Aunque la Biblia solo registra un par de sus frases, la mujer de Job deja su marca en el libro cuando dice: «¿Aún conservas tu integridad? Maldice a Dios y muérete» (Job 2:9).
Una de las cosas que el relato bíblico de Job nos muestra claramente es la dificultad que los seres humanos tenemos para manejar el sufrimiento —tanto el nuestro como el de otros—. ¿Cuántas veces hemos oído con insistencia la frase «No quiero ser una carga para nadie», o su contraparte, «No puedo verlo sufrir»?
Job y su necesidad de encontrarle sentido al dolor
Las páginas de Job están llenas del sufrimiento de un hombre, y sorprendentemente, es el mismo hombre al cual el propio Dios describe como «intachable y recto, temeroso de Dios y apartado del mal» (1:8). La buena situación de su vida cambia drásticamente cuando, de un día para otro, pierde a todos sus hijos, sus siervos, sus bienes y, por último, su salud a manos de una terrible enfermedad. Esta no solo le provoca un insoportable dolor físico, sino también el rechazo y el desprecio de los demás a causa de su apariencia, hedor y ruina.
¿Cuál era la peor parte de su sufrimiento?
Siendo Job un firme creyente en la total soberanía de Dios sobre su vida, lo que encontramos en sus intervenciones posteriores es una queja particular: que no entiende por qué Dios le ha hecho esto. No recibe una explicación clara ni antes ni después, y esa aparente ausencia de sentido unida a su dolor lo lleva a veces a desear morir (6:8-9)
La eutanasia como «solución»
Sin embargo, Job no es el único en pensar que solo la muerte puede ser mejor que el dolor. Muchos hoy en día apoyan la existencia de una ley de eutanasia (que, literalmente, significa «buen morir»), y no son pocos los que creen que se trata simplemente de apagar máquinas o desconectar personas —moribundas o con muerte cerebral— de aquellos medios que las mantienen artificialmente con vida.
No obstante, debemos aclarar que, al hablar a favor de la eutanasia, se busca mucho más. Si solo se tratara de eso, no sería necesario legislar —por la simple razón de que tales acciones ya ocurren alrededor del mundo—. Los médicos apagan máquinas, los familiares toman decisiones dolorosas, y aunque claramente hay áreas grises, sería extremadamente raro que alguien sufriera consecuencias legales por ello.
No, las leyes de eutanasia tienen que ver con matar activamente a una persona que, por razones médicas, considera que no tiene esperanza de una buena calidad de vida. Generalmente el medio usado es una inyección venenosa, la cual, en otro contexto, coincide con la forma en que se aplica la pena de muerte.
El hecho de que las leyes de eutanasia se tratan de matar activamente a personas no moribundas sino completamente vivas —aunque enfermas— se nota particularmente en un punto: tales leyes suelen contemplar el permiso de uno o más médicos, quienes afirman que la persona está física y psicológicamente en condiciones de tomar tal decisión por sí misma.
Hace varios años, en Australia, un estado tuvo durante un breve tiempo una ley de eutanasia. Más tarde fue revocada por razones técnicas legales propias de ese estado, pero mientras duró, murió un grupo de personas. Mediáticamente, la primera persona que «aprovechó» la nueva ley fue mostrada en la televisión caminando por sí misma hacia el hospital para someterse al «procedimiento». Más tarde, su cadáver fue sacado por una funeraria. Lo que pasó entre medio no fue simplemente apagar máquinas.
Donde la ley de eutanasia es resistida, a menudo sus defensores toman otro camino. Promueven una ley de suicidio asistido, término que habla por sí solo.
Dejando a un lado los beneficios que la medicina actual podría ofrecer a un paciente como Job, es indudable que hoy muchos verían su sufrimiento como una apología de la eutanasia. La presentarían como un acto de misericordia cuando, en realidad, sería una declaración de que el dolor es indigno del ser humano y algo completamente degradante.
Contra la opinión de Dios
Aunque, a diferencia de Job, su mujer conservó su propia salud, ella consideró que lo mejor para su esposo hubiera sido morir maldiciendo a Dios. No sabemos si su idea era algo como la eutanasia, pero no soportó ver el sufrimiento de Job, y mucho menos si este insistía en absolver a Dios evitando maldecirlo.
