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Os ruego, hermanos, haceos como yo, pues yo también me he hecho como vosotros. (Gálatas 4:12)

Es muy común que, al especializarnos en ciertos temas, terminemos adoptando no sólo un lenguaje especial para hablar de ellos sino también la capacidad de teorizar con una cierta frialdad. Esto puede incluso suceder con la Biblia, que muchas veces es discutida intelectualmente pero no siempre con sensibilidad a la forma en que afecta nuestra vida.

Al llegar a este punto de la carta a los Gálatas, podemos ver cómo Pablo capta y modela las dos dimensiones: no sólo comprende la lógica del evangelio, sino que es, también, agudamente consciente de sus alcances y consecuencias prácticas. Ha expuesto una cadena de argumentos racionales para convencer a los gálatas, pero lejos de interesarse meramente en lo teórico, revela más bien que lo importante, para él, son sus hermanos.

Pablo no escribe, como otros lo harían, «Esta es la verdad; tómenla o déjenla». Él entiende que es una verdad vital, y por lo tanto, su único mensaje es: «Esta es la verdad; ¡aférrense a ella!» No quiere ganar un debate: quiere ganarlos para Cristo. Podría, simplemente, exigir sumisión a su autoridad de apóstol, pero en lugar de hacer eso, se acerca como un hombre dirigiéndose a hombres: «Os ruego, hermanos, haceos como yo, pues yo también me he hecho como vosotros» (v. 12).

Es difícil definir con precisión lo que Pablo quiere decir con «hacerse como», pero sean cuales sean los detalles de esta petición, el contexto sugiere que el apóstol busca una especie de apertura mutua. Aparentemente los «canales de comunicación» estaban cerrados (v. 16), y lo que Pablo quiere es generar un terreno de encuentro en que los gálatas capten la bondad de su interés por ellos.

«Ustedes no eran así», parece decirles Pablo. La primera visita del apóstol se había debido a una enfermedad que, posiblemente, lo había retenido en Galacia, pero en lugar de ser percibido como una carga, Pablo había sido recibido «como un ángel de Dios, como (…) Cristo Jesús mismo» (v. 14).

¿Qué había pasado, entonces, con esa elogiable receptividad? Es posible que, de algún modo, los gálatas hubiesen llegado a sentirse ofendidos: «¿Me he vuelto —dice Pablo— vuestro enemigo al deciros la verdad?» (v. 16)

Este tipo de reflexión nos conmueve porque el corazón de Pablo queda expuesto en toda su compasión. ¿Cuál es nuestra propia actitud ante quienes se han desviado o permanecen lejos del evangelio? ¿Estamos conscientes del peligro que corren? ¿Nos motiva eso a prácticamente rogarles que nos oigan? ¿Perciben ellos ese genuino interés?

Lo que transmitimos, lamentablemente, muchas veces se parece más a la seca defensa de un abogado. Protegemos la verdad, pero en el camino herimos a quienes necesitan su medicina. ¿Seremos capaces de hacer nuestra parte para tender puentes en vez de cortarlos? Por el bien de nuestro prójimo, roguemos a Dios que así sea.

Cristian J. Morán

Cristian J. Morán

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