El Evangelio de Lucas nos entrega la historia más detallada del nacimiento de Cristo y además la prescripción más detallada para el gozo. Lucas quiere que veamos que la historia del mundo que se encontró con Jesús en la carne es una historia donde el mundo encuentra finalmente pleno gozo en Dios.
Comienza con el nacimiento de Juan el Bautista. El ángel le dijo a Zacarías:
…tu mujer Elisabet te dará a luz un hijo, y lo llamarás Juan. Tendrás gozo y alegría y muchos se regocijarán por su nacimiento, porque él será grande delante del Señor… Él irá delante del Señor… a fin de preparar para el Señor un pueblo bien dispuesto (Lc 1:13-17).
Incluso antes de que naciera el bebé, el mensaje era de gozo. Por medio de su ángel, el Señor prometió que las personas se regocijarían con el nacimiento de Juan porque él prepararía el camino para el Cristo. El gozo que el pueblo de Dios tendría en Jesús era tan real y tan intenso que lo sentirían al ver el rostro del mensajero (un hombre apartado para declarar la venida del Rey).
¡Regocíjense! El Rey viene al mundo para salvar a los pecadores y para extender su gozo.
Las buenas noticias del gran gozo
Entonces, nació el niño, el Mesías mismo vino desde el cielo a través del vientre de su madre. Esa noche, a unos pastores se les apareció un ángel y declaró, «no teman, porque les traigo buenas nuevas de gran gozo que serán para todo el pueblo» (Lc 2:10). Esos pobres y desprevenidos pastores escuchaban el coro de alabanza que hemos cantado desde entonces.
¡Gozo de mundo, es el Señor! Que viene a rescatar; con gratitud y con amor, al Rey glorificad.
¡Regocíjense! El Rey ha llegado, y con este bebé, la plenitud del gozo nació para todo aquel que cree.
Su recompensa es grande
El nacimiento de Jesús no fue la última palabra de Lucas sobre nuestro gozo. Incluso en medio de las peores circunstancias (la terrible persecución de Jesús y de sus discípulos), el mensaje de Jesús recordaba lo mismo, «regocíjense». «Bienaventurados son ustedes cuando los hombres los aborrecen, cuando los apartan de sí, los colman de insultos y desechan su nombre como malo, por causa del Hijo del Hombre. Alégrense en ese día y salten de gozo, porque su recompensa es grande en el cielo, pues sus padres trataban de la misma manera a los profetas» (Lc 6:22-23).
Aquellos que se alegran por la venida de Jesús, en esta vida, sufrirán, pero su debilidad, su dolor y su miseria en este tiempo no se comparan las glorias que ya tienen en el cielo. Cuando sufrimos por el nombre de Cristo, somos bendecidos, porque sufrir con él es una manera de confirmar que le pertenecemos. Y aquellos que le pertenecen no tienen nada que temer y nada que perder; más bien, todo que ganar, todo lo que ya les espera en el cielo con Dios.
Por lo tanto, no permitan que crezca más ni el pecado ni el dolor. Aunque la batalla arda por unas cuantas cortas décadas y experimenten muchas pérdidas en el camino, fijen sus ojos en el gozo venidero. Regocíjense en que sus nombres están y estarán siempre escritos en los cielos (Lc 10:20).
¡Regocíjense! Nada en este mundo puede deshacer o incluso apagar nuestro gozo en Jesús. Ni el pecado ni el dolor puede separarnos de él ni de la felicidad eterna que él trae.
Gozo del mundo
El bebé que nació en Belén nació para morir en nuestro lugar. Él fue a la cruz y recibió la ira que nosotros merecíamos por nuestro pecado (Lc 23:46). Él murió para comprar el gozo que los ángeles anunciaron en su nacimiento. Tres días más tarde, resucitó de la muerte, el primogénito de todos los que lo seguirían. Se le apareció a sus discípulos y les mostró cómo toda la Biblia apuntaba hacia él: el bebé que nació en un pesebre, el predicador de las buenas noticias, el Hijo de Dios crucificado en la cruz, el Rey que conquistó la tumba, el gozo del mundo.
Y después de que los dejó, ascendió a los cielos y prometió regresar. «Ellos, después de adorar a Jesús, regresaron a Jerusalén con gran gozo» (Lc 24:52). El rey que murió, nunca se rindió a la muerte. Él resucitó y reina en gloria, enviando a sus discípulos entre las naciones para ofrecer a todos en todas partes un gozo inagotable en él y con él en su presencia (Lc 24:46-49).
Viene al mundo a reinar con toda bendición; nos da perdón, consuelo, luz y paz al corazón.
¡Regocíjense! Jesús nació y murió para tener un mundo de alabanza (hijos e hijas de cada pueblo en la tierra), y viviremos, cantaremos y disfrutaremos a Dios con ellos por siempre.