¿Por qué, según la esposa, no bastaba con que Job muriera «en silencio»? ¿Por qué debía morir maldiciendo a Dios?
Aunque a veces Job dijo anhelar la muerte, él seguía creyendo que Dios es el soberano y justo dueño de la vida. Sabía que morir o continuar viviendo no era una decisión humana. Su esposa, en cambio, pensaba que el Dios que había permitido este sufrimiento no merecía ser llamado bendito. Job debía enfrentarlo con el puño en alto, sentenciando implícitamente que nada justifica el dolor. Bajo ninguna circunstancia.
Cuando el intento de justificar a Dios encierra una acusación
El libro, sin embargo, nos muestra otra reacción ante el dolor, y los protagonistas, esta vez, son los amigos de Job. Estos pontifican sobre el sufrimiento, pero al menos lo hacen con más delicadeza y dan evidencias de amar a Job. Lamentan verlo sufrir, pasan siete días en silencio empatizando con su dolor, y finalmente, queriendo ayudarlo, buscan aliviar la miseria de su amigo ocupándose de lo que, según ellos, era la raíz del problema: Job había pecado.
El sufrimiento, para ellos, no era otra cosa que un castigo. La solución, entonces, era encontrar el pecado que lo había originado y convencer a Job de arrepentirse para que, así, Dios lo restaurara. Simple.
¿Por qué añadieron a la situación de Job la crueldad de declararlo culpable? Siendo claro que querían ayudarlo, todo indica que, una vez más, esta reacción tan común solo evidenciaba una incapacidad de enfrentar el sufrimiento. No concebían que, en las manos de Dios, pudiese ser algo diferente a un castigo, e implícitamente, atribuyeron a Dios un razonamiento equivocado. Cuando Él finalmente habla, se dirige a ellos diciendo: «No habéis hablado de mí lo que es recto» (Job 42:7).
Un necesario cambio de perspectiva
Ya hemos dicho que el libro ilustra nuestra incapacidad natural de enfrentar el dolor (propio o ajeno), y esto es lo que, en última instancia, conecta el mensaje de Job con la eutanasia. Por un lado, la eutanasia intenta «resolver» la relación del que sufre con quienes lo rodean, y por otro, intenta poner un corte a una situación que, se asume, es negativa desde cualquier punto de vista.
Es claro que las enfermedades generan algún tipo de dependencia. Naturalmente somos dependientes (de Dios y de los demás) aun cuando gozamos de salud, pero las enfermedades suelen evidenciar nuestra dependencia y muchos no quieren verse bajo esa luz.
Job, en sus intervenciones, pide a Dios explicaciones basadas en su perspectiva humana, pero lo que recibe de parte de Dios no es una respuesta a su interrogatorio sino a su verdadera necesidad: un conocimiento más pleno de Dios mismo y su grandeza. Frente al conocimiento personal de su Creador, las quejas de Job se empequeñecen, y Job se encuentra, al fin, profundamente satisfecho con Dios.
¿Cómo podría Dios sacar algo bueno del sufrimiento? La pregunta parece incontestable, hasta que Dios, en la cruz de Jesús, nos da el ejemplo supremo de cómo el sufrimiento, y aun la muerte causada por la maldad, puede convertirse en nueva vida y en una fuente de inmedible bendición para muchos.
Job, en su tiempo, no conoció directamente a Jesús, pero lo que sabía de Dios (que jamás lo abandonaría) le permitió vislumbrar que, aun si pisaba el umbral de la muerte, tendría un Redentor que lo vindicaría y volvería a levantar (Job 19:25). La fe confía en que ni siquiera las peores circunstancias pueden separarnos de Dios (Ro 8:38-39), y los momentos difíciles tienen la especial capacidad de abrir nuestros ojos a esta realidad.
¿Qué resuelve, a fin de cuentas, la eutanasia?
Job nos ayuda a ver que quisiéramos negar nuestra independencia, y por medio de la eutanasia creemos la mentira de que somos independientes, tanto de Dios como de los demás. Practicarla es maldecir a Dios, el Creador y soberano dueño de la vida. En efecto, corta de raíz el buen proceso en que Dios, no solo mediante lo bueno sino también sacando partido de la adversidad, cada día nos refina y prepara más para una comunión perfecta y eterna con Él.