De aquí en adelante nadie me cause molestias, porque yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús. Hermanos, la gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vuestro espíritu. Amén. (Gálatas 6:17–18)
«¿Tienes enemigos? Bien. Eso significa que, en algún momento de tu vida, has defendido algo». Esta cita, comúnmente atribuida a Winston Churchill, bien podría definir la trayectoria del apóstol Pablo. Su fidelidad al evangelio suscitó oposición como una cosa de rutina (2 Co 11:23-25), y esto explica por qué, al concluir una carta destinada a zanjar una polémica, el apóstol prácticamente solicita un respiro: «De aquí en adelante nadie me cause molestias…» (v. 17).
Había sido engorroso, sin duda, tener que repetirles lo más básico. Lo que los gálatas habían olvidado era nada menos que el «abecé», y el apóstol, consternado por este retroceso, había debido incluso endurecer el tono para corregir el extravío. ¿No tenía suficiente, acaso, con el sufrimiento que enfrentaba a diario?
Pablo dice que lleva en su cuerpo «las marcas de Jesús». Esto, desde luego, le permitía esperar algo de deferencia, pero además de ello, era también un hecho que confirmaba su compromiso con Cristo y mostraba que su ministerio apostólico estaba en la misma línea (gozando, así, de la necesaria autoridad).
Los judaizantes, en cambio, no podían decir lo mismo (6:12). Ponían, ciertamente, el énfasis en una marca externa (la circuncisión que ellos le ofrecían a Dios), pero Pablo, centrando la mirada en el evangelio (lo que Dios ha hecho por nosotros), deja fuera de toda discusión que las únicas marcas válidas son otras: existen, por un lado, las de Cristo (cuando se nos persigue por causa de Él), y tenemos, por otro, las del Espíritu (esa semilla interna que, como vimos, produce un fruto visible; 5:22-23). En su bendición final Pablo apunta a estas últimas (v. 18), y su mención de la gracia —que podría sonar como una mera despedida— adquiere, indudablemente, una dimensión aun más grande a la luz de la carta en que se encuentra: Dios nos da todo gratuitamente.
Al llegar al final de nuestro recorrido por Gálatas, no podemos dejar de alabar a Dios por esa generosidad, y por darnos, entre tantas otras cosas, una carta como esta. Para Pablo, como vimos, no parece haber sido la labor más cómoda, pero considerando el beneficio que nos ha hecho, sólo podemos alegrarnos y meditar en la enseñanza con gratitud.
¿Cómo ha impactado tu vida el mensaje que hemos estudiado? ¿Ha dejado alguna huella en ti? No permitas que esto caiga en el olvido, y meditando una vez más en la enseñanza, toma DECISIONES que te permitan encarnarla. Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con tu espíritu. Amén.