No es que haya otro evangelio, sino que ciertos individuos . . . quieren tergiversar el evangelio de Cristo. (Gálatas 1:7)
¿Cuántos hay que, si recibieran la visita de un ángel encargándoles comunicar un mensaje nunca antes predicado, estarían incluso dispuestos a fundar una nueva iglesia dedicada a ello? No son pocos los que, basados en «revelaciones», han optado por esa clase de camino. «Tuve una visión», han dicho, y sobre esa base, han esperado cerrar la discusión implicando que todo cuestionamiento debe retroceder para dar paso a la verdad urgente que, hasta ahora, jamás había sido revelada.
Pablo, sin embargo, rechaza específicamente estas acciones al decirnos que ni siquiera los candidatos más grandes a captar nuestra atención (los ángeles) tienen derecho a pervertir el único evangelio. Ciertos maestros estaban enseñando que, además de creer en Cristo, era necesario cumplir personalmente la ley, y lo que Pablo hace es llamar a ese desvío por su nombre.
Cualquier vía que se aleje de la gracia ofrecida a nosotros por los méritos exclusivos de Cristo es un camino falso. Cristo, el único calificado, hizo todo lo necesario en nuestro lugar, y es esa suficiencia la que hace que el evangelio sea «evangelio» (buenas noticias). Añadirle es disminuirlo (irónicamente), disminuirlo es perderlo, y perderlo es condenarse.
Tenemos, sin embargo, la tendencia a intentar «mejorarlo». Añadirle nuestras propias obras, o presentarlo con retoques que lo hagan más «digerible». Mejorarlo, no obstante, es una utopía, y siendo brutalmente honestos, es una pretensión orgullosa: ¿Podemos, acaso, afinar las ideas de un Dios perfecto?
Pablo, con inusitada seriedad, nos advierte enfáticamente que una osadía como esa no quedará sin castigo, y aun él, siendo un apóstol de Cristo, se incluye en la advertencia («si aun nosotros» — 1:8). ¿Qué nos muestra esto?
Que no era su honra la que estaba en juego sino la salvación de la humanidad. ¿Hasta qué punto hemos comprendido su amonestación?
La advertencia está dirigida a quienes predican, pero en última instancia, debería también alertar a quienes creen o inventan para sí mismos versiones personalizadas del evangelio. «Creo en Dios, pero a mi manera» no es una buena señal. Tampoco suelen terminar bien las frases que comienzan diciendo: «Me gusta pensar en Dios como…»
En los días que vienen, revisa «tu» evangelio. Gálatas se convertirá en la guía que necesitas, así que pon atención: NADA es más urgente.