralmente separado está de Dios. Es solo de cara a la santidad de Dios que tú y yo, como Isaías, seremos quebrantados por el desastre del pecado que mora en nosotros.
Verás, nosotros tenemos un problema: el pecado no siempre parece pecaminoso para nosotros; a menudo, es atractivo y atrayente. Es solo de cara a la santidad de Dios que te darás cuenta completamente de que el pecado es más que una lista de malos comportamientos y más que el quebrantamiento de un conjunto de reglas abstractas. Al contrario, el pecado es una condición desastrosa del corazón que provoca que nos rebelemos voluntaria y repetidamente contra la autoridad de Dios y hagamos aquello para lo que nunca fuimos diseñamos.
Es la santidad de Dios la que nos dice que debido a que no podemos escapar de nosotros mismos, todos necesitamos un Salvador que puede hacer lo que nosotros no podemos: rescatarnos de nosotros mismos. Simplemente no puedes considerar la santidad de Dios sin también lamentar tu pecado y clamar por la gracia de Jesús.
La santidad define el llamado
Puesto que la santidad es la esencia del carácter de Dios, se transforma en nuestro llamado como sus hijos por herencia. Pedro dice: «Como hijos obedientes, no se conformen a los deseos que antes tenían en su ignorancia, sino que así como aquel que los llamó es Santo, así también sean ustedes santos en toda su manera de vivir. Porque escrito está: “Sean santos, porque yo soy santo”» (1P 1:14-16).
Esta es la mejor manera de entenderlo: eres santo, y has sido llamado a ser santo. Si eres hijo de Dios, estás frente a él justificado porque la justicia perfecta de Jesús te ha sido cedida a tu cuenta personal. No obstante, existe un segundo aspecto en esto: eres santo porque has sido comprado con la sangre de Jesús y no te perteneces a ti (ver 1Co 6:19, 20).
Decir que eres santo significa que has sido apartado por la gracia de Dios para los propósitos de Dios. Tu lealtad ya no está con el reino de tu éxito y felicidad, sino que con el progreso del reino de la gloria y la gracia. ¿Dónde haces esto? Lo haces donde sea que estés, con quien sea que estés y en cualquier cosa que hagas.
Existe un tercer y final aspecto: has sido llamado a vivir una vida santa. Esto significa que entre el «ya» de tu conversión y el «todavía no» de tu ida a casa, la obediencia importa. Cada pensamiento, cada deseo, cada palabra, cada decisión y cada acción deben hacerse en un espíritu de humilde rendición a los mandamientos de Dios.
Mientras consideras la imposibilidad de este llamado, toma tiempo para recordar que Dios nunca te llama a realizar una tarea sin capacitarte para hacerla. Dios nos llama a ser santos, luego envía a su Espíritu Santo a vivir dentro de nosotros para que podamos tener la sabiduría y la fortaleza que necesitamos para rendirnos a su santo llamado en todo lo que hacemos.
Celebra la santidad
¿Adónde nos lleva una discusión sobre la santidad de Dios? Nos lleva a celebrar su gracia.
Debido a su gracia, sabemos que nuestro Señor es santo. Debido a su gracia, somos aceptados y no somos rechazados por él. Debido a su gracia, somos consolados por su santo gobierno. Debido a su gracia, somos conscientes de la gravedad del pecado que nos infecta a todos nosotros. Debido a su gracia, corremos a Dios por ayuda y no huimos de él por miedo.
Debido a su gracia, Dios asignó a su perfecto Hijo para ser el perfecto sacrificio por su pueblo imperfecto. Debido a su gracia operando dentro de nosotros, experimentamos la convicción de pecado y un deseo por vivir vidas santas. Debido a su gracia, hemos sido invitados a vivir en la santa presencia de Dios para siempre.
La santidad de Dios destruye nuestra autonomía y autosuficiencia y nos lleva al Salvador, quien es el único capaz, por su vida y muerte, de unir a un pueblo impío a un Dios santo. Dios nos revela su santidad no como una advertencia de la que debamos huir en terror eterno, sino como una bienvenida para correr a él, donde los pecadores débiles y fracasados siempre encontrarán una gracia que perdura para siempre.